Los colores y signos grabados en los petroglifos de Somoto, el variado brillo de las piedras de cuarzo y el regionalismo de los caseríos forman parte de los registros de la obra de Armando Mejía Godoy, que lo hace autodefinirse como un artista autodidacta con “alma de indio”.
Dice que su origen es indígena chorotega por madre y blanco por su padre, un jinotegano. Este mestizaje, confiesa, lo hace verse un “indígena xólotl”, porque se metamorfosea o cambia como el xólotl, según la mitología náhuatl.
Mejía Godoy nació en Estelí, es agrónomo, pintor autodidacta y museólogo. Su primera exposición colectiva fue en la Expo de LA PRENSA. Años después, por América nuestra, recibe el Premio Nacional de Arte Contemporáneo Leonel Vanegas, 1991.
A finales de enero del 2014 exhibirá una selección de sus obras en Gadisur (Galería y Diseños del Sur, kilómetro 10.5 Carretera Sur, de la pastelería Sampson, una cuadra al lago, dos abajo).
¿Cómo llega a realizar sus primeros trazos?
De repente, Luis Enrique comenzó con la guitarra, Carlos con el acordeón, y yo con él toqué serrucho. Y después comencé a chiflar un picolo.
Tengo una colección de medallas de atletismo por lanzamiento de disco, soy campeón desde hace 42 años de Centroamérica, y estoy en el salón de la fama en el estadio”.
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Viajamos de Somoto a río San Juan, en 1954. Mi padre, Carlos Mejía Fajardo, era aduanero. Imagínate mi madre con siete hijos navegando en una lancha a San Carlos. En este lugar me encontré a Guillermo Xiong, él me enseñó a hacer cometas y manualidades tipo japonés.
¿Qué recorrido hace en su pintura?
Desde niño me metía en las cuevas de Somoto y visitaba el cañón. Un día, buscando garrobos descubrí petroglifos en un cerco de piedras solitarias. Ahora en mi casa tengo colgadas y guardadas obras primigenias sobre los petroglifos. También he pintado temas regionales; pero este regionalismo es bien antropológico, nadie lo hace, talvez la Hilda Volg. Por eso vemos su antropología: el bajarete, las ollas, el falso corral, el mojinete, la escoba fuera de la casa, el matayagual, el horno, todo el concepto del artesón de Nicaragua.
¿Qué símbolos contienen sus cuadros?
Conocí las brillantes piedras de cuarzo, en el Espino, y me encontré con la cerámica en los calpules. Cuando llego a Managua después del terremoto de 1972, me doy cuenta que Róger Pérez de la Rocha y otros estaban pintando los temas de petroglifos. Ahora mi pintura está tirando un color turquesa azulado y una de mis obras es en homenaje al jaguar.
¿Por qué el chompipe es uno de esos elementos recurrentes en su obra?
Soy un lector de todo lo indígena y tengo información de lo prehispánico; entonces el chompipe se metamorfosea visualmente porque todo lo que cambia es xólotl en náhuatl, el jaguar cambia en la noche, el perro y la luna, ellos son xólotl.
MURALES
¿El muralismo es otra de sus facetas?
En Somoto está el petroglifo más grande, de forma vertical, de 40 metros cúbicos, se llama Icalupe, tiene colores: verde, gris, blanco, negro, amarillo y rojo. Por eso casi todos mis murales que he pintado son de petroglifos en piedras. Pinté uno en el colegio Calasanz, en Monte Tabor me han borrado dos, uno en Ciudad Sandino, este lo trabajé con niños. En Jinotepe hice otro, y en Francia me invitaron a pintar uno en un bus. Y en California otro.
¿Por qué esa permanencia de los petroglifos?
¿Qué pasa? Que al ser agrónomo, soy inquieto con esta cuestión de las piedras, las texturas, los objetos indígenas, los tintes. Toda la toponimia la conozco, eso me ha permitido meterme y tener amor por lo prehispánico.
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