Desde la orilla del lago Chapala, hablo con el poeta Francisco de Asís Fernández Arellano
Francisco de Asís, óyeme: en Ajijic, en Jalisco de México, ante el lago Chapala,
he dejado caer mi cansancio en la orilla.
Te he estado pensando. He advertido en mi entorno un desierto de lirios, los quebrados gemidos del náhuatl y un temblor de metales vibrando.
He escuchado también el latido de tu corazón insurgente, a su vez florecido. Sacuanjoches muy blancos conciertan sus pétalos y palpitan unánimes.
Sé que vas a venir cabalgando el ocaso, conduciendo su púrpura vieja a las venas
del agua. Te espero, Francisco.
Ya deseo tener en mis manos la sustancia que albergas en tu mundo de páginas, su
cautivo relámpago.
Ha de ser, ruiseñor de la selva, tu poesía; sus lagos de música, su temblor en el día coral de Nicaragua.
Sí, ha de ser tu manantial de sílabas, tu marimba de plata; la canción aprendida en los labios de las madres volcánicas.
Pero digo que te estoy esperando, capitán vespertino. Ya tardas. No detengas el tiempo; pon tu córnea quetzal en la urdimbre de mis últimas sombras.
Al fraterno mezcal te convido con la jícara azul demediada; ven ya pronto que el
trago más puro con la noche se acaba.
Necesito saber de tu lengua la salud de Sandino, la semilla lograda, los precisos y
claros pronombres de la esperanza americana.
Ven ya súbito, Capitán: te requiero a la pasión del poema y a las luces del alba.