En su calidad de jugador de beisbol profesional, Roberto Clemente se distinguía como uno de los mejores de todos los tiempos. Se trataba, como se diría en la jerga beisbolística, de “un jugador completo” y así lo prueba su historial de forma contundente.
Además del premio al Jugador Más Valioso en la temporada de 1966, Clemente recibió 12 Guante de Oro, se adjudicó cuatro títulos de bateo de la Liga Nacional, 12 selecciones al Juego de las Estrellas, dos campeonatos de la Serie Mundial y logró alcanzar el hito de las 3,000 imparables. Solamente 10 jugadores en la historia de las Ligas Mayores alcanzaron los 3,000 hits antes que Roberto en la campaña de 1972.
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La cúspide de esta larga y próspera carrera se cumplió en 1971 cuando ganó el premio al Jugador Más Valioso de la Serie Mundial por su soberbio desempeño en el clásico de otoño contra los favorito Orioles de Baltimore. Clemente bateó para .414, disparó dos jonrones y protagonizó brillantes jugadas defensivas para llevar a los Piratas a unos de los resultados más sorprendentes en la historia de las Serie Mundiales. Con una audiencia televisiva masiva que siguió los siete partidos de la histórica serie, Clemente ganó el tipo de reconocimiento nacional que había estado eludiéndolo durante su carrera.
Pero hay otra semblanza de Clemente: la que se halla escrita en las piedras fundamentales de colegios, hospitales y varios edificios públicos, grabada en monumentos y estatuas, acuñada en monedas, impresa en artículos de colección y portadas de libros –es simplemente su nombre, Roberto Clemente, lo cual revela su trascendencia más allá del beisbol.
CIUDADANO Y ATLETA
Clemente cobró fama por su feroz orgullo étnico y por su capacidad para portar una identidad mucho más amplia, no sólo representando a Puerto Rico, sino a toda América Latina. Él asumió esta responsabilidad y la llevó a cabo con dignidad y con un encanto admirable.
No se veía a sí mismo como un mero representante de América Latina en el mundo a través del beisbol, sino que consideraba a su carrera deportiva como un medio para ayudar a los latinoamericanos, especialmente a los puertorriqueños de escasos recursos, a mejorar sus vidas.
“Siempre decían que Babe Ruth era el mejor. Decían que había que ser muy especial para ser como Babe Ruth. Pero Babe Ruth era un jugador estadounidense. Nosotros necesitábamos un jugador puertorriqueño de quien pudieran decir eso, alguien a quien admirar y tratar de igualar”, dijo Clemente tras recibir el premio al Jugador Más Valioso en la temporada de 1966.
FILÁNTROPO Y MAESTRO
La filantropía que ejercía Clemente no era calculada para ganar reconocimiento público o privado. Él simplemente quería ayudar a la gente necesitada. Con algunos era generoso en lo económico, con otros compartía su sabiduría quiropráctica -adquirida como resultado de una lesión que sufriera en 1954- y con muchos otros, particularmente con los niños, Clemente volcaba su generosidad en clases gratuitas de beisbol.
Clemente siempre se ocupó de los jóvenes. A pesar de sus numerosos compromisos, se hacía tiempo para ofrecer clínicas de beisbol para niños, especialmente para aquellos provenientes de familias de bajos recursos. Soñaba con construir una “Ciudad Deportiva” donde la juventud puertorriqueña pudiera tener acceso a instalaciones, entrenadores y apoyo en una variedad de deportes, ofreciendo otro camino para luchar por un Puerto Rico más saludable, alegre y justo.
“Todos saben que he luchado toda mi vida. Creo que todos los seres humanos somos iguales, pero uno tiene que luchar duramente sin cesar para mantener esa igualdad”, acostumbraba decir Clemente.
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SU VIDA Y ARTE
Ninguna pieza de arte puede articular el significado absoluto de la vida de Clemente, pero para los puertorriqueños, un cenotafio de José Buscaglia, ubicado en Carolina, puede ser la expresión más abarcadora.
Tradicionalmente, los cenotafios son monumentos funerarios dedicados a los héroes cuyos cuerpos no han sido recuperados de los campos de batalla. De modo que el mismo género del trabajo de Buscaglia honra a Clemente como a alguien que dio todo por su país.
En el panel central, el cordero en brazos de Roberto es el cordero del escudo de armas de Puerto Rico. En su vida y en su muerte, Roberto elevó la identidad de Puerto Rico a un nuevo nivel en el mundo. La inscripción en el monumento dice: “Hijo de Carolina, Ciudadano Ejemplar, Atleta, Filántropo, Maestro, Héroe de las Américas y del Mundo”.
“Quiero ser recordado como un jugador de beisbol que dio todo lo que tenía para dar”, indicó Clemente, como explicando el por qué siempre jugó con tanto deseo adentro.
Roberto nació durante el verano de 1934 en una casa de concreto y madera, a la vera de un antiguo camino rural del Barrio de San Antón, Carolina, Puerto Rico. Falleció el 31 de diciembre de 1972 en un accidente de avión a pocas millas de su lugar de nacimiento mientras intentaba llevar asistencia a las víctimas de un terremoto en Nicaragua.
En el lapso de sus treinta y seis años de vida, Roberto Clemente se convirtió en una leyenda del beisbol de los Estados Unidos, pero en su tierra natal, así como a lo largo de América Latina, se transformó en un símbolo nacional y cultural. Su historia constituye una lección sobre carácter y determinación, al mismo tiempo que sobre la elevación de un hombre a mito. Ofrece un panorama único de la América de su época, del juego conocido como el “Pasatiempo de América” y del heroísmo que trasciende a ambos.
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Nicaragua
En Nicaragua se le tributa homenaje el 31 de diciembre de cada año, como una muestra de gratitud por haber ofrendado su vida en auxilio a las víctimas del terremoto del 22 de diciembre de 1972, año en el que visitó ese país como mánager del equipo nacional de beisbol de Puerto Rico, que compitió en la Serie Mundial Amateur.
“La figura de Clemente trascendió de deportista a humanista y eso agrandó aún más su legado sobre esta tierra”, ha dicho Oswaldo Gil, veterano exdirigente del beisbol boricua.