Este martes 5 de noviembre culmina el proceso de votación para elegir al próximo presidente de Estados Unidos (EE. UU.), el cuadragésimo séptimo (47) desde que George Washington fue elegido por primera vez en 1789.
Decimos que culmina la votación, y no que se realiza, porque en EE. UU. se puede votar con anticipación y hasta ayer habían adelantado su voto más de 75 millones de personas.
Además, este martes culmina la votación, pero no la elección, la cual será decidida por el Colegio Electoral integrado proporcionalmente por representantes de los 52 estados que integran la Unión Americana.
Dicen los expertos que esta elección presidencial es la más reñida de la historia de EE. UU., y así lo parece, pues según las encuestas la vicepresidenta demócrata Kamala Harris y el expresidente republicano Donald Trump estaban prácticamente empatados en la intención de voto, hasta en el último momento.
Sin embargo, saber quién será el siguiente presidente de EE. UU. no es la única incertidumbre en estas elecciones. Otra muy importante es que no se sabe si Trump reconocería su derrota en el caso de que ganara Harris. Él dice que tiene asegurada la victoria y que solo con un fraude electoral se la podrían quitar. De manera que él no reconocería la victoria si ganara Kamala Harris, igual que en 2020 cuando no reconoció el triunfo de Joe Biden y promovió el asalto violento y sangriento de una turba de sus partidarios a la sede del Congreso en Washington, con la pretensión de impedir que este ratificara el resultado de la elección presidencial.
Otra incertidumbre que plantea esta elección es el porvenir inmediato de la democracia estadounidense, en el caso de que ganara Trump, por su talante autoritario y sus amenazas de que impondría una dictadura para realizar algunos de sus planes avasalladores.
Por supuesto que es muy difícil que un líder autoritario pueda colonizar las instituciones democráticas de EE. UU. para imponer una dictadura. Como no pudo hacerlo el mismo Trump cuando fue presidente de la nación en el período de 2017 a 2021. No obstante, con su obsesión autoritaria podría crear una imprevisible situación de anormalidad política y social.
En lo que atañe a Nicaragua, la principal incertidumbre es lo que podría pasar con la gran cantidad de migrantes nicaragüenses ilegales, y aun con los que están legalmente allí, que por los impulsos xenofóbicos de Trump podrían tener muchas dificultades bajo su posible nueva Administración.
Respecto a la cuestión política, los analistas creen que con Trump o Harris en el poder, Nicaragua no será una prioridad de EE. UU. Prácticamente todos los expertos consultados por LA PRENSA coinciden en que con cualquiera de los dos no cambiaría la política de EE. UU. hacia Nicaragua, salvo quizás en algunas formalidades.
Eso a menos que ocurriera algo extraordinario y grave, como por ejemplo que se comprobara que en realidad el régimen de Nicaragua, por sus alianzas internacionales, representa una amenaza concreta para la seguridad de EE. UU.
