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De la serie Cantos de Cifar. Plumilla a color de Carlos Montenegro. (LA PRENSA/Archivo)

La Llorona

La Llorona es un espanto popular. Sus lamentos aparecen en medio del coro nocturno de voces de animales y del ritmo monótono de aguas de quebradas y ríos. Hasta donde cuenta la gente, La Llorona se manifiesta a través de un quejido largo y lastimero, seguido del llanto desgarrador de una mujer cuyo rostro nadie […]

La Llorona es un espanto popular. Sus lamentos aparecen en medio del coro nocturno de voces de animales y del ritmo monótono de aguas de quebradas y ríos. Hasta donde cuenta la gente, La Llorona se manifiesta a través de un quejido largo y lastimero, seguido del llanto desgarrador de una mujer cuyo rostro nadie ha visto.

Las lavanderas de los ríos cuentan que apenas sentían caer el sereno de la noche, debían recoger la ropa aún húmeda y en un solo montón se la llevaban. De lo contrario, La Llorona se las echaba al río. Según ellas, La Llorona es el espíritu en pena de una mujer que había botado a su chavalito en el río.

Sobre La Llorona se oyen muchas versiones, entre ellas, se dice que había una mujer que tenía una hijita de 13 años y ayudaba a lavar la ropa de sus nueve hermanos menores.

La madre de la joven le decía: Hija, nunca se mezcla la sangre de los esclavos con la sangre de los verdugos.

Ella le decía verdugos a los blancos porque la mujer era india. La hija, en la tarde salía a lavar al río y un día de tantos arrimó un blanco que se detuvo a beber en un pocito y le dijo adiós al pasar.

La joven india se encantó del blanco y se veían bajo un gran ceibo a las orillas del río.

Mañana, blanco, nos vemos a esta misma hora, le decía la joven.

Claro, el blanco y la india se enamoraron entre los árboles a la orilla del río. La indita salió embarazada pero la familia no sabía que se había entregado al blanco.

El blanco regresó a su tierra y dejó a la india preñada.

La joven lloraba todos los días por él, lloraba y lloraba, inconsolable. Él se embarcó y a ella le dio un ataque, cayó privada. Cuando despertó al día siguiente, estaba un niño a su lado y en lugar de querer aquel muchachito, lo agarró y con rabia y le dijo:

Mi madre me dijo que la sangre de los verdugos no debe mezclarse con la de los esclavos.

Entonces se fue al río y voló al tierno y desde lo profundo del río, se oyó una voz que decía:

¡Ay! madre… ¡ay madre!… ¡ay madre!…

La muchacha al oír esa voz se arrepintió de lo que había hecho y se metió al agua queriendo agarrar al muchachito pero entre más se metía siguiéndolo, más lo arrastraba la corriente y se lo llevaba lejos oyéndose siempre el mismo llanto: ¡Ay madre!… ¡ay madre!… ¡ay madre!

Cuando ya no pudo más se salió del río. El río se había llevado al chavalito pero no el llanto del niño que a veces se oía lejos ¡Ay madre!… ¡ay madre!… ¡ay madre!…

La muchacha afligida y trastornada con la voz, enloqueció. Así anduvo dando gritos, por eso le encajaron La Llorona. La mujer enloquecida se murió y su espíritu quedó errante; por eso se le oyen los alaridos por las noches… “Por ahí anda La Llorona, hasta la vez se le oye por todo el río.”

Tomado de La Llorona (fragmentos) en Milagros Palma: Senderos Míticos de Nicaragua

La Prensa Literaria

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