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Arquímedes González. (LA PRENSA /C. MALESPÍN)

Qué sola estás Maité

La segunda novela del periodista Arquímedes González, editada por el sello Anamá y próxima a presentarse en la Feria Centroamericana del libro, el 20 de septiembre. Presentamos un fragmento de su novelística Miguel, despertá… En la oscuridad, oye el rugido, es ella, Miguel, desenrollando su gran lengua de lodo, desdoblándose, una serpiente gigante escondida en […]

  • La segunda novela del periodista Arquímedes González, editada por el sello Anamá y próxima a presentarse en la Feria Centroamericana del libro, el 20 de septiembre. Presentamos un fragmento de su novelística

Miguel, despertá… En la oscuridad, oye el rugido, es ella, Miguel, desenrollando su gran lengua de lodo, desdoblándose, una serpiente gigante escondida en el cerro que viene a buscarte, es María que con sus afilados colmillos te sacará el corazón, que aún con vida, chupará tus ojos y de un mordisco te arrancará los labios y la lengua y te obligará a tragar el agua de los mares y sin misericordia, te sumergirá en el río de sus lágrimas, qué delicia sentir que llega la muerte, tus días de soledad, abandono y tristeza se terminan Miguel, es ella la que irrumpe furibunda por la puerta, destroza sillas, mesas, muros, el techo, está encima de vos, entrando en tu pecho, qué delicia, matame, soy tuyo, no me resistiré, hagás lo que hagás, pase lo que pase, te adoraré María, no puedo más, pero Miguel abre los ojos y se encuentra con el chillido de María que lo ensordece, son los gritos de la gente, estabas dormido Miguel y en eso, llegó el derrumbe de la ladera del volcán Casita que temías, la bola de árboles, lodo y piedras, altiva y jactanciosa ha destrozado lo que ha podido, no ves nada, es noche o es que las nubes negras han bloqueado la luz, escuchás los ruegos de miles de personas, avanzás, intentás salir de ese lodo, está dentro de vos, lo escupís, sentís tus brazos débiles, tus piernas, Miguel, no responden, te arrastrás fuera de los escombros, qué miseria, escuchar los bramidos del temporal y los gritos que aumentan sin poder ayudar. ¿Qué pasó Miguel? Lo que previste, el cerro cayó sobre el poblado, cargarás con esta culpa, pudiste alertar y denunciar que construían las tumbas para esta pobre gente, era mejor bombardearlos y así no tendrían desórdenes, pero por esa cobardía que nos identifica, por esa autocensura que nos esclaviza, por ese silencio cómplice y conformista que nos caracteriza, pasarás lamentándote de haber sido el encubridor de este cataclismo. ¿Y qué más? Que la corriente de seis metros de alto y dos kilómetros de ancho devastó cada uno de los poblados cercanos, por eso las súplicas, los gritos, los escombros que te impiden salir, estás golpeado pero no sabés qué tan grave es, no tenés escapatoria, otra avalancha y estarás perdido. En esta oscuridad, no sabés dónde ir ni podés orientarte por la densa lluvia que es muralla, acompañado por el bramido de María. Es mejor quedarte aquí. Miguel escucha a su lado un lastimoso quejido. Alguien implora, Dios mío, que lo salven. Miguel escarba apurado, desesperado mientras los quejidos siguen, aguantá, vas a salir, debo quitar esta pesada roca y estarás en libertad. ¿Quién será Miguel? La cocinera, el dueño del hotel, el vigilante, el hijo de la sirvienta, hay que apurarse que se muere, tenés su mano, se mueve entre los escombros, trata de aferrarse, no te deja quitar el lodo, tenés que ser fuerte y levantar la roca, un poco más y de nuevo llega el mugido de María desde la negrura convertida en manada de toros desbocados, la tempestad indignada de no poder matarte, aúlla y se lanza indómita con violencia y precisión en segunda embestida, te golpea, perdés equilibrio, te vas Miguel, soltás la mano que socorrés y te alejás chocando contra una pared, una puerta, y un pedazo de madera se te clava en el pecho, una roca te tuerce las piernas, un golpe en la cabeza, no escuchás ni gritos, ni auxilios, no ves nada, estás peor Miguel, tu cuerpo es masa quejumbrosa, ni respirar porque el lodo ha entrado en tus pulmones, te quedás con los ojos abiertos de la sorpresa con que ha llegado tu fin… María se va Miguel, evanescente, vaporosa, de vagas facciones, se aleja harta, con la panza hinchada. Va cubierta con bruma y velo negro dejando atrás la calma aterradora después del desastre.

La Prensa Literaria

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