Mi casa era pequeña, humilde
y provinciana.
Tenía un patio, un ciprés, un portón
y una ventana por donde
miraba eucaliptos, cerros y la puna.
Mi abuelo solía cantar a solas
para olvidar su edad
y mi madre Leonor, lavaba el firmamento
para que fulguraran mis cometas.
No recuerdo la veces que me extravié
entre cactus y caminos
buscando la niñez que perdí.
Hoy que han derribado mi casa
y en su lugar han construido otra
sufro muchísimo más aún.
Y estoy llorando por mis hermanos
por mí, mi casa y mi madre
que asomándose a la ventana me ha dicho:
¡Ay!, hijo mío. Entra, al fin has regresado.