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Israel López mejor conocido como“Cachao”. LA PRENSA/AP

Cachao. Repique con tambores

Un vistazo a la trayectoria del pionero del mambo. La despedida que amigos y familia le ofrecieron en su último adiós con cantos y tambores que superaron las campanas Más que una misa fue un concierto donde el repique de los tambores superó al de las campanas, donde se solazó la música cubana. El templo […]

  • Un vistazo a la trayectoria del pionero del mambo. La despedida que amigos y familia le ofrecieron en su último adiós con cantos y tambores que superaron las campanas

Más que una misa fue un concierto donde el repique de los tambores superó al de las campanas, donde se solazó la música cubana. El templo donde fue despedido el viejo Israel López, mejor conocido en el lenguaje de la primavera como el jovial “Cachao”, recibió sin inmutarse la invasión de la obra del legendario autor y contrabajista antillano. Ocurrió el 27 de marzo en la iglesia de S.T. Michael en La Pequeña Habana, poco antes de partir al cementerio Vista Memorial, de Hialeah.

Ideal hubiese sido que semejante descarga de trópico —de raíces del tronco afrocaribeño—, en la cual la principal invitada fue la síntesis de su creación, fuera escuchada por su protagonista con la sangre y el hueso vivos de quien en vida no recibió tanto despliegue de reconocimientos y valoraciones. Mientras éstas se hacían, tronaban mambo y danzón dando pie a que los pasos para bailarlos evadieran la discreción de ser inmóviles en su conducta ante el reclinatorio donde habitualmente el fervoroso se arrodilla para alzar una plegaria. Esta vez la singularidad de la fiesta, el espectáculo tomándose los territorios del dolor, orquestada por sus propios admiradores, fue la artífice suprema. Estando ahí no podía concebirse cómo la alegría tenía capacidad de imponerse ante el altar donde lo que estaba expuesto era el cadáver de un ser desposeído de todas las facultades para compartir el brillo del excepcional homenaje, único desde el punto de vista de no rodar lágrimas en la Iglesia católica, sino todo un muestrario del jubiloso ritmo tropical que como el de “Cachao” no hay dos, decían las mantas desplegadas.

Se vino al recuerdo el funeral del célebre Louis Armstrong en el cual la trompeta en jazz borró todos los vestigios de la melancolía faltando sólo que cantara el cadáver con la alegría que solía exponer en las noches de Borbon Street. Para qué llorar si eso no resuelve nada y por el contrario, ensombrece, aflige.

Las maderas del templo hicieron las veces del contrabajo ausente que el músico tocó para completar con su hondura, las picardías del bongó. En vez del escándalo de los fusiles tronantes, la exposición de las notas que supo leer y escribir que aparecen mudas en el papel, mutismo roto por las manos del hombre al extraer el sonido del instrumento para tupir los vacíos del oído.

La pasión por el danzón sedujo, opacó a la liturgia, creó un olimpo original donde la flauta jamás se alejó de su reino. Mucho de ese ritmo nació en el siglo XIX, mucho danzón hasta el que preparaba con motivo de la frustrada celebración de sus 90 años en este septiembre, fue escrito por “Cachao”. Pero el que más lucía en el iglesia fue lo que inició la distinción: el preludio de la “misa de mambo” de su propia inspiración estrenada en el 2003 en Los Ángeles, California, con el símbolo de la Virgen de la Caridad del Cobre, la dueña, la jefa espiritual de Cuba. Alegría en el cielo llamó alguien a lo que sucedía. Allá “Cachao” debe estar celebrando con nosotros en sintonía con la tierra, opinaban en el atrio los amantes apasionados de su compás. Con la mayor seguridad posible sin exponerse a ninguna posible rectificación se dijo que “murió el padre, el rey, el fundador del mambo”, una afirmación que también recae en la memoria de Dámaso Pérez Prado. Total la coincidencia en cuanto a que el desaparecido era un caballero humilde y siempre festivo por cuyo rostro no cruzó ningún trazo de amargura, modestia confirmada cuando manifestaba que Pérez Prado fue el más grande difusor de ese ritmo, carismático, penetrante, contagioso, llegando a decir que sin él el mambo no hubiera existido. ¿Pero quién de los dos es el único, el innegable rey? Colinda la presunción de que el mambo es el producto de un equipo de contemporáneos en la época en la cual vino a los salones y a los escenarios dándosele a “Cachao” los más altos méritos de su creación.

No puede negarse que en la atractiva amalgama de mar y tierra de Miami tuvo una gran proyección la movida ceremonia de cuatro días en torno a las exequias de la leyenda, lo cual legitima la solidaridad cubana en el exilio, mientras en Cuba apenas cupo en un rincón de las páginas interiores, escrita para no ser leída. A mayor indiferencia en Cuba, mayor deferencia en Miami. Son los extremos en los cuales influye la condición del artista por haber dejado su tierra natal.

Sólo cabe reconocer que no pocos fragmentos del alma negra cubana se fueron con don Israel. A las nuevas generaciones corresponde no dejar morir y renovar su música y su cultura.

La Prensa Literaria

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