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La manzana mordida. Mauricio Mejía. LA PRENSA/Archivo

Años de esperma

Durante treinta años doña Josefa acudía el día lunes a las iglesias de la ciudad. Visitaba el Santísimo y en especial a Jesús de la Buena Esperanza. Su afán era que el Santo que tuviera en su altar esperma derramada porque la feligresía había llegado a ponerle a su santo de devoción una candela o […]

Durante treinta años doña Josefa acudía el día lunes a las iglesias de la ciudad. Visitaba el Santísimo y en especial a Jesús de la Buena Esperanza. Su afán era que el Santo que tuviera en su altar esperma derramada porque la feligresía había llegado a ponerle a su santo de devoción una candela o veladora por la fe de los creyentes, la recogía, y en un pañuelo grande la echaba para llevársela a su casa.

Pero un día lunes después que había recogido esperma, en la iglesia de La Asunción se develizó el misterio, cuando un feligrés le saludó y le dijo: “Siempre recogiendo esperma. ¿Ve, después de tantos años, voy a tener el atrevimiento de preguntarte qué hacés con toda esa esperma que recogés?” Doña Josefa se asombró por semejante pregunta, le observó profundamente e instantáneamente pensó: “En tanto años de trajinar nunca me han preguntado tal cosa”. “Fíjese que la ocupo por varias razones: por fe, porque quien acude a las iglesias lo hace con esperanza y pone su candela o veladora con fe a su santo de devoción y cuando se va quemando lo que derrama es esperma, pero no es simplemente esperma, es la lágrima de Dios y la sangre de su hijo como lamento a todas las adversidades que se comenten en este mundo descortés, por eso continúan sufriendo por el pecado del pecador, que todavía no ha sido erradicado de este mundo”, le contestó doña Josefa.

Cuando doña Josefa se desplazaba hacia la puerta principal de la iglesia para salir, vio a un viejecillo que siempre acostumbraba llegar todos los días de aproximadamente de la misma edad de ella, 85 años de edad. Se le acercó y le dijo algo en el oído y le entregó un trozo de esperma azul. El viejito se levantó y siguió a doña Josefa y cuando estuvo cerca de ella dialogaron…, no se supo qué era, el viejito se sacó algo de la bolsa y se lo entregó. Fernando en ese momento se encontraba detrás de un pilar de la iglesia y alcanzó a escuchar que el viejito le decía a doña Josefa: “Yo sé quienes son los asesinos y ya lo saben varias personas más, pero Dios hará justicia contra los intelectuales del vil asesinato y a los encubridores”. Ambos viejitos se acercaron al Jesús de la Buena Esperanza y se persignaron y cada cual tomó su propio rumbo.

Doña Josefa después que llegaba de la iglesia a su casa siempre la estaba esperando una de sus mejores vecinas y la esperma recogida para ella era la lágrima y sangre de Dios y su Hijo, la ubica y/o ubicaba en un recipiente grande vacío de veladora, le pone una mecha y la enciende para purificar su hogar, su alma, “de esa manera Dios me alumbra mi pobreza, me da luz para no vivir en la oscuridad y también luz para alumbrarme de los malhechores, asesinos y Satanás que siempre andan buscando cómo roer”, le dijo doña Josefa a su vecina que la esperaba todos los lunes después que llegaba de las iglesias.

La Prensa Literaria

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