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El pago

Ni siquiera esta lluvia tan fuerte podrá detenerme, mi chaqueta de cuero se lo impedirá. Yo sé lo que estoy haciendo. Mientras camino, la oscuridad me protege con el anonimato. Me mantiene irreconocible para el resto de la gente. De todos modos, no hay nadie por los alrededores. Nadie podrá detenerme; nadie podrá hacer una […]

Ni siquiera esta lluvia tan fuerte podrá detenerme, mi chaqueta de cuero se lo impedirá. Yo sé lo que estoy haciendo. Mientras camino, la oscuridad me protege con el anonimato. Me mantiene irreconocible para el resto de la gente. De todos modos, no hay nadie por los alrededores. Nadie podrá detenerme; nadie podrá hacer una descripción de mi persona. Y nadie podrá ayudarlo a él.

Tantos recuerdos asaltan, como flashes, mi mente de continuo. Recuerdo el llanto de mi madre. Todas y cada una de sus noches fueron una tortura para ella desde que se fueron. Ella hizo cuanto le fue posible por mí, pero al final no pudo soportar el dolor de su corazón herido. Era un 6 de junio cuando el Diablo hizo su tarea. Yo entonces sólo tenía 13 años. Como de costumbre, después de clases me fui directo a casa. Cuando llegué nadie salió a recibirme. Inmediatamente supe que algo andaba mal. Pensé que quizá alguien había robado la casa. Al entrar, las piernas me temblaban. Yo era un muchacho bastante cobarde. Todo parecía estar en orden… hasta que entré a su alcoba. Allí estaba ella. Después de once años finalmente había perdido la batalla contra su soledad. El cubre-cama ya no era inmaculadamente blanco. Caí de rodillas bajo el peso del mundo entero que se estrellaba contra mí. Me sentí vacío. Yo no tenía amigos ni otros parientes a los que pudiera comunicar mi dolor; mi madre lo era todo para mí, mi mundo, mi corazón. Por culpa de ellos la había yo perdido.

Esa vez lloré desesperadamente, pero desde entonces no he derramado ni una sola lágrima, por nadie. Retiré de su mano la pistola y la puse en el piso. Luego limpié su cara. Y mientras abrazaba su cuerpo muerto juré hacer justicia. Ojo por ojo, diente por diente. Sin embargo, no serían sus madres las que pagaran por ellos, habrían de ser ellos mismos. A ella ya la hice pagar. Mientras gritaba pidiendo perdón le dije que era demasiado tarde para eso, que quizá podría pedir disculpas a mi madre en el otro mundo, pero dudo que lo pueda hacer, porque mi madre no está en el Infierno. Ella pagó con intereses, pero eso no le bastará para alcanzar el Cielo.

Ahora voy tras el otro deudor. Lo que mi tía sufrió será una nada comparado con lo que él tendrá que sufrir. Él no sólo nos abandonó, sino que se largó con la única hermana de mi madre. Él me ha convertido en esto y mi madre murió por culpa de él. Finalmente, he llegado. El arma que mató a mi madre está ya cargada y su última bala está a punto de ser disparada. Pero antes, mi padre tendrá que saber lo que es el dolor.

La Prensa Literaria

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