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Esthela Calderón.LA PRENSA/Cortesía.

Poética botánica

Soplo de corriente vital es el tercer libro de Esthela Calderón que manifiesta una conciencia ecológica en sus versos Una tierra verde preñada con árboles floridos y frutales; madreselvas y herbolarios curativos; aves silvestres y animales exóticos, viene a ser la sabia gozosa y gustosa del canto de Esthela Calderón, que por igual evoca recuerdos […]

  • Soplo de corriente vital es el tercer libro de Esthela Calderón que manifiesta una conciencia ecológica en sus versos

Una tierra verde preñada con árboles floridos y frutales; madreselvas y herbolarios curativos; aves silvestres y animales exóticos, viene a ser la sabia gozosa y gustosa del canto de Esthela Calderón, que por igual evoca recuerdos ancestrales y personales, logrando reunir Soplo de corriente vital, su tercer libro.

Calderón, con este nuevo texto construido con palabras cotidianas y ecologistas, viene a sumar junto al poeta Pablo Antonio Cuadra —autor del libro Siete árboles contra el atardecer (Caracas, 1980—, al grupo de bardos románticos, defensores y cantores de la poética etnobotánica: poética verde y mestiza que canta a la tierra plena, raza e historia.

Para la poeta leonesa, la sordera humana heredada desde la fundación del mundo continúa destructiva, olvidándose que somos naturaleza misma. Pálpito verde de vida de la madre natura, creadora de todo lo viviente, en tierra firme, cielo y mar. Como se lee en su poema (Yo, maíz), donde nos invita a retornar a ese pasado indígena, a “espíritu de la milpa”, camino del Popol Vuh, orígenes por el que transitaron los granos de Gutumatz, los que fueron “amasados con sangre de Tapir y Serpiente”, naciendo el hombre mito de la naturaleza vegetal.

Con un lenguaje que se aleja de las metáforas barrocas, o de imágenes surrealistas, herméticas o confusas que desvíen la conciencia del lector distraído o exigente, reconstruye narrativamente su propio realismo poético y mágico, de la bio-reserva del paraíso terrestre en peligro de extinción.

Del poema Nacimiento, la escritora inventa su propio árbol de la vida, árbol vital poblado de verde campestre, de cielos con truenos repentinos y semillas asustadas que despiertan esperanzas. En este fragmento y en otros de sus poemas está presente la vida que se nos reduce, la sinestesia de sus plantas y seres animados que adquieren personalidad y son enaltecidos:

“Los Jocotes de carne y los Mamones

guindados cantan abultados en las alturas de las ramas,

y el Chile Motate enrojecido tímidamente se asoma

entre los espinosos brazos de la Piñuela”.

En este placentero libro-jardín que canta a la vida natural, habitan especies de narcisos amantes de lozanía, catapanzas con sus frutitas rojas y flores color malva, madroños con sus flores para las griterías a la Virgen, hojas del almendro para el ayote en miel, o los dulces nísperos pregonados día a día.

Sobre este sentir de olor a natura, el poeta Ernesto Cardenal llamó a la poesía nicaragüense de Pablo Antonio Cuadra “una tierra que habla”; otro que se sumó a esta idea fue el ensayista Guillermo Yepes Boscán, cuando comentó el libro de PAC, Siete árboles contra el atardecer, texto que canta a la ceiba, jocote, panamá, cacao, mango, genízaro y jícaro.

Por su parte, Esthela con menos extensión y otra sistematización histórica, descriptiva, lírica e intimista, ha cultivado su propio jardín, donde cabe la ternura familiar, la denuncia y el dolor, la fecundidad erotizada y con “mayúscula”; si no veamos, una parte de su poema Una ceiba:

Redescubro gemidos en un paraíso

que se extiende

entre las piernas de mi tierra.

Frondosa se clava una Ceiba con sus raíces plantadas en el vientre.

Podemos apreciar que sus plantas como el guácimo se vuelven curativas de males, o simbólicas como el jiñocuabo, icono de “cicatrices y besos cortantes”.

Este sentir verde-social se extiende a la denuncia y el reclamo: en su Galería de mártires, recuerda la muerte del cacique Adiac, colgado de un tamarindón, o en sus versos a Nota roja, descubre su “escena del crimen”: su lista de libélulas violadas, chocoyos mudos, zopilotes en restaurantes, perras vestidas de blanco o moscas en campañas de preservativos.

Y finalmente, valga recordar el magnífico poema de PAC, que de alguna manera —como los Siete árboles— se encuentran hermanadas en su sentir con los etnopoemas botánicos de Esthela Calderón:

Niña cortada de un árbol

Las aves nicaragüenses se forman de los árboles:

de frutas enternecidas por la lluvia

de hojas suavizadas por el viento

de susurros que la savia amansa y pule en trinos.

Mi patria es entendida en vegetales

que cantan; en primaveras

que he besado; en frutales

que tú eres cuando me dices desde un árbol —¡adiós! con mariposas.

La Prensa Literaria

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