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Temporada lírica

Vive la temporada lírica. Las sociedades con antigüedad en su trayectoria cultural se enorgullecen de tenerlas con la norma de la perseverancia. La cartelera planeada con antelación invita al diletante a llenar sus ansias de convivir con la ópera en determinada época. Esa tradición con raigambre cíclica tiende a establecerse en Nicaragua en los meses […]

Vive la temporada lírica. Las sociedades con antigüedad en su trayectoria cultural se enorgullecen de tenerlas con la norma de la perseverancia. La cartelera planeada con antelación invita al diletante a llenar sus ansias de convivir con la ópera en determinada época.

Esa tradición con raigambre cíclica tiende a establecerse en Nicaragua en los meses de mayo, junio y julio con intervalos, debido a que tampoco es posible disponer de rígida continuidad donde como aquí no se dispone de los recursos suficientes para complacer con la maestría requerida las pulcras demandas de la apologética.

Mayo tuvo la gracia auditiva de entregarnos en el Teatro Nacional Rubén Darío un registro de voces bien seleccionado, naturalidad y facilidad en los agudos, coloratura, pianísimos, sopranos, tenores, barítonos, musicalidad pura. No quedó nada pendiente de sufragar en la cobertura de los relieves, en la claridad de las inflexiones. Aunque al oído escrupuloso le corresponda detectar alguna alteración venial en la evolución tonal. Esos críticos tan distantes de entender que el artista como humano puede salirse —sin quererlo— de los moldes de la excelencia plena.

El arte está demostrando que tiene las más accesibles facultades para unir y con superior razón cuando prevalece la cercanía geográfica. La integración centroamericana ha sido vista como un mito y es casi siempre un párrafo de protocolo en el discurso político de sus presidentes, pero en cuanto al arte la desmitificación es palpable, es en ese ámbito carente de mezquindades donde florece la amalgama, la mixtura dando el fruto de la compatibilidad vista y agradablemente sentida en los escenarios. Ello se ha debido —en gran parte— a la concurrencia espontánea y llena de afecto por la causa, de artistas de los países centroamericanos. Todos, Costa Rica incluido y con el mérito de ser un buen colaborador, han puesto su canon en el montaje de espectáculos que sugieren un futuro loable para el desarrollo de las bellas artes compartidas.

Vayamos a lo reciente con la explicación de que antes de la estación lírica, tuvimos galas coronadas por las orquestas que ejecutan la música clásica pura en cuanto a valerse sólo de la capacidad instrumental, conciertos y solistas de espléndida connotación como de que de cada sinfónica de los vecinos se extrajo a la crema para ofrecer una antología de las glorias creadoras respectivas de cada país.

Jóvenes solistas del canto lírico de Guatemala, Costa Rica y Nicaragua se juntaron recientemente para dejar testimonio de lo que justamente fue llamado “gala lírica internacional” bajo la dirección del maestro Luis Girón May, barítono guatemalteco egresado suma “cum laude” y medalla de oro del Conservatorio Giuseppe Verdi de Milán, estelarista en la Novena Sinfonía de Beethoven bajo la batuta de Enrique Batiz. Alumnos distinguidos suyos, Verónica Lottmann, quien hizo ostentación de los mosaicos de su voz, Pamela Morales, Mario Chang, Anayanci Quiroz, Elisa Picado Avilez, Gema Rivas, José Luis Argüello, Mario Giovanni Rocha Ortega. Constelación de valores nuevos en el firmamento regional, fulgurantes en un mayo tierno y esbelto.

Las óperas siguen dándose en Nicaragua. Hubo una pausa larga y oscura en la cual ellas estuvieron ausentes. Además de las que han sido puestas en escena viene Madame Butterfly de Giacomo Puccini, Viene la joven japonesa a cantar a la primavera, a llenarse de amor y de tragedia con la resolución conmovedora del suicidio. Programada para el 9 y 10 de julio en el Teatro Nacional Rubén Darío no será la última de esta temporada lírica. Aún no claudica el ambicioso entusiasmo de presentar Aída.

La Prensa Literaria

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