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Marta Leonor González.LA PRENSA/U. MOLINA

La poesía, el último bastión de la verdad

A propósito de la aparición del poemario de Marta Leonor González En esta era apocalíptica que padecemos, con el hambre, la miseria y la desesperanza prevalecientes en tantos países, y la civilización destruyendo la Tierra —nuestra única casa, nuestro hogar común—, es, en mi opinión, cuando más necesitados estamos de la poesía, de esas palabras […]

  • A propósito de la aparición del poemario de Marta Leonor González

En esta era apocalíptica que padecemos, con el hambre, la miseria y la desesperanza prevalecientes en tantos países, y la civilización destruyendo la Tierra —nuestra única casa, nuestro hogar común—, es, en mi opinión, cuando más necesitados estamos de la poesía, de esas palabras que nos revelan, una y otra vez, las verdades más hondas del corazón humano y que, por brotar de la propia vida y de las experiencias de todo lo vivido, nos muestran el horror y la belleza de nuestra existencia consciente en un vasto y complejo universo que habitamos sin poder entenderlo, y menos explicarlo.

La poesía, nos dice el escritor Gabriel García Márquez, esa energía secreta de la vida cotidiana, que cuece los garbanzos en la cocina, y contagia el amor y repite las imágenes en los espejos, aparece en todo el esplendor de su misterio en La Casa de Fuego, este nuevo libro de Marta Leonor González, que viene a confirmarnos, una vez más, su compromiso ineludible con la palabra, el último bastión de la verdad en un mundo regido por la mentira de la propaganda política, el afán de consumismo y el fanatismo religioso.

En La Casa de Fuego, Marta Leonor González hilvana sus poemas diestramente en una secuencia que parte de la infancia a la vida, de la familia al mundo: travesía signada por el amor y el dolor que a todos nos hermana y que se acaba sólo con la muerte, nuestro destino final y último puerto. La Casa de Fuego es, entonces, la casa primordial, el entorno familiar resguardado por los padres y los abuelos que regresan desde el paraíso perdido de la infancia, evocados, quizás, por el sonido de un violín, de una cuerda que se afina en la memoria. Es fruta de pan, días iluminados, voces por los corredores, golpes de puerta, sombras de fantasmas, pero también es congoja, cultivo de púas, miel corroyendo el acero, casa en llamas que arde, ya destruida por las palabras, en el recuerdo; cenizas tibias aún, en donde un sueño inencontrable permanece escondido.

Para hallar ese sueño húmero, sólo suyo, Marta Leonor construye su casa de conchas, aborda su propio barco, y zarpa. En sus distintas travesías, ella se descubre escollo de arrecife/ peñasco que se alza/ esquife solitario en lo alto de la proa desde donde se divisa el sueño, a lo lejos, como tierra sin tocarla, sólo deseándola. Pero es el viaje y no la llegada lo que cuenta: los pelícanos que indican nuevos rumbos, las garzas sobre cubierta, el graznar de patos en el cielo, las medusas trepando en círculos, y el sol de la poesía que es el sol del alma, que gira en altamar, lejos de la tierra prometida, pero conduce el barco hasta ella misma y hacia los otros, hermanados todos en la muerte que nos une. A lo largo de esa ruta, los muros de Ciudad Juárez nos hablan con un nombre salpicado de sangre, y un hombre grita con el filo y el frío de la navaja en el cuello. Una niña despeinada se asoma a través de la niebla en la memoria y pregunta por la madre; una mujer mayangna habla con su silencio aferrada a la tierra, y en un escombro de la vieja Managua la limpiavidrios habita en su reino de latas y cartón.

En estos poemas, Marta Leonor se asoma en el espejo de los demás seres humanos y se ve coronada de espinas, encuentra el cuerpo común que ha sido escupido y crucificado, y se identifica y se reconoce en la humanidad doliente que compartimos; desde la cual, esta mujer que mira dentro de ella misma nos habla, construyendo día a día su frágil universo, entretejiendo sus palabras como una red que tiende sobre el abismo, y llevando como una lámpara su poesía, para alumbrar las hondas oscuridades del corazón.

La Prensa Literaria

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