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Jesús no engaña con sus promesas

Sacerdote católico “Te alabo Padre, (…) porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes y se las has revelado a los pequeños”. (Mateo 11, 25). Jesús expresa en forma de alabanza la manera como se ha de asimilar su Buena Nueva: no con una actitud intelectualista y soberbia sino con un corazón que reconoce […]

Sacerdote católico

“Te alabo Padre, (…) porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes y se las has revelado a los pequeños”. (Mateo 11, 25).

Jesús expresa en forma de alabanza la manera como se ha de asimilar su Buena Nueva: no con una actitud intelectualista y soberbia sino con un corazón que reconoce sus limitaciones y descubre en la Palabra Divina una fuente de vida, alegría y libertad.

El pequeño es el que se reconoce asimismo necesitado de una fuerza anterior y superior a él y deja atrás su autosuficiencia para enfrentar los problemas de la existencia.

“Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados (…) tomad sobre vosotros mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón (…) porque mi yugo es suave y mi carga es ligera” (Mateo 11, 28-30).

Jesús invita a todos los que están fatigados y sobrecargados a que “vengan a Él”, tomen su yugo y aprendan de Él.

Esta invitación no es una frase de cajón, lema publicitario o consigna electoral para seducir incautos seguidores que terminan desilusionados con promesas de felicidad que no vieron realizadas, propias de los políticos y embaucadores de nuestros tiempos. Al contrario, es una oferta de vida con sentido, dignidad, esperanza y decencia.

Jesús, lejos de hacer promesas demagógicas, en las cuales se ofrece lo que es imposible de cumplir, como la eliminación total de todos los males, más bien señala que su yugo es suave y su carga ligera. El Mesías es sensato y sabe que no le está hablando ni a tontos ni a borregos.

En la época de Jesús, el término “yugo” tenía un significado concreto. Representaba la Ley. Así como en una yunta de bueyes les hace dóciles para trazar el surco de manera adecuada, de la misma forma la Ley nos concede reconocer que debemos regirnos por la voluntad de Dios, así nos cueste, para conducir rectamente nuestras vidas.

El problema radicaba en que fariseos y maestros de la ley hicieron de ésta una carga muy pesada y deshumanizante. Con razón Jesús les criticaba que echaban fardos a la gente que ellos no eran capaces de llevar. Sucedía como muchas veces en nuestro medio donde las leyes se manipulan, sin equidad, en beneficio sórdido de quienes las crean.

La ley de Jesús, lejos de ser agobiante, es liberadora. Es una carga ligera que nos hace obedientes a la voluntad de Dios y nos da el discernimiento para saber cuándo leyes injustas nos humillan y en qué momento decidir si debemos obedecerlas o no.

Mansedumbre y humildad no deben entenderse como pasividad y cobardía. En la Biblia estos términos significan reconocerse necesitado de Dios y obedecer siempre su voluntad. Jesús en todo fue obediente a la voluntad del Padre por eso fue constituido Señor de Cielo y Tierra. El verdadero discípulo del Señor tiene como criterio de su vida obedecer a Dios y no a los hombres.

Jesús se fatigó, lloró, se angustió en Getsemaní, pero encontró consuelo y valor en los brazos amorosos de su Padre quien lo sostuvo en todo momento. Clavado en la cruz, clamó al Creador que todo estaba realizado y Dios aprobó su obra resucitándolo. La muerte no tuvo victoria sobre Él.

Estas palabras y ejemplo de Jesús nos animan a no desfallecer en los momentos de pesimismo y tristeza. Cuando a veces creemos que las fuerzas oscuras van a triunfar sobre la verdad, son un aliciente para seguir confiando, esperando y luchando por el bien.

Religión y Fe

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