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Murales movibles de Leoncio Sáenz, ubicados en el Supermercado La Colonia, en Plaza España. Dichas obras dibujadas y pintadas entre 1973 y 1974, en playwood, arenilla, óleo. Titulado El Tiangue, alude al mestizaje del mercado colonial y a una arquitectura colonial religiosa.LA PRENSA/U. MOLINA

Nuestro Tlahcuilo Leoncio Sáenz

No en vano Leoncio Sáenz es la mejor pluma, plumilla nicaragüense con tinta china y no por el poeta que es como creador de mundos, sino por dibujante metido a narrador, porque narrador se convierte en él el pintor y dibujante En el Códice matritense de la Real Academia y en versión del nahualista mexicano […]

  • No en vano Leoncio Sáenz es la mejor pluma, plumilla nicaragüense con tinta china y no por el poeta que es como creador de mundos, sino por dibujante metido a narrador, porque narrador se convierte en él el pintor y dibujante

En el Códice matritense de la Real Academia y en versión del nahualista mexicano Miguel León Portilla se lee un antiguo texto indígena que define al pintor entre los primeros hombres de Mesoamérica. Tlahcuilo quiere decir pintor.

El pintor: la tinta til y tague

artista, creador de cosas con el agua negra.

Diseña las cosas con el carbón, las dibuja,

prepara el color, lo muele, lo aplica.

El buen pintor: entendido, Dios en su corazón,

diviniza con su corazón a las cosas,

dialoga con su propio corazón.

Conoce los colores, los aplica, sombrea:

dibuja los pies, las caras,

traza las sombras, logra un perfecto acabado.

Todos los colores aplica a las cosas,

como si fuera un tolteca,

pinta los colores de todas las flores.

El mal pintor: corazón amortajado,

indignación de la gente, provoca fastidio,

engañador, siempre anda engañando.

No muestra el rostro de las cosas,

da muerte a sus colores,

mete a las cosas en la noche.

Pinta las cosas en vano,

sus creaciones son torpes, las hace al azar,

desfigura el rostro de las cosas.

Cuando Rubén Darío recordaba el futuro de las artes visuales de América, vislumbró en el pasado pre-hispánico a Leoncio Sáenz (1935-2008) y quiso dibujar con palabras el mundo de este artista y la forma cómo operaba el artista para trasmutar ese mundo en otros mundos.

Leamos a Darío y reconozcamos a Leoncio Sáenz: “Suene armoniosa mi piqueta de poeta! / Y descubra oro y ópalos y rica piedra fina, / templo, o estatua rota! / Y el misterioso jeroglífico adivina / la Musa. / En la mañana mágica del encendido trópico, / como una gran serpiente camina el río hidrópico / en cuyas aguas glaucas las hojas secas van. / El lienzo cristalino sopló-sutil arruga, / el combo carapacho que arrastra la tortuga, o la encrestada cola de hierro del caimán. / Pasa el bribón y oscuro zanate-clarinero, / vuelan al menor ruido los quetzales esquivos, / sobre la aristoloquia revuela el colibrí, / y junto a la parásita lujosa está la iguana”.

Y en efecto, Leoncio Sáenz ha creado un mundo plástico americano moderno y a su vez primitivo a punta de dibujo. Ha atrapado el mundo y la vida por los bordes, por los contornos. El mundo del contorno: el dibujo, y lo ha hecho como poeta y arqueólogo, es decir, inventando y exaltando sus raíces, su vida anterior a la vida, su memoria oscura llena de mitos y fantasmas y explorando la tierra y la cotidianidad.

Con él asistimos al renacimiento del dibujo moderno centroamericano. Su mundo limita por sus cuatros costados con las posibilidades que ofrece el dibujo. Límite y alternativa. Un mundo abarcador y abarcado, fijado en línea y visto por sus dos lados: negro y blanco, abstracto y figurativo, telúrico y solar. De aquí que Leoncio Sáenz se sumerja en tierra y haga cortes transversales que, transcritos en papel, aparenten ser pequeños cuadros abstractos: pero bien mirados, podemos reconocer en ellos las diversas capas geológicas, sedimentaciones de cerámica, ríos feroces de huesos, fosas comunes, magma ardiente, dentelladas, escombros, etc. ¿Paisajes subterráneos? Tal vez.

De aquí también que Leoncio Sáenz emerja y nos deje en testimonio –porque el dibujo aquí se propone como testimonio– el mundo cotidiano: niños, casas, escenas familiares, históricas y de torturas en las cárceles desde distintos ángulos, las fiestas y los personajes folclóricos y religiosos, el agro y los animales, que tienen para él implicaciones simbólicas, alegóricas muy simples, acaso son las señales que el propio artista nos va dejando para facilitarnos la comunicación o para que no nos perdamos en su lectura: los pájaros y el sol (la libertad), las mariposas (vida en movimiento, metamorfosis, alma de los héroes según la mitología mesoamericana), la serpiente y el jaguar (divinidades), la iguana o el caimán (la tierra) y las calaveras y el osario (la muerte). ¿Paisaje urbano y humano? Sin duda. Cronista, por lo tanto y por otros rasgos que señalaremos inmediatamente.

No vano, Leoncio Sáenz es la mejor pluma, plumilla nicaragüense con tinta china y no por el poeta que es como creador de mundos, sino por dibujante metido a narrador, porque narrador se convierte en él el pintor y dibujante. El dibujo y la pintura a veces, en diversos momentos históricos, han sido narrativos. Y esa capacidad suya narrativa, le ha permitido realizar las dos únicas crónicas o murales de verdadera importancia que existen en la Nicaragua, de autor nacional, de antes y después de la Revolución.

Otros murales de Leoncio Sáenz, Gran Hotel y Supermercado La Colonia en la vieja Managua, que fueron destruidos por el terremoto del 23 de diciembre de 1972. Los dos murales a los que me he referido se localizan en el supermercado de la Plaza España, en la misma Managua y describen, narran profusa y progresivamente el mercado popular, mestizo nicaragüense y el tiangue indígena, antes de la conquista: hombres y mujeres en el comercio de frutas, comales, tortillas y animales.

Sus animales están concebidos y ejecutados con un primor admirable y entrañable de indio. No obstante la similitud temática con los murales de la banda izquierda del Palacio Presidencial de México, pintados por Diego Rivera, estos murales no tienen relación ni influencia de la escuela mexicana ni con Rivera, ya que fueron tratados a pincel y a cincel —bajos relieves— y si con algún artista se les quiere buscar parentesco sería en todo caso con el guatemalteco Carlos Mérida, por su figuración geométrica y por la integración de la arquitectura con la escultura-mural.

La escultura de Leoncio Sáenz también ha sido desafortunada, lamentablemente algunas de sus mejores piezas monumentales se destruyeron en el terremoto del 72. Como su dibujo y pintura, su escultura es de raíz indígena: monumental, monolítica, pétrea y simple, paralelepípedos con sus dibujos incisos, que evocan y reafirman las estelas prehispánicas.

He escrito por ahí la palabra tlahcuilo, pintor de códices. Sí, Leoncio Sáenz me lo recuerda continuamente y no sólo por su carácter narrativo, sino por los colores. En los códices, el negro, el rojo y ocre, fueron aplicados en forma plana y la mayor parte de la producción de Leoncio Sáenz es plana: figuración, dibujo, colorido y superficie, aún en sus óleos, que no son más que dibujos coloreados, sobre madera con una textura básica de arena y vinílica. Tanto el dibujo como su pintura carecen deliberadamente de volumen.

Y de los códices aztecas o mayas, Leoncio Sáenz me hace saltar para admirar en él la convivencia armónica de tiempos y culturas diversas al Arte Bizantino, especialmente cuando su línea negra y marcada define, como en los mosaicos, las vestiduras y la anatomía de sus personajes y escenarios. El negro plano es recurrente y predilecto en Leoncio Sáenz, y esto determina su monocromía, pero las variaciones de punto y línea, casi como una excelente y trascendente caligrafía, le sacan a este valor: el negro, múltiples partidas, matices tales, que llega hasta a convertirlo en color y manejarlo como color. Las superficies lisas pulidas y pulidas y los colores planos son reiterados y afirmados, cuando frota el óleo con tela o algodón.

Entre el dibujo a plumilla y el color y óleo plano y frotado, Leoncio Sáenz suele superponer objetos metálicos, chatarra menor que se encuentra tirada por las calles y en los talleres de mecánica automotriz y sobre ellos suelta el spray o pringa la tinta —un poco de azar controlado—, para conseguir dos efectos, que son concesiones al dibujo: volúmenes vacíos y fondos volátiles, puntillos aéreos, finos.

Técnica mixta sabiamente gobernada, de aquí que su producción acuse una factura, uno de los acabados más nítido, límpidos que se pueden encontrar en las artes plásticas nicaragüenses. Una obra llena de asepsia. Estas virtudes y su identidad confirmada, hacen que la producción de Leoncio Sáenz sea rica, pero invariable y por supuesto, siempre reconocible, identificable al primer vistazo.

A pesar de que Leoncio Sáenz nació el 14 de enero de 1935 en el Valle de Palsila, un remoto pueblito mestizo, tierras y montañas adentro de Matagalpa, Nicaragua, quiso bajar a Managua en 1954, cuando aún la capital no se aliviaba de su terrible mes de abril, en procura de escuela o taller de artista que lo adiestrara. Aquí encontró la precaria Escuela Nacional de Bellas Artes y a su instructor, Rodrigo Peñalba (1908-1979) maestro de libertad del academicismo formativo, prueba de ellos es que de su magisterio salieron las más recias personalidades del arte nacional y que la mayoría de sus discípulos terminaron apostatando de él y respetándolo a su vez.

Asimismo Leoncio Sáenz ha fundado y participado de las dos épocas de grupo y galería Praxis, ha dirigido la Escuela de Bellas Artes de la Universidad Nacional Autónoma en León y expuesto en las galerías y museos del continente. Pertenece, pues, al núcleo de nuestros artistas plásticos representativos, por su calidad, que la configura su fuerte individualidad creadora y su natural identidad americana: Omar D’León, Armando Morales, Orlando Sobalvarro, Róger Pérez de la Rocha, Leonel Vanegas y Alejandro Arosteguí. La crítica de arte ya hasta lo ha encarcelado en una celda muy elástica; según ella, Leoncio Sáenz como dibujante simbólico, alegórico y testimonial está inserto en al neofiguración contemporánea, que por su geometrismo en trazos y líneas evoca el Constructivismo y que por su agresividad y placidez y por la integración de distintas técnicas y elementos comunicantes tiene un acentón expresionista.

Tal vez sea verdad quizá: lo único que yo sé de Leoncio Sáenz es que es la tribu y de la tribu del guatemalteco Carlos Mérida, de los mexicanos Rufino Tamayo y Francisco Toledo, y del peruano Fernando de Szyszlo.

La Prensa Literaria

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