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Hoy estamos aquí congregados para enterrar la muerte. Venimos a derramar colores, luz y alegría en este desolado campo de tristeza y olvido. Traemos perfumadas rosas para que aromen este lugar de llanto y de recuerdos, al que quisiéramos verlo convertido en un jardín florido, donde lleguen a librar su néctar las mariposas, azules, blancas, y amarillas, que son el símbolo de la resurrección del alma, según la mitología precolombina de ilustres abuelos. Este lugar debería ser un parque lleno de árboles en flor, de blancos madroños primaverales decembrinos, de robles rosados y amarillos corteses de oro.
Digo: que debería ser un hermoso jardín como aquél que conocí en Europa, en Copenhague, Dinamarca, donde los muertos duermen contentos escuchando el trino de los ruiseñores y absorbiendo el perfume de las flores. Bello empleo de un país culto que ama el arte y la vida es plenitud. Aprendamos nosotros Nicaragüenses hermosos ejemplos de armonía como cantara el poeta.
Nuestros cementerios, especialmente el de Managua, es un lugar lóbrego sucio y lleno de escombros de estatuas rotas y de cruces, que nadie se digna en repararlas. Y esa obsesión de tantas cruces, que saturan el campo santo ya se olvidaron que la cruz en tiempos de los romanos fue instrumento de tortura y muerte, donde murió Jesucristo, pero el cristianismo la convirtió en instrumento de salvación, ¿habrase visto? También hubiesen sacralizado el hacha con que fue cortada la cabeza de Juan el Bautista, el precursor de Cristo.
Llenemos este cementerio de blancos cirios que en un momento se apagaron, porque así es la vida humana: un cirio encendido de radiante luz, que se apaga en la noche oscura infinita. Aquí en Nicaragua tenemos la mala costumbre que cuando se aproximan las señaladas fechas del 1 y 2 de noviembre la gente se apresura, machete, pala y escoba en mano a limpiar la basura de todo el año, solamente esos días, los difuntos lucen coronas de flores de papel crepé y algunos manojitos de lirios y gladiolas rojas. La idea de celebrar esta ceremonia la concebimos mi amigo y hermano Carlos Garzón y yo Leoncio Sáenz. Hace algunos años, la discutimos y pensamos cómo sería posible su realización. Hoy al fin hemos podido lograr este hermoso sueño, para marcar la pauta de lo que será en el futuro el Arte Funerario Nicaragüense. Creo que ya es tiempo de revisar ciertos cánones en relación al arte funerario que necesita renovarse y marcar pautas audaces, que liberen las formas anémicas y estereotipadas de un arte decadente y santuario.
Basta buscar la sencillez de las formas puras, sin aditamentos barrocos de estéril manierismo, que inundan los cementerios de estériles pompas, frías de contenido estético y vital, son como adornos de opereta o juegos fatuos. Seamos audaces, derrochemos a porfía el color vibrante, enterremos el color negro, fúnebre, porque la vida color es el más allá se transforma en arco iris inconsútil y eterno, de fulgor permanente. Gracias Carlos Garzón por señalarnos la pauta para seguir el camino.
(Texto leído en la inauguración, un 2 de noviembre del 2003, del mural Jesús desciende en la tumba y resucita, pintado en el Cementerio Occidental, Leoncio hace su propuesta del Nuevo Arte Funerario, en presencia del director de Cultura, Napoleón Chow, Carlos Garzón, y otros asistentes al acto).