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Jesucristo es la perla preciosa

Sacerdote católico Jesucristo, la gloria más excelsa del género humano, nos dijo estas palabras: “Negociad mientras yo vuelvo”. Pero el Señor nos habla de un comercio particular. Nos lo expresa en una de las parábolas que se narra en el Evangelio de hoy: la perla preciosa (Mateo 13, 45-46). Uno se imagina a un hombre […]

Sacerdote católico

Jesucristo, la gloria más excelsa del género humano, nos dijo estas palabras: “Negociad mientras yo vuelvo”. Pero el Señor nos habla de un comercio particular. Nos lo expresa en una de las parábolas que se narra en el Evangelio de hoy: la perla preciosa (Mateo 13, 45-46). Uno se imagina a un hombre conocedor de bellas gemas. Era el mejor mercader de aquel pueblo de Oriente, conocía los diamantes más puros de África, distinguía los más bellos rubíes de Persia, era experto en amatistas, en zafiros y en aguamarinas. Rastreaba todos los brillantes y las joyas que llegaban a Jerusalén. Y seguramente se paseaba silencioso por todas las callejuelas mirando las vitrinas y las tiendas de la vieja ciudad. De un momento a otro el mercader se maravilló ante la vista de una bellísima perla que mostraban. Era la perla más preciosa que había visto en toda su vida. Parecía que se hubiera cristalizado en ella toda la belleza del mar.

El comerciante presuroso fue a su casa, recogió todas sus joyas finas y adquirió con ellas la perla maravillosa. Jesucristo dijo: ¡Así es el Reino de los cielos!

La imagen de esta parábola nos invita a seguir radicalmente a Jesús dejándolo todo, porque Él es esa perla preciosa. Es una exigencia fuerte e inquietante, pero en el fondo, dejarlo todo, en este contexto, es adquirir un estado de libertad necesario para el discipulado. Cuando nos encontramos encadenados de corazón y de acción a nuestras pertenencias, a personas, líderes, ideologías o prejuicios sobre la vida no podemos comprender el significado de esta invitación de Cristo. No se trata de un llamado a la irresponsabilidad frente a nuestros compromisos en este mundo, sino a la necesidad de mantenernos sin ataduras.

Cristo es la perla preciosa porque es el maestro divino que nos revela el misterio escondido de Dios, tan profundo y tan sencillo: Amarlo a Él y amar a nuestros hermanos.

Muchas veces, alardeando de una vana sabiduría y de una abusiva interpretación de las palabras del Señor, se destruye este ideal sagrado. Esto es una desviación, un falso misticismo criticado por el mismo Cristo cuando dijo que no se puede amar a Dios al cual no se ve si se desprecia al hermano que sí se ve.

Se dice honrar a Dios pero se desprecia al prójimo; se va a misa, pero se pagan salarios injustos; se lee la Biblia, pero se poseen latifundios inmensos, rodeados de míseros ranchos donde sólo abunda la miseria y el hambre.

Los obreros que hacen las mansiones no tienen casa, los tejedores que fabrican nuestros vestidos no tienen ropa que ponerse, los albañiles que construyen nuestros colegios no tienen escuelas para sus hijos, los campesinos que cultivan las haciendas no tienen un pedazo de tierra para sembrar su propio maíz y frijol.

Debemos reconocer la gravedad de la ancestral injusticia que nos rodea y de la cual somos cómplices silenciosos y actuar en favor de un pueblo postrado y abatido que clama trabajo digno, salud, alimentación, libertad, respeto y atención.

Liberados por Jesucristo no podemos ser esclavos de la ambición del poder, sobre todo cuando no es para ponerlo al servicio de todos, sino para satisfacer la avaricia sin límites de un grupito que en vez de servir al otro, lo humilla, lo desprecia, lo utiliza o aniquila. Aunque proclamen una fe adornada con frases populistas, si no dan ejemplo de abrazar con sinceridad el Evangelio, terminan irrespetando, como se les ha hecho costumbre, las leyes de Dios y de la Patria.

Religión y Fe

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