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El cronista Rubén Darío

Las 33 crónicas bien seleccionadas de esta antología que abarca dos décadas de la obra periodística de Rubén Darío que le permitió dedicarse a la poesía que cambió el rumbo de la literatura en lengua española, es toda una revelación. En estas páginas emerge el retrato de un hombre en constante movimiento que tiene un […]

Las 33 crónicas bien seleccionadas de esta antología que abarca dos décadas de la obra periodística de Rubén Darío que le permitió dedicarse a la poesía que cambió el rumbo de la literatura en lengua española, es toda una revelación. En estas páginas emerge el retrato de un hombre en constante movimiento que tiene un compromiso con un mundo en transición entre dos siglos en que coexistían lo cosmopolita y lo rural: Madrid, Londres, Frankfurt, Berlín, y sobre todo su amado París, pero también Tánger y su Nicaragua natal. Se sienten en estas crónicas los efectos del comienzo de la globalización con el movimiento masivo de emigrantes y la diversidad étnica con todos los problemas que esto conlleva, como, por ejemplo, el racismo y el abismo creciente entre los ricos y los pobres en las mismas urbes europeas y en zonas menos desarrolladas del mundo como África y Latinoamérica.

El organizador de este volumen, el dariano alemán Günter Schmigalle, que también hizo una edición crítica de La Caravana Pasa, destaca en su introducción una gran variedad de subgéneros de Darío como cronista que incluyen crónicas filosóficas e impresionistas, retratos de figuras literarias, reseñas de libros, entrevistas, relatos de viajes y comentarios sobre exposiciones de arte. Cuando se considera que dos tercios de la obra de Darío consisten en estos textos en prosa para periódicos importantes de la época como La Nación de Buenos Aires, y cuando se considera a la vez que esta vasta producción de un escritor fundamental es prácticamente desconocida, este volumen publicado por la nueva editorial Veintisiete Letras, de Madrid, bajo la dirección certera de Viviana Paletta, tiene aún más importancia para los lectores que quieren conocer otras voces de Darío además de las que surgen en su poesía y en sus cartas (incluso cuando éstas aparecen en la “autobiografía” genial y engañosa que armó Ian Gibson con tijeras digitales en Yo, Rubén Darío).

París es, definitivamente, un protagonista en la selección de Schmigalle que afirma que esta ciudad para Darío tiene una doble importancia: “Por un lado se trata de la ciudad real que se presenta a los ojos del cronista y a los sentidos del poeta; por el otro, París es el parangón de su ideal que representa la unión posible entre el arte y la vida, entre la poesía y la realidad”. Sin embargo, como señala Schmigalle, la relación entre el poeta y la ciudad de sus sueños cambia con el tiempo de ilusión a desilusión. El primer viaje a París en 1893 que Darío describe con mucha exuberancia en La Agitación Recién Pasada Jean Carrere, Ferro Non Auro (con referencias a desfiles públicos con muchachas desnudas y una revolución estudiantil reprimida violentamente por la policía) se asemeja en cuanto al tono positivo a la crónica de abril de 1901, París, Hombres, Hechos e Ideas, con su descripción de la primavera: “La primavera ha venido; ya los árboles retardatarios, no pudieron contenerse por más tiempo, y los brotes aparecen, y han comenzado las ramas a vestirse de verde. Los jardines se pueblan de visitantes; la alegría vuelve a reinar en el parque Monceau, en el Luxemburgo, en las Tullerías. Los bulevares hierven; las terrazas de los cafés parecen, por lo tupidos y variadas, de exposición. Las muchachas de amor inauguran las modas nuevas, y las carreras atraen a mucha gente. El Bosque se despierta. Es el momento en que los partidarios de la repoblación sueñan. El ambiente está como más oxigenado, el sol reasoma sonriente, se les encuentra más talento a los cocineros, el aire libre invita a imitar su libertad; se suelen encontrar con más frecuencia que de costumbre, parejas que se besan en plena calle”.

Sin embargo, en octubre del mismo año, en la crónica La Vida Intelectual, Cinq Ans Chez les Sauvages, quizás inmerso en la melancolía otoñal de París, Darío recuerda su idealismo inicial al llegar a la ciudad como adepto en un proceso de iniciación cultural mística y luego plantea su desencanto con un mundo cada vez más comercializado y más ajeno a los valores puros que Darío quisiera mantener como creador: “Llegué a París con todas las ilusiones, con todos los entusiasmos. Mi deseo era poder oír de cerca la palabra de los maestros, intimar con los nuevos escritores, aprender, sentir al lado de ellos el fuego secreto, la misteriosa llama que hace pensar y realizar tan bellas cosas. Recibir lecciones de consagración, de fidelidad a un ideal, a un alto objeto moral, a un culto artístico y humano. Desde lejos, el miraje era ciertamente encantador. Llegué, vi, quedé desconcertado. El arte, la literatura ha sufrido la esclavitud de todas las demás disciplinas: el industrialismo. El objeto principal, si no el único, es ganar dinero, más dinero, todo el dinero que se pueda”.

Darío todavía afirma en 1902 en De la Influencia del Pensamiento Alemán en la América Española: “Somos, más que otra cosa, hijos mentales de Francia”. Pero pocos años después surgen aún más fisuras en la devoción parisiense de Darío. En 1904, acompañando a un joven hispanoamericano que llega a París “lleno de frescas ilusiones y de antiguas lecturas”, Darío lamenta los cambios en la ciudad que él conoció casi una década antes. Esta crónica En el ‘País Latino’ está poblada de fantasmas de literatos muertos y algo que Darío considera realmente nefasto: “Un soplo de ultramodernismo y de americanismo del Norte, de yanquismo, ha invadido el sacro recinto que antes protegían el orgulloso Panteón y la venerable Sorbona”. En la misma crónica, Darío relata con tristeza cómo un grupo de estudiantes franceses racistas hostigan a dos estudiantes negros sentados tranquilamente en un café. A veces el mundo de las crónicas de Darío se sincroniza perfectamente con la actualidad.

La preocupación de Darío con los efectos negativos culturales y políticos de los Estados Unidos en Hispanoamérica es un constante en estos artículos periodísticos presentados en orden cronológico. La colección comienza con Por el Lado del Norte, publicado en El Heraldo de Costa Rica en 1892 cuando Darío tiene 25 años y termina con El Fin de Nicaragua, de 1912 cuando al poeta le quedan menos de 4 años de vida. Ambos son artículos ferozmente en contra de los Estados Unidos. El primero es más intuitivo y exhortativo: Por el lado del Norte está el peligro. Por el lado del Norte es por donde anida el águila hostil. Desconfiemos, hermanos de América, desconfiemos de esos hombres de ojos azules que no nos hablan sino cuando tienen la trampa puesta. El país monstruoso y babilónico no nos quiere bien”. En el segundo texto hay un conocimiento histórico y político de parte del poeta a raíz de la caída del gobierno de José Santos Zelaya debido a la intervención estadounidense que produce un pensamiento profético y profundamente fatalista y antiimperialista en el poeta, refiriéndose a acciones que, efectivamente, se repitieron a lo largo del siglo veinte y, en cierta medida, hasta el día de hoy: “Y los Estados Unidos con la aprobación de las naciones de Europa —y quizá algunas de América…— ocuparán el territorio nicaragüense… Y la soberanía nicaragüense será un recuerdo en la historia de las repúblicas americanas”.

Nicaragua tiene una presencia viva en dos crónicas más que aparecen en este volumen: Folklore de la América Central, Representaciones y Bailes Populares de Nicaragua (1896) y El Viaje a Nicaragua II (1908). En el primer texto, Darío habla en términos personales de pasos, coloquios, pastorelas y moros y cristianos además de las danzas de la yegua, los mantudos y el toro huaco. Hay recuerdos también de La Purísima. Las opiniones de Darío sobre El Güegüense en esta crónica discrepan bastante con las perspectivas críticas actuales sobre esta obra clave de la literatura hispanoamericana del período colonial que destacan más la rebeldía y la etnicidad mestiza del protagonista: “El Güegüense habla por el pueblo. Es la humildad del indio conquistado, delante de la autoridad; es la voz de la raza que se despide”. El bellísimo y conocido Viaje a Nicaragua, con todas sus referencias a la flora de Nicaragua (sobre todo las flores que adornan los altares fragantes de la celebración de La Purísima) y la producción del café, se presta a un análisis ecocrítico porque es un ejemplo, quizás el único en la obra dariana, en que el poeta cosmopolita realmente demuestra una conciencia botánica. La frescura con que Darío observa su propio país, sin embargo, es desconcertante, porque es como si el periodista-poeta fuera un extranjero europeizado, visitando una zona rural de Centroamérica por primera vez.

Darío hace otro viaje a un país del llamado Tercer Mundo que lo lleva a Marruecos. En Tánger, Darío no es exento de muchos de los prejuicios orientalistas (que Edward Said describe en su libro fundamental Orientalism) cuando participa en las típicas actividades turísticas. Pero la crónica también es una meditación respetuosa sobre las diferencias entre los musulmanes y cristianos, concepciones que persisten, a veces con consecuencias graves, hasta la actualidad. Como siempre, Darío tiene una sensibilidad muy refinada para describir una gran variedad de rasgos fenotípicos árabes y, además de estos elementos visuales, lo que el visitante oye en una ciudad musulmana: “El canto o más bien recitado del muezzin es de esas cosas que no se olvidan cuando se las oye. En lo profundo de la sombra nocturna, o a la hora del crepúsculo, o bajo la maravillosa luna que brilla sobre zafiro celeste, su voz, en un ritmo repetido y único, confía al viento y promulga al mundo que Alah es grande. Esta campana humana que llama a la oración y que recuerda a las razas más creyentes del orbe la omnipotencia del Dios poderoso, es de lo más impresionante intelectualmente que se puede todavía encontrar sobre la faz de la tierra”.

Hay mucho más en las crónicas de la excelente antología ¿Va a arder París…?: escándalos suculentos, asesinatos políticos tan trágicos como los de una obra de Shakespeare, descripciones de miembros de la Real Academia que “coronan obras mediocres y correctas”, y paseos a orillas del Sena, donde Darío encuentra ejemplares de Prosas Profanas con la dedicatoria borrada, a treinta céntimos entre los incontables libros viejos. Es aquí donde el poeta contempla los “esfuerzos inútiles” de tantos escritores destinados al olvido más absoluto: “Allí reposan los que han ‘hecho obra’: ¡tantos volúmenes, tantos tomos de crítica, tantas novelas!… ¡Nada, nada, nada! A diez, a quince, a veinte céntimos. La letanía de nombres desconocidos es abrumadora”. Al fin y al cabo, estas crónicas revelan una faceta poco conocida y fascinante de Rubén Darío como un periodista que afirma lo siguiente: “Y no he de decir sino lo que en realidad observe y sienta. Por eso me informo por todas partes; por eso voy a todos los lugares”.

La Prensa Literaria

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