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La solidaridad con los afectados del Mercado Oriental

“Yo también me uno a este fuerte llamado a la solidaridad”. (Benedicto XVI) Nos decía una querida amiga comerciante del Mercado Oriental, quien perdió prácticamente todo su negocio en el incendio recién pasado: “Gracias a las oraciones y a la solidaridad de mis amigos y de la ciudadanía en general, no he sucumbido y me […]

“Yo también me uno a este fuerte llamado a la solidaridad”.

(Benedicto XVI)

Nos decía una querida amiga comerciante del Mercado Oriental, quien perdió prácticamente todo su negocio en el incendio recién pasado: “Gracias a las oraciones y a la solidaridad de mis amigos y de la ciudadanía en general, no he sucumbido y me sobran las ganas para reiniciar la lucha”.

La palabra “solidaridad” es un vocablo bastante utilizado en los discursos y el vocabulario de los políticos de todas las tendencias. En el ámbito cristiano también se emplea como sinónimo del término “caridad” o sea el amor al prójimo por amor a Dios. Esto nos hace ver a Cristo en el necesitado y estar de alguna manera con éste en sus momentos de dificultad o sufrimiento.

Ser solidario es lo mismo que “saber estar”. Muchas veces la sola presencia en un momento de dolor ya es bastante para el que sufre. A veces sin pronunciar palabra alguna decimos mucho a quien en un momento dado requiere de compañía… Porque es decirle al otro: “Aquí estoy, comprendo tu situación, comparto tu problema, cuenta conmigo”.

La solidaridad auténtica no es mezquina, está desprovista de ocultos intereses personales, sectarios o partidarios. La persona solidaria es pura en su intención, sincera en sus palabras, pronta y generosa en socorrer o ayudar moral, espiritual o materialmente según sus posibilidades. El solidario busca el bien del que sufre, levantarle el ánimo, inyectarle esperanza, dar cariño, no el aplauso ni la alabanza propia, sino que el otro crezca levantándose aunque sea poco a poco de su postración en uno u otro sentido.

Que no se abuse política ni religiosamente de la desgracia ajena aprovechando estas dolorosas circunstancias del voraz incendio del Oriental para comprar partidarios o capturar adeptos. Nos parece oportuno traer a colación las palabras de un estimado pastor evangélico que afirmaba: “Jesucristo no nos mandó a hacer proselitismo, sino a amar”. El proselitista político busca asegurar el voto, como el proselitista religioso aumentar los miembros de su secta.

Sin pretender atribuir segundas intenciones a nadie en particular, sí queremos prevenir, principalmente a nuestros gobernantes y a otros líderes políticos y religiosos, contra la tentación de llevar agua a sus respectivos molinos… ¡Por eso resulta saludable verificar la pureza de nuestra solidaridad! Que la solidaridad nos lleve a respetar la dignidad de la persona del comerciante caído en desgracia.

Religión y Fe

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