En mi tierno país menudo y desgarrado
el poder niega la razón de Heráclito
y anuncia con bombo y platillo
que es posible bañarse dos veces
en el mismo río.
¿Será que el pasado se repite?
¿Quién ha visto pasar de nuevo
a los muchachos? ¿A los fantasmas quietos
cuyos nombres mastican las mandíbulas de los políticos?
¿Cuántos hemos visto salir de sus tumbas?
La estática, hermosa, memoria
ésa donde aún somos jóvenes
y donde la desilusión y el cinismo
aún no han cavado sus túneles ni desatado sus trombas
rehúye las manos ávidas
que intentan reinventarla deslavada,
cercenadas sus aristas,
convertida en papelillo de feria
en escenografía de la vanidad.
Tantas memorias sagradas
rehúsan someterse a la reescritura
y yacen en nuestro pecho amuralladas.
Sobre ellas se cierne la amenaza
de una monumental y desacertada
falsificación: las imágenes retocadas con embrujos,
los retratos alterados en una sucesión
de contrasentidos.
Hábiles prestidigitadores
sacan nuevas significaciones de la manga,
hacen saltar conejos de sombreros de mago
y a escondidas, de noche, sueltan los zorros
que habrán de degollarlos.
Me pregunto si seremos un caso terminal de desesperanza.
Los desabridos igual que los ávidos
condenados a morir atenazados
por la retorcida espiral
de nuestra ingrata historia.
Veo las luces de Managua
titila mi ciudad pequeña
como un cofre de joyas:
rutilante botín
de los saqueadores de tumbas.
Agosto, 2008