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Jamews Cagney y Edward g. Robinson.

¿Hollywood y la mafia ? En busca de la honestidad histórica

Todo escritor tiene derecho a seleccionar los blancos de sus críticas, especialmente en las esferas de poder. Pero la base de toda crítica que se respete debe ser el conocimiento y la investigación, en una palabra: la honestidad histórica. Un reciente artículo de la agencia EFE escrito por Manuel Carretero (y reproducido en este mismo […]

Todo escritor tiene derecho a seleccionar los blancos de sus críticas, especialmente en las esferas de poder. Pero la base de toda crítica que se respete debe ser el conocimiento y la investigación, en una palabra: la honestidad histórica.

Un reciente artículo de la agencia EFE escrito por Manuel Carretero (y reproducido en este mismo suplemento literario) con comentarios sobre el libro Hollywood y la mafia, del británico Tim Adler, revela esa tendencia a condenar con base en suposiciones y datos tergiversados. Confieso no haber leído el libro, por lo que el presente artículo se basa exclusivamente en los comentarios de Carretero y los párrafos del libro citados en su artículo. Mi objetivo no es defender a Hollywood sino, la verdad histórica.

El negocio del cine en Hollywood alcanzó desde sus inicios niveles de prosperidad insospechados, debido a la gran acogida que tuvo el nuevo medio entre el público. Esto generó fama y fortuna repentina para mucha gente, lo que tiende a promover cierto relajamiento en las costumbres. Como en Estados Unidos el consumo de drogas con fines recreativos es ilegal, era de esperarse que la distribución de las mismas en todos los sectores sociales, incluyendo el mundo del arte, implicara la participación del hampa; pero esto no significa que en Hollywood haya habido, por este motivo, una vinculación más estrecha con el gangsterismo.

En el artículo de Carretero es totalmente antojadiza e ilógica la afirmación de que: “Hollywood ha retratado de forma magistral a las figuras de la mafia, porque en realidad las tenía muy cerca: desde los primeros tiempos de la industria cinematográfica, la Cosa Nostra hizo negocios y manejó a productores y actores de la Meca del Cine”.

La imagen del hampa en el cine social de la Warner (uno de los grandes estudios de Hollywood) en la década de 1930, era descarnada. Las tres cintas seminales de este tipo de cine, El pequeño César (1930), El enemigo público (1931) y Cara cortada (1932), protagonizadas respectivamente por James Cagney, Edward G. Robinson y Paul Muni, exponen el mundo del crimen organizado como un entorno despiadado, cuyos participantes encuentran como destino irremediable la corrupción y la muerte violenta. Si hubiese habido una conexión estrecha entre Hollywood y el gangsterismo, estas cintas no se habrían filmado.

Pero como señaló el crítico e historiador de cine uruguayo, Hellen Ferró, en su libro Qué es el cine, el cine, por su propia dinámica, tiende a glamourizar las cosas que condena. El mismo autor nos cuenta que los jóvenes de su generación, después de ver el filme antibélico por antonomasia, sin novedad en el frente, soñaban con encontrar una muerte romántica en los campos de batalla, como el protagonista de esa película.

Los llamados grupos de presión autoerigidos en guardianes de la moral pública (entre ellos la Iglesia católica), advirtieron este fenómeno y exigieron a Hollywood que alternara las películas de gángsteres con películas que exaltaran la labor de la policía, lo que explica la producción de cintas como G-Men y Balas o votos, protagonizadas respectivamente por Cagney y Robinson en papeles de agentes de la ley. Este género cinematográfico (el policial), que alterna películas de policías y delincuentes, sigue vigente hasta nuestros días.

Antojadiza es también la afirmación de que “…ahí están películas como El Padrino, que reflejaba a los mafiosos como protectores de las mujeres y los niños, no se metían en asuntos de drogas y no se traicionaban unos a otros”. El Padrino, basada en la novela homónima de Mario Puzo y dirigida por Francis Ford Coppola, narra una historia de traiciones, extorsiones, asesinatos y desgracias personales, como consecuencia natural de las actividades ilegales como medio de enriquecimiento. En ningún momento se insinúa que los gángsteres no hayan intervenido en el tráfico de drogas.

Don Vito Corleone, mafioso de viejo cuño, rechaza la oferta de los traficantes de drogas de compartir con ellos sus conexiones en el mundo de la política a cambio de una participación en el negocio de las drogas. Pero quienes le hacen la oferta son precisamente miembros de otras “familias” del hampa, que incluso intentan asesinarlo por su negativa.

Tomemos como ejemplo de falta de datos precisos la afirmación de que: “Hasta la Segunda Guerra Mundial, tanto los jefes de la MGM como de la 20th Century Fox estuvieron robando millones de dólares provenientes de la recaudación de taquilla”. En realidad las casas matrices de los grandes estudios de Hollywood eran también dueñas de las cadenas de exhibición, es decir, se trataba de un negocio centralizado, lo que en la década de 1950 la Corte Suprema de Justicia declaró inconstitucional por constituir un monopolio ilegal.

Otro dato erróneo es que: “En 1958, Harry Cohn, de la Columbia, amenazó a Sammy Davis Jr. con partirle las piernas si no dejaba de verse con Kim Novak, de quien estaba encaprichado. El resultado es que Davis, aterrado, se casó rápidamente con una corista negra”.

La Novak estaba siendo promocionada como la nueva estrella de la Columbia y un matrimonio con el cantante de color, Sammy Davis Jr., habría destruido su carrera, debido al racismo imperante en muchos sectores del público. La intromisión de Cohn con la pareja (a todas luces injustificable) no se debió a un asunto de celos como insinúa el artículo, sino a que la Columbia tenía invertido millones en la actriz. Por su parte, Davis no “se casó rápidamente con una corista negra”, sino con May Britt, actriz sueca, blanca y rubia, cuya carrera (había sido co-estrella de Marlon Brando y Robet Mitchum) terminó abruptamente luego de su matrimonio con el cantante de color. Años más tarde Davis contrajo matrimonio con la morena Altovis Gore, que lo acompañó hasta su muerte.

Presentar a los actores de cine como víctimas de la explotación de los productores es olvidar que los actores siempre se han encontrado entre los asalariados con ingresos más elevados del mundo (incluso los actores secundarios). Es verdad que no participaban de las ganancias de las películas, pero el viejo sistema paternalista de los grandes estudios (con actores y técnicos bajo contrato) permitía una estabilidad laboral que hace muchos años dejó de existir en el mundo del cine. Hoy actores y directores participan activamente en la producción cinematográfica y algunas estrellas ganan hasta 25 millones de dólares por película, pero, con las excepciones de rigor, las carreras suelen ser muy cortas y las posibilidades de encontrar trabajo (excepto para los actores y técnicos de mucho renombre) son inciertas.

Es correcto que los gángsteres fundaron Las Vegas y que Frank Sinatra mantuvo relaciones con el mundo de la mafia. Pero no hubo nunca ningún control gangsteril en las carreras de Cagney y Robinson, dos de los mejores actores de todos los tiempos, cuya militancia en causas de promoción social motivó que, en algún punto de sus respectivas carreras fueran tildados de comunistas. Sus relaciones con el gangsterismo se limitaron a sus magistrales caracterizaciones en la pantalla grande.

No olvidemos que en Hollywood se produjeron muchos de los grandes clásicos del cine del siglo XX. Exagerar las posibles relaciones de mafia con el mundo del cine, es darle al crimen organizado un mérito que no merece.

La Prensa Literaria

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