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El poeta leonés Alfonso Cortés en su juventud.LA PRENSA/ARCHIVO

Los dramas de Alfonso Cortés

La vida de Alfonso Cortés está llena de misterios y poesía, carga de energía perturbadora y dramática que surgen en un ambiente familiar en León en la casa donde vivió el poeta Rubén Darío. Sus poesías denotan una intensa búsqueda de Dios y de los dramas del ser y no estar De la poética mística […]

  • La vida de Alfonso Cortés está llena de misterios y poesía, carga de energía perturbadora y dramática que surgen en un ambiente familiar en León en la casa donde vivió el poeta Rubén Darío. Sus poesías denotan una intensa búsqueda de Dios y de los dramas del ser y no estar

De la poética mística y vida trágica de Alfonso Cortés (León, 1893-1969), lo más valioso es la alternabilidad de sus estados psíquicos de lucidez o incoherencia exaltada en que vivió, su pensamiento panteísta cósmico, dramático, existencialismo que produjo formas de creación literaria metafísica y modernista, genial desde sus inicio hasta su final.

Hace 81 años, un 18 de febrero de 1927, Alfonso pierde contacto con la realidad cotidiana. Entonces tenía 34 años, y según su padre don Salvador Cortés, esa noche trágica Alfonso, poeta agudo y bohemio consuetudinario, despertó sobresaltado y con remordimientos de haber escrito y publicado un irreverente artículo de tema religioso. A partir de esta fecha le iniciaron las crisis de furia y locura por lo que se le encadenaba; también permanecía períodos con los ojos cerrados y no comía, por lo que “su vida normal” ya nunca fue la misma.

Valga apuntalar que para entonces Alfonso, que había cumplido los 34 años, tenía un pensamiento persistente, obsesionado desde muy niño en las meditaciones trascendentales y místicas, asimiladas gradualmente del cosmos griego, judaico y oriental, que vino posteriormente a derivar en la “poética alfonsina”, metafísica y modernista, tratante del conocimiento del misterio intuitivo del todo divino, de la nada, y del ser.

Y para muestra señalo uno de sus más celebrados poemas panteísta, La canción del espacio (de 1927), el que en sus primeros versos dice: “¡La distancia que hay de aquí a / una estrella que nunca ha existido / porque Dios no ha alcanzado a/ pellizcar tan lejos la piel de la / noche!”; antes (en 1919), había escrito otro poema, pero de fatalidad extrema titulado: Irrevocablemente, dejando así una magistral pieza del pesimismo existencialismo más radical. Pero sus primeros atisbos de “clarividente precoz” de un mundo gnóstico y premonitorio se dan cuando escribe el poema Las dos voces, el cual dice en sus dos primeros cuartetos: “Cuando mi alma se abría / al sol de la literatura, / tal una flor del día, / ebria de amor y de locura. / Con ímpetus extraños, / y el corazón me era oportuno, / (yo tenía siete años, / y el siglo XX estaba de uno)”.

Modernistas, malditos y teosofistas

Sobre estos admirables versos y otros, el doctor Alejandro Serrano ha expresado que “en la poética metafísica y existencialista radical de Cortés se percibe esa esencia de alta sensibilidad humana, donde el poeta mismo busca el ser y se encuentra con la nada.

Drama colosal de su poesía metafísica, que se remite a Dios. Poemas como La gran plegaria, exteriorizan la angustia del vacío y la búsqueda de la solución en Dios, como una exploración del destino de la humanidad y su eternidad. Y en otras de sus poesías como la de Irrevocablemente se erige en un signo de fatalidad de la nada.

Esta carga de energía perturbadora y dramática de su “homilía teosófica” surge en un ambiente leonés muy familiar, el de la casa donde vivió Darío, y de las corrientes del pensamiento muy claramente modernista y teosófico. Alfonso no sólo fue lector y devoto del Quijote de Don Miguel de Cervantes, y de Segismundo en prisión, un personaje de la obra de La vida es un sueño (1636) de Calderón de la Barca, que trata sobre la duda existencial, sino que se nutrió de las esencias y formas de los sonetos de Charles Baudelaire, (autor de Las flores del mal y Paraíso artificial), poeta de vida decadente, dividido y atraído con idéntica fuerza por lo divino y lo diabólico. También gustó obras de Sthefane Mallarmé, Jean Moreas y Paul Verlaine, de los cuales tradujo algunos poemas.

Asimismo fue amigo del peruano y modernista irreverente José Santos Chocano (1875-1934). Es importante señalar que el pensamiento modernista, de los cuales se embebió Cortés, reaccionaba contra el positivismo, interesándose por la teosofía de Annie Besant y Helena Blavatsky, así como por las ideas de Arthur Schopenhauer (1788-1860), filósofo alemán, famoso por su doctrina del pesimismo, oponiéndose así experimentalmente al realismo, optando por la literatura narrativa de la alucinación y locura, y ambientes de refinada bohemia, a menudo idealizados líricamente.

Para el escritor Edwin Silva “Alfonso Cortés se figura a Dios de manera antropomórfica y lo identifica con la belleza. Y al hombre lo sabe finito, insatisfecho, aventurero y nostálgico. Es muy probable que las lecturas teosóficas hayan modelado su figuración de Dios como actividad e infinitud a cuyo culto ofreció su alma, consiguiendo con ello situarse en la avanzada humana que trasciende, partiendo de la visión de que existe un oculto paraíso donde el espíritu es rosa que se abre a “los vientos de Dios”.

El misterio en la casa de Darío

Asimismo es notorio observar que este genial poeta —calificado como un metafísico leonés, centroamericano, americano genial y único— vivió en la misma casa en que residió y murió, entre delirios tremendos, el más grande poeta del Modernismo, Rubén Darío. Esta especial casa de la tía Bernarda, de hogar pasó a ser su prisión domiciliar por 17 años; en 1944 Alfonso fue trasladado al Manicomio de Managua, y a finales de su vida, el 3 de febrero de 1969, regresa de nuevo a ella, a morir; hoy Casa-Museo Rubén Darío.

De esta vivienda colonial ubicada cerca de la iglesia de San Francisco, Darío retrata su misteriosa atmósfera de catolicismo especulativo así: “Cuando en el barrio había moribundo, tocaban las campanas de esa Iglesia el pausado toque de agonía, que llenaba mi pueril alma de terrores… La casa era para mí temerosa por las noches”.

“Anidaban lechuzas en los aleros. Me contaban cuentos de ánimas en pena y aparecidos…”. Pues no es lejano suponer que en este mismo ambiente animista, religioso y romántico vivió Alfonso su espectacular drama sisifiano y prometeico. Ahora los restos de ambos dramáticos e inseparables, Alfonso y Darío, descansan en la Catedral de León. Y es que Darío con Alfonso, por misterioso destino, siempre fueron almas modernas y trágicas de las cuales el gran músico alemán Richard Wagner, si los hubiese conocido, habría escrito su mejor ópera dramática.

Sabemos que estos dos genios vivieron en la misma casa colonial de la tía Bernarda, surcaron los vuelos de los pensamientos simbolistas y teosóficos, sólo que con diferentes dimensiones, experiencias literarias y místicas. En el caso de Alfonso la saga de su creación alfonsina y dramática se fue entretejiendo en los planos de un modernismo panteísta, simbolista y heroico más profundo, único en su especie.

Sus libros y antologías publicadas anuncian el paso a las obras completas, que nunca publicó libros, sino su familia y amigos, entre ellos: Poesías, 1931; Tardes de oro, 1934; Poemas eleusino, 1935; y Las siete antorchas del sol, 1952.

También su obra fue revalorada por el poeta Ernesto Cardenal, en la selección antológica, 30 poemas de Alfonso. Finalmente en el reciente año (el 2004), Ediciones Pavsa editó el libro Alfonso antología poética, con una selección más amplia de 90 poemas.

Pero el deseo de familiares, como el señor Guy Bendaña Guerrero, es que se publiquen las obras completas de Cortés, que reúna las clasificadas por Cardenal y otros lingüistas, como la Alfonsina, la modernista y la mala (incoherente o fragmentada producida por sus inestabilidades mentales).

Esto permitiría hacer un estudio más profundo y serio de su producción poética en condición de ipseidad o mismidad, expresada en estos tres planos de su pensamiento panteísta y dramático en letra grande y pequeña, irrepetible en su género.

La Prensa Literaria

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