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Ángel Zárraga visto por el pintor mexicano Diego Rivera.LA PRENSA/Cortesía

Ángel Zárraga y las figuras femeninas

Retomando la historia artística del pintor Ángel Zárraga como protegido de Rubén Darío, reproducimos un artículo del poeta aparecido en la revista Mundial, 1912 en París Llegó de tierra mejicana a Europa, joven, muy joven. Escribía versos, pintaba cuadros, estaba lleno de ilusiones de gloria. Los versos y las pinturas revelaban un hermoso y fresco […]

  • Retomando la historia artística del pintor Ángel Zárraga como protegido de Rubén Darío, reproducimos un artículo del poeta aparecido en la revista Mundial, 1912 en París

Llegó de tierra mejicana a Europa, joven, muy joven. Escribía versos, pintaba cuadros, estaba lleno de ilusiones de gloria. Los versos y las pinturas revelaban un hermoso y fresco talento, en el cual se encontraba una cuidada cultura, la decisión y la pasión del artista nacido y la chispa americana.

Se fue a la madre patria, a España; los versos fueron poco a poco quedando en segundo término y Ángel Zárraga, como poseído de su verdadera vocación, buscó a los maestros pintores peninsulares, visitó y estudió el museo del Prado, entró al taller del admirable técnico que es Sorolla; aprendió todo lo que pudo aprender; se relacionó con los intelectuales; fue íntimo de Valle Inclán, de los Baroja; se unió a los jóvenes que hoy brillan en el arte español. Luego fue a Bélgica; ensayó tales o cuales novedades, neoimpresionismo, divisionismo; dejó piafar su juventud ansiosa. La reflexión llegó, y cambió los nuevos buscadores por los viejos maestros. Quintín, Metsys, Memling, todos los grandes flamencos fueron admirados y comprendidos por el hijo del país azteca, que lleva sangre vasca en las venas. En Holanda conoció y trató a más de un “raro” de la pintura, como ese misterioso y singular Toorop, sobre quien se diría ha soplado una ráfaga venida de las entrañas de la antigua India. Luego, Ángel Zárraga pasó a Italia, y fue encantado por la más maravillosa y deleitable música de los ojos, con los poderosos creadores del Renacimiento, con los príncipes del dibujo y reyes del color, con los suntuosos y soberbios decoradores de iglesias y palacios que dejaron a los siglos sus tesoros de gracia y fuerza pictóricas. Mas no fueron solamente los italianos, sino otros grandes de otras partes quienes prefirieran su deseo de perfeccionamiento. Y así ha escrito Rodolfo Panichi: “II Rembradt, il Morone, il Tintoretto, il Velásquez, il Goya, sono i veri maestri che lo Zárraga ha nell’ anima e nell’occhio, ed egli si pone il principio che, coi mecí meravigliosi dei Veneti del decimosesto secolo e degli Spagnuoli del decimosettimo si prosa esprimere tutta la complexita e l’inquietudine della vta contemporanea Egli trascurra pertanto ogni artificio di tecnica moderna, riescendo ad ottenere una luminositá composta, una intonazione gradevole e poetica, alla quale tuttavia e suoi studi sulla divisione e sovraposivione del colore devono avergli giovato notevolmente. Cosi, se c’e talora nei suoi lavori un senso di manierismo nella distribuzione delle parti prinsipali, e di convencionalismo negli accessori che ricordano le composizioni del nostro risorgimento, egli resta pero psicológicamente indipendente”. Y es lo cierto que, de su incursión por el espíritu del arte moderno, han resultado obras que tienen una característica, un sello personal inconfundible en figuras magistrales, sólo que, como lo hace notar el mismo Panichi, el tipo de los campos es distinto, “es el país castellano, son los contornos de Toledo y de Segovia los que el pintor siente y reproduce. Un país lleno de melancolía y de tristeza…” En España ha encontrado Zárraga muchas de sus figuras. La vieja que ora, arrugada y triste y de una pena secular; la Mala consejera, la celestina de cara de búho, junto a la muchacha rozagante, carne de vicio; la Bailarina desnuda y la trotaconventos maternal; la Vieja mendiga y la Vieja del rosario, y el Tríptico de las dos mozas hermosas y el viejo del escapulario, apretado, amojamado, pero viviente de su vida sórdida, devota y tradicional.

¡Y las lindas figuras femeninas de Ángel Zárraga! La del Don, Marta y María, ascetismo y voluptuosidad; el otro cálido desnudo de la Alegoría del Otoño, cuadro digno de los buenos tiempos de Venecia; un precioso retrato de adolescente, la dama arrodillada ante el San Sebastián, un tanto paganizado del Voto, que se expuso en el pasado Salón de Otoño; la hembra de la femme et le pantin; y, sobre todo, esa maravillosa Novia, cuadro que con sus dos desnudos es un canto misterioso a la “arcilla ideal”, al hechizo enigmático de la mujer, y que, vagamente, sugiere, en la simbólica Granada entreabierta, el arcano amoroso y la iniciación de las iniciaciones. Paso a paso, consciente y con seguridad, va Ángel Zárraga camino de la gloria.

La Prensa Literaria

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