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Las flores que se cansaron de no saber volar

Entraron como mariposas. De verdad que las confundí con mariposas. Hasta pensé, ve qué alegre, otra vez hay mariposas de colores. Tenía años de no verlas en mi jardín y menos adentro de la casa. Ya no me visitaban, ni siquiera aquellas negras horripilantes. Tenebrosas. Con una calavera perfecta, dibujada en el centro. En otros […]

Entraron como mariposas. De verdad que las confundí con mariposas. Hasta pensé, ve qué alegre, otra vez hay mariposas de colores. Tenía años de no verlas en mi jardín y menos adentro de la casa. Ya no me visitaban, ni siquiera aquellas negras horripilantes. Tenebrosas. Con una calavera perfecta, dibujada en el centro. En otros tiempos quedaban prendidas por días en la esquina de alguna habitación.

Un aroma delicioso mezclado con cierta reminiscencia a velorio invadió la biblioteca justo cuando terminaba de releer Las Flores Del Mal. Estaba confundida. Salí a la terraza y comprobé que las flores habían desaparecido de las jardineras. Anonadada como estaba, apenas sentí que algo se posaba sobre mi hombro, hasta que el insistente olor a jazmín me hizo volver en mí.

En efecto era un jazmín con su patita verde asentado en mi hombro. Lo quise tomar delicadamente con las manos y voló. Corrí intentando atraparlo, pero me encontré con una bandada de margaritas, gencianas, tulipanes y hierberas en plenitud de vuelo. Entraban y salían de la casa, algunas se estrellaban contra los ventanales de vidrio y en seguida un par de rosas muy gentiles las recogían y agitando las hojas de su tallo, se alzaban hasta el cielo de sonriente sol, dejando a su paso una estela de pétalos sueltos.

Llamé a Paulina mi vecina más cercana, para indagar sobre el comportamiento de las flores de su jardín. Paulina se desperezaba lentamente, después de una noche de parranda y no tenía idea de lo que sucedía más allá de su lecho. Me disponía a colgar la bocina cuando Paulina con voz gangosa gritó, “aquí andan zumbando orquídeas, margaritas y un anturio está justamente agitando el pistilo sobre mi almohada, lo atraparé”. Luego la comunicación quedó en suspenso.

Doy fe y soy testigo ocular de la primera flor que se marchitó en el aire, sus restos descansan en la paz de mi memoria. Tengo pruebas irrefutables del hastío milenario de estas proveedoras de aroma, belleza y color. De su rebeldía ante la quietud impuesta. De su delicadísima manifestación de libertad. ¿Que pájaro les alborotó sus instintos ocultos? No lo sabemos. Yo sólo puedo hablar por lo que le corresponde a los metros cuadrados de mi jardín urbano. Sé que un ruiseñor visitaba a mis flores con insistencia. No me gusta hablar de más.

Crear una flor es trabajo de siglos, dejó escrito William Blake. Según mis pesquisas; es probable que hacerla volar sea el trabajo pasajero de un ruiseñor seductor.

La Prensa Literaria

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