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El nuevo libro crítico de la dariana Nydia Palacios Vivas: Nuevos asedios a Rubén Darío (1988-2007), nos ofrece siete trabajos sobre el poeta universal, tantas veces estudiado, pero que cuanto más se cultiva, más recónditos pasajes y diversos caminos se abren desde la incansable pluma que parecen seguir produciendo las hermosas manos del poeta. Es […]

El nuevo libro crítico de la dariana Nydia Palacios Vivas: Nuevos asedios a Rubén Darío (1988-2007), nos ofrece siete trabajos sobre el poeta universal, tantas veces estudiado, pero que cuanto más se cultiva, más recónditos pasajes y diversos caminos se abren desde la incansable pluma que parecen seguir produciendo las hermosas manos del poeta.

Es por eso que Nuevos asedios a Rubén Darío, viene siendo la insistencia, y por qué no, la pretensión de encontrar algo de otras verdades que encierran sus palabras.

Al abrir el libro nos encontramos con la importancia que otorga la doctora Palacios a su lector, cuando explica su trayectoria dariana, para sentar bien firme una vocación que viene desde niña, con un acendrado tesón, que fue apoyado por su madre Haydée Vivas de Palacios, gestora de sus dones y precisamente a quien con orgullo y amor dedica los ensayos presentados.

Continúa con un prólogo del maestro dariano doctor Horacio Peña, quien nos reitera que Nydia sigue su lectura incansable de Rubén, y, al releerlo una y otra vez, descubre y nos descubre nuevas interpretaciones, no tan sólo en lo que dice Darío, sino en cómo lo dice, dentro del marco histórico, cultural y religioso. El erudito dariano afirma una vez más que todos los caminos llevan a Rubén.

Nydia, siguiendo una didáctica especial para introducir sus ensayos, enfoca de manera sucinta los antecedentes del Modernismo, Clasicismo y Romanticismo, en un capítulo que titula Introducción a la poesía de Rubén Darío. Ubica a Darío de manera que cualquier neófito pueda comprender el resto de los ensayos. A manera de escenario esboza que en las últimas tres décadas del siglo XIX en América Latina surge un movimiento de honda predilección por una estética nueva que si bien posee un fuerte sello romántico, cultiva la perfección de la forma que tomaron del parnasianismo y la musicalidad de las palabras del simbolismo. De este sincretismo: romanticismo, parnasianismo y simbolismo, surge el modernismo, que también se alimenta del decadentismo y el realismo.

Además, el libro contiene los siguientes ensayos: Morfología, sintagmas nominales y recursos estilísticos en la Canción del Oro; El elemento erótico en El coloquio de los centauros; Rubén Darío e Ian Gibson; Lo fatal de Rubén Darío: Nuevas formulaciones en Siete estaciones de una búsqueda, novela de Josefina Leyva; El imaginario femenino en Cantos de vida y esperanza, Los cisnes y otros poemas; Rubén Darío detective: Espiritismo y reencarnación en la novela policíaca Rubén Darío y la sacerdotisa de Amón de Germán Espinoza, y Nexos temáticos en Cantos de vida y esperanza y El canto errante de Rubén Darío.

Como el tiempo apremia no puedo dar una ojeada a todo el contenido interesante y de gran profundidad, por eso me limitaré a exponer algunas ideas alrededor de las cuales giran tres de los ensayos presentados: Morfología, sintagmas nominales y recursos estilísticos en la Canción del Oro; el elemento erótico en El coloquio de los centauros, y Lo fatal de Rubén Darío: Nuevas formulaciones en Siete estaciones de una búsqueda, novela de Josefina Leyva, porque considero que sintetizan los enfoques presentados en el libro: recursos literarios empleados, el erotismo y lo ficcional.

Nydia Palacios inicia el corpus con Morfología, sintagmas nominales y recursos estilísticos en la Canción del Oro.

En principio sitúa la Canción del Oro como punto de equilibrio dentro de la estructura de Azul, siendo el único que carece de línea argumental, constituyendo un relato atemporal que ha sido llamado “prosa poemática” por la crítica. Cita a la argentina Zunilda Gertel, afirmando que ante el fracaso positivista, el hombre siente su incapacidad para proyectarse en la realidad y comienza la búsqueda en su interioridad. Nydia Palacios trata de demostrar dentro del contenido temático, la unidad de lo subjetivo y lo objetivo del mundo del mendigo-poeta en la Canción del Oro, mediante el lenguaje lírico, que es pues, el punto crucial del cambio a un mundo cerrado y personal.

Afirma que el estribillo constituido por la oración “Cantemos el oro”, representa su posición ante la vida y las cosas. Es cuando le da sentido utilizar su inimaginable conjunto de exquisiteces y refinamientos que le ofrecía la lengua. Porque desentrañar los contenidos de su pensamiento y desnudar su alma, requeriría un nuevo lenguaje, un código distinto que fuera capaz de sugerir y simbolizar la esencia del pensar y del sentir. Nydia lo imagina como un buceador dentro de la lengua para poder descubrir los recursos que pudieran adecuarse a una actitud, a un sentimiento y a una concepción del mundo que fueran manifestaciones de su particular hipersensibilidad frente a ese inmenso y desolado, que se le presentaba hostil y que es el escenario de un mundo sujeto a fuerzas impersonales.

Por eso Nydia confirma que en la Canción del Oro las imágenes se acumulan en esta “letanía infernal” como la llama don Juan Valera, a base de violentos contrastes, ya que admiración y rechazo se mezclan en la visión del “mendigo-poeta”. Asevera Palacios que para mostrar esa experiencia sensorial, emplea frases y oraciones cortas, rápidas, unimembres, como: “inmenso tesoro”, o bien “leche rubia”, etc.

Indirectamente, insinúa lo teatral al enfocar el estribillo con la forma verbal “cantemos”, exhortativa de ruego, con la cual el oyente imaginario participa y forma parte del coro, que con su carga emotiva de matiz irónico, constituye el soporte estructural sobre el que está constituido el himno.

Con detalle devela por ejemplo la circunstancia temporal de un pasado que puede ser tanto próximo como lejano, utilizando Darío, escribe Palacios, una prosa de estilo rápido, nervioso, emotivo. Define la angustia y desolación del poeta, sobre todo la impotencia que va desde la delicadeza al tono violento para destacar la vileza del oro.

Pero así como se refiere a los diferentes tipos de oraciones, verbos, proposiciones, etc., también señala el ritmo y otros recursos estilísticos, para encontrar en un análisis detallado, la vigencia de la palabra de Darío, que desemboca en el mundo utilitarista de una sociedad frívola donde el oro ejerce su poder.

En su segundo ensayo El elemento erótico en El coloquio de los centauros Nydia se propone demostrar cómo el erotismo del poema rompe las reglas de los interdictos exaltando el placer de hombres y bestias como fuente de goce, de dolor y de muerte. Dice Palacios Vivas que esta contradicción se transparenta en la presentación del paisaje, en el uso de los mitos griegos, en su visión armoniosa del mundo y en su concepción de la mujer y la muerte.

Porque como afirma José Nelson Barria Navarro, Rubén sintió con intensidad y terror los abismos y lo expresa en su temática oscura. Su obsesión por la muerte, muy cercana a los románticos malditos, refleja también una tentación diabólica cristalizada en la figura de la mujer. La atracción del cuerpo, el encanto hechicero de los sentidos, el amor, la música, son motivos que se conjugan con el horror de la hermosura femenina, con la metamorfosis de la mujer-satán o, la misma Venus disfrazada de muerte.

Por eso Nydia explica el erotismo basada en la filosofía de George Bataille y en el profundo pesimismo de Schopenhauer y de Kierkegaard. Pero también utiliza la dualidad que explica Octavio Paz, al analizar el erotismo y la fe cristiana que Rubén plasma en este poema donde ofrece, según Palacios, una amalgama del paganismo grecolatino con doctrinas esotéricas, budismo, tantrismo, pitagorismo, platonismo y otras corrientes de pensamiento que forman el sustrato del monumental poema.

Afirma la autora que la discusión de la creación es el gran tema en El coloquio de los centauros que se cristaliza en la unidad de los sexos entre hombres y bestias. Las bestias equinas inician su coloquio sobre tres enigmas: el misterio de la creación, la mujer y la muerte. Es por eso que el cosmos es visto como erótico y místico. Toda la naturaleza se enfoca desde una perspectiva erótica, es carne palpitante, escribe.

También afirma que la dualidad del hombre no se resuelve, porque el hombre de fin de siglo, oscila entre la moral del estoico y la dicha del placer epicúreo. Expresa que la selección de los centauros como hablantes del coloquio, ejemplifica de manera notable, esas fuerzas en tensión que estallan en la violencia del deseo que animaliza al hombre, y asegura que el simbolismo del centauro y del sátiro se relaciona con la actividad erótica en la medida que el erotismo, aunque sea una actividad humana, tiene como fundamento la bestialidad.

Nydia Palacios demuestra en su ensayo, que en El coloquio de los centauros caben todas las transgresiones. Una de ellas es la que se refiere al ayuntamiento de animales y seres humanos en busca del placer, simbolizado en la posesión de Pasifae con el toro: “Con la bicorne bestia, Pasifae se ayunta. / Naturaleza sabia formas diversas junta”. Pero también que el gran poeta encontró las bases para convertir el amor sexual en una clase de cosmología, cuyo centro es el cuerpo femenino.

Pero Nydia no sólo ha penetrado con su análisis en la obra dariana, sino a través de obras en que se ficcionaliza a él, por eso ella misma afirma: “En Hispanoamérica, la presencia de Darío como personaje y como intertexto ha sido una constante del siglo XX hasta nuestro días”.

Las siete estaciones de una búsqueda de la escritora Josefina Leyva, presenta a un Darío obsesionado por el misterio de la eterna lucha por encontrarle un sentido a la vida y que busca en las religiones el secreto del mundo.

He aquí que Darío con Lo fatal, el poema más pesimista de su libro Cantos de vida y esperanza, sirve a Josefina Leyva como intertexto recurrente en su novela Siete estaciones de una búsqueda, para plantear el gran dilema ontológico que padece su protagonista Ángel Cordero, quien según Nydia, al final disipa las dudas que lo sumen en el abismo de la desesperación, cuando la escritora subvierte el texto poético y lo transforma en canto a la vida, a la fe, al encuentro con la tierra prometida. Este cambio optimista, lo logra Ángel Cordero, el personaje, por medio de la filosofía yoga.

Nydia recurre nuevamente a los filósofos, en este caso existencialistas, para exponer las inquietudes y profundidades que surgen al examinar los poemas de Darío, pues como ella escribe, en Lo fatal, los tres Nocturnos y en otros poemas de Darío, se transparenta la tormenta espiritual que abate al yo lírico.

Heidegger, Camus, Nietzsche, Kierkegaard invaden el ensayo para soportar las ideas que atormentan al protagonista-poeta, cuya meta esencial es desentrañar lo oculto, lo que está después de ese fin de la vida del hombre que llamamos muerte. El protagonista busca a Dios y no sabe dónde encontrarlo. Hay angustia, duda, nos reitera Nydia, el ser y no saber nada y ser sin rumbo cierto de Lo fatal acosa a Ángel Cordero, estudiante de la clase de modernismo en el Recinto de Mayagüez, Universidad de Puerto Rico. El abatido estudiante que se siente atrapado, exclama: “No quiero seguir existiendo a ciegas. ¡Oh Rubén! ¡No puedo morir en las tinieblas como tú! ¡Yo necesito saber adónde vamos y de dónde venimos! Es mi decisión escapar a las tinieblas de la ignorancia” (Leyva 195).

Pero dentro de la trama de la novela hay un personaje antagónico, su amigo Dionisio, quien se mofa del conflicto de Cordero y vive el instante, lo disfruta. En ello encuentra Nydia las dos caras de la vida. Dionisio el esclavo de la carne sugiere a su amigo que participe de orgías y que fume opio, que se sumerja en los paraísos artificiales donde encontrará el éxtasis de las sensaciones, pero la respuesta de Ángel es: “No, esos placeres no traen la libertad. (…) Yo quiero escarbar la realidad y descubrir qué hay debajo de ella” (Leyva 11).

La novelista introduce entonces el personaje femenino Diana y se remite al mito griego a través del poema El coloquio de los centauros, donde Diana simboliza la muerte. Es allí donde Darío subvierte la figura esquelética y terrorífica de la muerte, sustituyéndola por la diosa de la caza, hermana inseparable de la vida que hasta los dioses la desean.

Nydia establece similitudes entre el escenario donde se llevan a cabo tanto la trama de la novela de Josefina Leyva como en el poema El coloquio de los centauros. La primera en la isla del encanto, Puerto Rico, “encanto” que sugiere atmósfera mágica; el segundo, en la Isla de Oro, donde los centauros expresan sus ideas sobre los grandes enigmas, el pitagorismo esotérico, base del ocultismo, elemento clave en la poesía dariana.

Señala que esta corriente ocultista está presente en la novela de Leyva y se confirma con el título Las siete estaciones de una búsqueda. Aludiendo al secreto que los centauros tienen acerca del orden secreto del cosmos.

Pero todo se resuelve con la esperanza al ver a la muerte en él mismo, al sufrir una septicemia; pero la ve como un tránsito, como una evolución de la vida, como un puente que debe atravesar para encontrarse con Dios.

Sin duda, podemos encontrar mejor leyendo en Nuevos asedios a Rubén Darío, los intersticios de estos temas, minuciosamente expuestos por la escudriñadora pluma de su autora: Nydia Palacios Vivas, con su sabio análisis dariano y filosófico, en que ha basado su hermoso trabajo.

Sólo me queda invitarles a degustar este excelente libro para desentrañar los misterios allí resueltos a la manera de Nydia Palacios Vivas, como si fuéramos destapando la matreshka, que es cambio y continuación de la vida.

La Prensa Literaria

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