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Una vida en la danza

Para hablar de esta mujer no se necesitan tarjetas de presentación, basta con sus cuarenta años de vida artística y su nombre: Haydée Palacios Vivas. Una “masaya auténtica” que de niña gozaba al bailar sones de marimba junto a sus vecinitas, y que con el tiempo lo que empezó como un juego infantil se convirtió […]

Para hablar de esta mujer no se necesitan tarjetas de presentación, basta con sus cuarenta años de vida artística y su nombre: Haydée Palacios Vivas. Una “masaya auténtica” que de niña gozaba al bailar sones de marimba junto a sus vecinitas, y que con el tiempo lo que empezó como un juego infantil se convirtió en una forma de vida.

Sus amigos y colegas describen a esta bailarina, maestra, marimbista e investigadora de las tradiciones como “¡toda una artista de la danza!” Y no es para menos, durante el paso de los años la mujer bajita, de ojos claros, brillantes y de voz ronca, ha logrado imponer su “sello”, formando a muchas generaciones de bailarines y maestros que se han encargado de reproducir el estilo, bailes y trajes de lo que ha sido su mayor fruto: el Ballet Folclórico Haydée Palacios.

“Ella es una gran mujer, amable, de carácter fuerte y luchadora celosa por la preservación de las tradiciones”. Así la describe Patricia Ruiz, una de las bailarinas más fieles que ha tenido la maestra entre su elenco. Los 28 años que Ruiz ha compartido con Palacios Vivas la han empujado a crear una relación casi maternal entre ambas, un cuadro que se repite entre los tantos alumnos que han pasado por las manos de la “profesora Haydée”, como suelen llamarla sus pupilos.

Cuando niña, “era asmática, pero aún así mi infancia fue maravillosa. Nunca me castigaron”, comenta con una risa traviesa la maestra que yace ahora delicada de salud, en su casa de Las Brisas, en Managua.

Entonces se la pasaba jugando, remedando las procesiones de San Jerónimo, esa tradición mítico-religiosa en la que salen grupos a bailar por las calles de Masaya. Por aquellos años, a falta de marimba, sus amiguitos sonaban las pailas y Haydée Palacios bailaba.

“Yo salía en todos los actos de la escuela, bailaba de árabe, me vestía de mexicana, de todo hacía. El único al que no le gustaba era a mi papa (Dagoberto Palacios), no sé por qué; pero mi mama, Haydée Vivas, hacía lo que fuera para que yo bailara”, recuerda Palacios.

A los 14 años, por recomendación médica, comienza sus prácticas de ballet, una técnica danzaria que hasta la fecha le continúa encantando.

“El médico me decía que desarrollara los pulmones a través de algo tan firme como el ballet, entonces yo venía a Managua a recibir clases con la maestra española Francina de Catégora… La danza para mí siempre ha significado un sentimiento que se expresa a través del corazón y el cuerpo, para esto tenés que amar lo que hacés, y ese sentimiento creo que como masaya legítima que soy, fue creando en mí un entorno casi mágico”, señala Palacios.

Un mundo mágico del que no logró separarse nunca. “Mi escuela fue la calle”, reconoce la maestra. Sus primeros pasos los aprendió con su tío Horacio Palacios (q.e.p.d.), un bailarín tradicional.

El folclorista y también masaya, Bayardo Ortiz, recuerda que Haydée Palacios era “una bailarina que se defendía bailando sones de marimba. Ella no era una bailarina profesional, pero se superó con su grupo, salió adelante desde que se metió a la danza, nunca descansó. Es una mujer esforzada”.

Hoy, aún en su etapa convaleciente, Palacios no deja escapar ni un solo detalle de lo que es su principal preocupación: su ballet folclórico. A veces hasta pasando por encima de su familia.

Han pasado ya cuatro décadas desde aquel 1966, cuando Haydée Palacios, maestra de primaria, comenzó a incorporar la danza como una materia más en el pensum que impartía en la Escuela María del Pilar, en Masaya. Luego, se trasladó a Managua para impartir clases en la Escuela Rubén Darío, donde por primera vez recibe un reconocimiento por su docencia en la danza.

“Eso me motivó más. Ese reconocimiento me lo dieron por haber organizado el primer festival de danzas folclóricas a nivel de distrito, en Managua. Quería que mis alumnos conocieran los valores nacionales. Nadie daba clases de folclor. Comenzaba Irene López, pero quien incluye la danza en los colegios como parte del programa educativo y en los festivales desde primaria hasta la secundaria, fui yo”, comenta Palacios.

Así se fue dando a conocer como maestra de danza, hasta que llegó 1970, el año en que se integró al cuerpo docente del Instituto Ramírez Goyena, un centro estudiantil que determinó el surgimiento de su ballet, que por muchos años llevó el nombre de la alumna Ruth Palacios.

“El grupo del Goyena era para la gente de secundaria. Entrabas en primer año y cuando te bachillerabas te salías. Se llamaba Grupo Folclórico del Instituto Ramírez Goyena, después para la revolución (1979), una compañera del ballet fue asesinada y entonces pasó a llamarse como ella: Ruth Palacios”, cuenta Patricia Ruiz, miembro del ballet de Haydée Palacios.

Para ese tiempo, la maestra Palacios dirigía también los conjuntos folclóricos de los institutos Manuel Olivares y Primero de Febrero, pero al final se decidió por continuar su trabajo con el grupo que había formado en el Instituto Ramírez Goyena.

Estar en el Ballet Folclórico Ruth Palacios, como se llamó hasta 1990, era ser parte de una fraternidad. “La maestra nos daba mucha confianza. La sentíamos como una compañera. Para mí y gran parte de los bailarines ése es parte del atractivo del grupo, que es muy familiar, con ella podemos platicar, llegar a su casa y comer con ella, hablar de lo que sea. Yo le digo a ella que es como mi segunda mamá”, dice Ruiz.

Haydée Palacios describe a su ballet como una gran familia a la que ha dedicado toda su vida. Cada uno de sus alumnos no son simples bailarines a dirigir, sino que ha dejado que también sean parte de su vida, yendo más allá de los salones de ensayo y los escenarios, y formando parte de la solución de los problemas.

“Yo me preocupo porque no les pase nada malo”, dice la maestra. “También me intereso por inculcarles valores morales, éticos, los apoyo en todo como si fueran mis propios hijos y me gusta conocer a sus padres”.

Su entrega ha sido incondicional. Prueba de ello es que en muchas ocasiones Haydée Palacios ha servido de mentora para sacar a varios de sus alumnos de “algún clavo”. Pero lo mejor de todo es que como a toda madre, también le ha tocado disfrutar los éxitos alcanzados por sus bailarines.

Esa entrega que la caracteriza ha provocado en algunas ocasiones el reclamo de sus hijos, Martín y Carmen María, quienes durante su niñez sufrieron la ausencia de Haydée, la madre.

“Yo me dediqué por entero al ballet. El reclamo de mis hijos era cotinuo. Ahora ya lo comprenden, pero un día mi hijo (Martín), me dijo: ‘Mama, no mande a la empleada al acto de la escuela porque no es mi mama’. Entonces reaccioné. Ellos nunca se imaginaron que iba a llegar, y cuando me vieron entre los padres de familia, cantaron y bailaron con una felicidad…”, recuerda Haydée Palacios con ese brillo inconfundible en sus ojos marrones.

Aunque ninguno de sus hijos decidió ser bailarín, ahora en esta etapa dura que ha obligado a la maestra dejar por un tiempo los salones de ensayo y los escenarios, su hija Carmen María ha vuelto a involucrarse en el Ballet, para apoyar al elenco que ha formado su madre.

Lo más grande que Haydée Palacios dice haber tenido en la vida es su elenco y con éste, sus mejores momentos ocurrieron en la década de 1990, cuando el Ballet Folclórico Haydée Palacios recorrió varios países de Europa, Estados Unidos y la región centroamericana.

“Ella desde siempre ha estado pendiente de que no se tergiverse el folclor. Siempre ha dicho que sí se debe enriquecer por todo lo que conlleva proyectar los bailes en un escenario, pero ella siempre ha luchado porque los pasos sean los mismos porque el vestuario sea auténtico”, señala Luis Rodríguez, quien en ausencia de la maestra realiza la función de subdirector del Ballet.

Olga Gómez, otra de las bailarinas con mayor trayectoria en el Ballet, fue parte de esa experiencia en la que lograron llevar el “sello” de Haydée Palacios a los escenarios internacionales.

Entre las piezas que Gómez señala como las favoritas de la maestra son Labores Campesinas, Aquella Indita, El Güegüense, Las Pastorelas y especialmente la obra Los Agüizotes, montaje con el que ganaron muchos festivales artísticos.

Centenares de bailarines y reconocimientos, y otro sinnúmero de montajes coreográficos aguardan en la hoja de vida de Haydée Palacios. Pero eso no basta para ella. Aún desde su lecho de enferma, con la energía que gracias a su fe religiosa y al tratamiento médico que recibe, dice que aún le falta mucho por hacer.

Por la mente brillante de Haydée Palacios gira y gira la idea de llevar a los escenarios una obra que represente las tradiciones religiosas de la Semana Santa.

Mientras tanto, el elenco artístico de más de 50 bailarines se prepara para colmar de danza, destreza y color la sala mayor del Teatro Nacional Rubén Darío, este 30 de noviembre. Este día también se espera que a diferencia de julio pasado, el público pueda compartir una vez más con la entrañable maestra.

Aunque la falta de salud la ha obligado a dejar los escenarios, Haydée Palacios Vivas no deja de pensar ni un momento en su obsesión: la danza. Este 30 de noviembre su ballet ocupará la sala mayor del Teatro Nacional y se espera que con su fe, la maestra logre acompañar una vez más a su público.

La Prensa Literaria

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