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El gemelo de Darío

Aparte de su creación en verso, Juan Ramón Molina (1875, Comayagüela, Honduras, A.C., 1908, Villa Delgado, San Salvador, El Salvador, A.C.) escribió prosa en admirable forma. Entre otras piezas podemos mencionar La Niña de la Patata, El Niño Ciego, La tristeza del Libro, Un Entierro, El Estilo, El Sultán Rojo, Mr. Black, El Desarrollo de […]

Aparte de su creación en verso, Juan Ramón Molina (1875, Comayagüela, Honduras, A.C., 1908, Villa Delgado, San Salvador, El Salvador, A.C.) escribió prosa en admirable forma. Entre otras piezas podemos mencionar La Niña de la Patata, El Niño Ciego, La tristeza del Libro, Un Entierro, El Estilo, El Sultán Rojo, Mr. Black, El Desarrollo de la Prensa Centroamericana, etc. Recordemos de paso que Molina fue uno de los introductores del cuento regionalista en Honduras con su narración El Chele.

Es necesario destacar que sobre Molina pesa una losa de olvido. Así lo acentúa el escritor Miguel Ángel Asturias en su artículo “Juan Ramón Molina, el poeta gemelo de Rubén”, es casi desconocido en Sudamérica. No figura en los textos de preceptiva literaria, no se ven sus poemas frecuentemente publicados, ni se oye que sazonen sus acentos los menús líricos de los declamadores de oficio.

Por sus visiones prosísticas como por sus versos cruzan paisajes y ambientes y figuras procedentes de una diversidad cultural.Molina deja constancia de que manejaba con soltura la “literatura de ideas”, como se ha denominado al ensayo desde hace algún tiempo. Juan Ramón Molina perteneció a la llamada Generación del Novecientos o La Juventud Hondureña juntamente con Froylán Turcios y Jorge Federico Zepeda y constituye, por la trascendencia de su obra, con Francisco A. Gavidia y Rubén Darío, el triángulo clave del modernismo centroamericano.

La prosa modernista abarcó cincuenta años, es decir, desde 1870 hasta 1920. Sus elementos principales fueron el impresionismo, el sensualismo, la mitología greco-romana y el cosmopolitismo. Con esos elementos básicos los modernistas construyeron su común torre de marfil, lugar en donde elaboraron su solipsismo cognoscitivo y su exquisito signo pasivo de protesta social.

No escapó Juan Ramón Molina, no pudo haber escapado, aunque lo hubiera intentado, de la sombra protectora del paraguas azul que el Modernismo proyectaba sobre la América hispanoparlante.

Nuestro poeta vivió el alba del automovilismo, la cinematografía y la comunicación de masas, sobre todo en este campo del órgano impreso, Juan Ramón interviene directamente en la revista, el periódico, el libro, los cuales son sus naturales elementos de trabajo para sobrevivir.

El Juan Ramón Molina ensayista queda en sus trabajos denominados Desarrollo de la Prensa Centroamericana, artículo polémico sobre el nacimiento y evolución del periodismo en el área centroamericana, sus constructores y los principios políticos y filosóficos que los formaron. Excelsior, describe el clásico ideal modernista de la grandeza humana. El Niño Ciego y Un Entierro, son trabajos ensayísticos de connotación social, denuncia y testimonio. Desde su trabajo El Estilo, deja constancia de su responsabilidad artística del uso del lenguaje. La Tristeza del Libro, el libro, ese instrumento del trabajo esencial para uso del intelectual serio, aparece como símbolo de melancolía y de dolor; es visto como otros tantos elementos de evasión, aunque nos hace recordar que las bibliotecas son la forma tangible y concreta de la civilización. La recompensa de Tolstoi, artículo que más bien se aproxima al tipo de enfoque periodístico, trata sobre un atentado de que fue víctima el escritor ruso León Tolstoi; el suceso transcurrió en una propiedad de Tolstoi situada, en Yasnaia Poliana, cuyos protagonistas fueron gente del pueblo. El breve ensayo sobre Nietzsche, constituye una apología encendida al autor de Más Allá del Bien y del Mal. En la reseña del libro Tiempo Viejo, original del escritor Ramón A. Salazar, Molina a través de su enfoque, ataca los usos y abusos del poder político unido con el poder religioso, y cosa importante, denuncia la comodidad de la evasión de algunos intelectuales sobresalientes de la época, entre otros, José Batres Montúfar, José Milla y Antonio José de Irisarri. A este último lo califica de inimitable reaccionario, lo cual menguó el talento y la fama del conocido intelectual guatemalteco, nos segura el poeta hondureño.

Uno de los escritos de Juan Ramón Molina que lo perfilan como un hombre preocupado por los problemas de su tiempo es el denominado Desarrollo de la prensa Centroamericana. Recordemos que Molina ejerció el periodismo en Honduras, El Salvador y Guatemala. En la visión del hondureño aparece ya la importancia de los medios de comunicación social y su influencia en el medio en el cual circulan. Hay que remontarse a los tiempos de la emancipación —dice— cuando un reducido cónclave de ilustres patricios sembraba en terreno apenas arado por la literatura mística del los frailes gongóricos de la colonia, los gérmenes de las ideas jacobinas y girondinas, que con burla de la suspicacia de los aduaneros españoles, penetraron en estos países, y agrega: La influencia de las ideas francesas traían los elementos disolventes que se necesitaban para hacerle comprender al régimen colonial, perezoso y anestesiado, que era llegada la hora de sus funerales.

Los hombres que forjaron la República Federal centroamericana son calificados de inocentes, y se deja entrever la idea del calificativo, cuando expresa: De buena fe creían aquellos hombres que eran testigos del nacimiento de un gran pueblo. Y afirma a renglón seguido:…porque nuestros insignes abuelos no podían adivinar los males que le sobrevinieron a la naciente Patria, ni sospecharon que ya estaba señalado el lote donde sus malos hijos le cavarían la fosa, enterrando en ella el cadáver de la Federación, acribillada por las balas de doce años de guerras civiles, que no pudo contener con su actividad, valor y talento todo un Francisco Morazán.

Las lecturas de Rousseau —insiste Molina— inspiraron a aquel los hombres para transformar la sociedad centroamericana. El empeño transformador fracasó cuando las ambiciones desatadas de algunos encendieron las rojas fogatas de las guerras separatistas, que sepultaron a la República en un pavoroso caos, haciéndola fácil presa de la barbarie que hormigueaba en los montes y que un día se agrupó alrededor de Rafael Carrera y de otros caudillos aborígenes, salvajes, crueles y supersticiosos, lanzándose sobre los débiles baluartes de nuestra cultura. Aquella regresión de las selvas sobre la ciudad, es una de las más sombrías fechas de la historia de la América Central, porque los blancos y mestizos que formaban el grupo director, estuvieron a punto de perecer bajo el rencor ancestral de las hordas silvestres que vomitaban las sabanas y las serranías.

Desaparecida la República Federal los gobernantes de cada parcela comprendieron en su exacta dimensión la importancia de la prensa en la mente colectiva y cada uno de ellos —subraya el poeta Molina— utilizó el vehículo periodístico para sus intereses personales: Toda la prensa postgirondina está inspirada en un criterio convencional y estrecho, donde no se pretende más que anestesiar, con un lenguaje circunspecto y una habilidad sofística, la mente de las masas populares. Un como soplo enervante pasa sobre el periodismo de esa época. La crítica de Molina se concreta en los representantes de los organismos que controlan el poder. Es claro que la prensa de oposición y de combate no existía, ni podía existir entonces, emparedada entre el cuartel y la iglesia. Otro ingrediente digno de mencionarse es el colaboracionismo de los indispensables en el proceso degenerativo: los guardaespaldas intelectuales de los regímenes de fuerza, esos gacetilleros que confeccionan el periodismo áulico extendido por todas partes como una calabacera enraizada en la más feroz iracundia y en el sectarismo más intransigente.

El poeta lamenta en este ensayo la falta de escritores directos, valientes y reitera a continuación que: No hay un solo estilista de veras o un libelista de gran talla. Ni siquiera el poeta Batres Montúfar es capaz, según juicio del hondureño, de atacar frontalmente: Batres, aun en sus más acerbas censuras, nunca llegó a aquel odio implacable, a derramar el ácido corrosivo que quema aquellos cantos de Byron, donde vibra una rabiosa contumelia contra muchos escritores y políticos ingleses.

Juan Ramón Molina, además, habla de lo que hoy se conoce con el nombre de páginas literarias o suplementos culturales. Tal circunstancia alteró el aspecto adusto y envejecido del periodismo tradicional de aquellos entonces.

Con el avance tecnológico, comercial, industrial y agrícola y su zona de influencia se fundan varios periódicos en el área: El Diario de Centroamérica, guatemalteco, es un ejemplo especial. El nuevo periodismo preconiza el ataque ciego y el editorial doctrinario de tono colérico. Es importante señalar que Molina hace hincapié que dentro de esta agria actitud terminó traduciéndose en respeto para los periodistas de esa época.

Finalmente Molina señala la presencia de un hombre, un nombre, de formación norteamericana en materia periodística: Román Mayorga Rivas, fundador del periódico salvadoreño Diario de El Salvador.

El editorial, que no es sino lo que el periódico piensa de lo que publica en calidad de noticia, de dogmático pasó a crítico. Así lo analiza nuestro poeta: El editorial dejó de ser una lengua y soporosa homilía, para convertirse en una clara exposición de ideas, que dejaba en toda libertad el criterio del lector. A juicio del ensayista Molina, la fundación del periódico mencionado, El Diario de El Salvador, constituye la piedra angular del periodismo moderno; el hecho, convenientemente comentado, despertó la dormida curiosidad del público; el servicio cablegráfico tomó el carácter de una novedad permanente. El “nuevo diario” —finaliza— era una admirable sinopsis de la vida comercial, agrícola, social, científica y literaria del país.

El estilo es la pista un tanto segura para calificar y clasificar el ensayo. Porque el estilo es la huella digital que deja el escritor en un trabajo. Dada su formación dentro de los moldes modernistas, expresa Molina al respecto: Un alto y noble estilo no es más que producto de la paciente selección del lenguaje. Y enfatiza: Hay vocablos de orígenes bárbaros y oscuros cuya sola presencia mancha y envilece a los que están cerca. El poeta da una fórmula para obtener un resultado óptimo: sondee el idioma, torture su imaginación. La labor de perfeccionamiento no es fácil —señala—. Textualmente apunta: El idioma, a veces, se encabrita y rebela como un potro salvaje; mas fustígalo el domador terriblemente, y la bestia acata enseguida la represión del freno, la muda orden de la mano, la enérgica tiranía de la espuela. A la postre concluye por ser un bruto de paseo de gallardo continente y cuyo dueño puede ponerle la silla y el arnés, sin cuidado, seguro de que la recibirá jubilosamente en su lomo.

Juan Ramón Molina, al contrario de lo que se ha afirmado, poseía una amplia cultura manifestada a plenitud en sus escritos claveteados de innumerables citas, producto de sus lecturas: porque sorbí los éteres de la filosofía / y todos venenos de la literatura, dijo de sí mismo. Y lo mostró y demostró a lo largo de su vida.

Poeta y periodista hondureño, Juan Ramón Molina Molina deja constancia en sus ensayos el manejo con soltura de la “literatura de ideas”

La Prensa Literaria

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