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Poesía Nicaragüense

NO ME DEJEN MORIR A mis amadísimos hijos. Ayúdenme, dulces ángeles míos, a no morir demasiado, para que la parte ebria de mis palabras se quede adentro de mis hijos, y en los hijos de mis hijos. Una alma perdida como la mía serviría bastante en su sangre. Yo encendería las velas verdes y rojas […]

NO ME DEJEN MORIR

A mis amadísimos hijos.

Ayúdenme, dulces ángeles míos, a no morir demasiado,

para que la parte ebria de mis palabras

se quede adentro de mis hijos, y en los hijos de mis hijos.

Una alma perdida como la mía serviría bastante en su sangre.

Yo encendería las velas verdes y rojas para impulsar su fantasía.

Cuando elegí la libertad

no sabía que la soledad y la angustia serían mis compañeras inseparables

que compartirían mi amor y mis crímenes menores.

Y cuando elegí la poesía

pude bailar en el medio del bosque con el trino del canario.

Por eso quiero que mis hijos me guarden muy adentro,

así como yo guardo a mi padre,

sabiendo que no me voy a escapar a un sol escaso,

porque quiero ser el ángel de su techumbre,

de sus pilares, contrafuertes, arcos y bóvedas nervadas,

su ventana ciega,

su pensamiento encerrado entre sus callejones;

vivir adentro de ellos donde no luce el día

pero hay limoneros y laureles,

vivir tallado en ellos en alma, madera, piedra y marfil.

Así, mi vida no será el film que acaba con las cámaras rotas

ni sangre seca, ni rama trunca.

Yo quiero ser en el imaginario de mis pequeños Frankensteins

un domador de caballos,

el hijo de una sirena vigilante de un faro,

un príncipe del mar y nubes de agua,

una llama que se eleva rodeada de fantasías,

un clavel clavado con algas en el pelo de una medusa,

una luz blanca en la creación del arco iris,

el cono desnudo de un volcán, su fumarola y sus cenizas,

las lavas oscuras que detienen el avance de la vegetación hacia la cumbre,

la lava que desciende por la ladera para expulsar a los demonios,

una ciruela mordida por la lujuria.

Yo conozco mis racimos y allí quiero quedarme.

Los domingos quiero sacar a pasear a mis elefantes,

a mis tiernos cactus y escorpiones del desierto.

Quiero que ellos devoren y limpien el dulce cobre de mi alma.

Ellos son marineros y pescadores

y cuando es de noche sus barcos vuelven con islas y cocodrilos.

Y cuando dejamos de vernos con los ojos

no se cuál es la herida que me deja vivo

y cuál es el beso que me deja muerto.

CORRESPONSAL DE GUERRA

A la memoria de mi gran amigo,

el poeta Álvaro Urtecho.

Lo que yo afirmo con mi poesía

lo confirmo con mi llanto.

Yo soy un corresponsal de guerra

que hago en poesía los reportajes de mis heridas.

En esta guerra sólo si te rompen el corazón

puedes entregar un pedazo creíble de ti

o el secreto de una agonía personal

escondido en el canto de un pájaro oculto.

Esta guerra ha hecho en mi cuerpo un mapa de tatuajes:

este tatuaje de rosas secas habla de mis carencias;

este otro, de un parque de flores tronchadas,

dibuja los abandonos y las promesas incumplidas;

estos nombres que sangran, cuentan de soledades

y serpientes que durmieron conmigo

con el veneno que asfixió mi esperanza;

aquí en éste, yo soy el cazador y esta mujer es mi presa,

y no sé si me gusta la cacería o me gusta la presa;

en ésta, estoy con una gata salvaje que baila músicas imaginarias

y toca las teclas del clavicordio y las cuatro cuerdas del violín

que la convierten en carne mística de mi instinto animal,

me hace un perro rabioso ladrándole a la luna

y una lombriz buscando su anzuelo.

Aquí en éste aparezco nadando con ángeles y tiburones.

Y aquí hay un texto sobre mi espalda que dice

que hay mil millones de soñadores en el mundo

y que pueden irse todos ellos al infierno

porque yo sueño con la vida después de la muerte,

con la iluminación de mi casa en el firmamento,

aunque no sé si desde ese lado luminoso

se pueda ver el lado oscuro de la vida.

Yo soy un corresponsal de guerra

que tiene ya una fatigada felicidad sin ambiciones,

la estrella oscura y efímera de cualquier hombre

que padece la angustia de necesitar una razón,

que persigue zurcir la verdad con la mentira en mi ropa vieja

y que sabe que la belleza y el amor son flores carnívoras

que se deshacen, juntan sus pedazos, se reproducen,

mueren y vuelven a nacer.

La Prensa Literaria

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