- Poesía nicaragüense
Los soles de todos mis días se amasan
en el horizonte, y ahora, menos vitales
que el amor, me arrancan de tu abrazo
hacia un cielo incendiando su pasado.
Los soles de todos mis días circulan
por mi cintura. ¿Por qué destruir este plexo solar
o salir a vivir la libertad de la muerte?
Asustada rueda de nervios, retrocedo
bajo una luz tan oscura que puedes sentir
la distancia entre nuestras manos.
Cielo anaranjado
Y siento como un eco del corazón del mundo
que penetra y conmueve mi propio corazón.
Rubén Darío
Dicen que los perros ladraban esa noche sin viento
cuando insomne la tierra murmuraba
alguna cosa incontrolable y oculta:
los primores temblores de la melancolía.
Se estremeció la faz de piedra en la pesadilla
donde yo no era nadie sino nada,
mientras arriba se levantaban plegarias
entre las ruinas de la Segunda Venida.
¿Qué corazón ausculta este reino vacío
cuando la guerra asciende, iluminando la Tierra?
El mío. El tiempo que vino vendrá
para aferrarme la tendida mano granítica:
vivir en ese borde apocalíptico
y aliarme a la hondura del abismo.
Para el aniversario de su muerte
Cada año
las últimas fogatas
no le hacen señas
cuando pasa por ese día
porque él es fuego
en los rifles de los que portan
su nombre
de los que han visto su palabra
no su silencio
emprender un viaje
como luz telúrica y viento astral
baqueano incansable
en las montañas de la noche
Entonces aún
se encuentra en la muerte
como en el viviente tejido
de sus seguidores
no está sorprendido
por la tierra invadida
ni por el amor de una mujer
que se llama Blanca
ni por un tirano sinvergüenza
como hoy el veintiuno de febrero
cuando siente las primeras gotas de lluvia
en su sombrero gris
cuando oye el canto de las balas
y comienza ese derrocamiento
jamás agacha la cabeza ante nadie.
León
Los vehículos militares paran en El Calvario.
el ejército avanza incómodo
bajo el sol tropical: la ciudad de León
sólo le pertenece de día. La gente aprendió
de los muertos un nuevo idioma
para los tejados nocturnos.
Mientras en mis sueños
hago el amor con una mujer vestida de llamas
y los guantes negros del miedo,
las calles del artista di Chirico se llenan
con un vacío que manosea todas las puertas cerradas.
Siento escalofríos cuando voces metálicas me despiertan.
En el patio un loro llora como un niño
que ha perdido su casa para siempre.