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Vendedora de volcanes, 1997. Óleo sobre tela de Edwin Mauricio Mejía Baltodano. LA PRENSA/ G. Flores

En los pipantes de Macondo

“Caminante, no hay camino se hace camino al andar”. A. Machado. Han transcurrido varias décadas que Sucre narró su último juego camino al Hades, donde los juegos no tienen extra-inning, tampoco final, donde no se pierde sólo se gana. La afición se volvió nostálgica de tercera edad. Recuerdo aquellos días, el desfile de colegios el […]

  • “Caminante, no hay camino se hace camino al andar”.

    A. Machado.

Han transcurrido varias décadas que Sucre narró su último juego camino al Hades, donde los juegos no tienen extra-inning, tampoco final, donde no se pierde sólo se gana. La afición se volvió nostálgica de tercera edad. Recuerdo aquellos días, el desfile de colegios el 14 de septiembre, calles llenas, curiosos, familiares, muchachas embelesadas y eufóricas, todos aplaudiendo, pasaba el IPD, circunspectos como sacados de las películas de Antonioni. Aquella formación en los patios del Instituto Lino Garay con trompeta ejecutando “el Sitio de Zaragoza”, la banda redoblando tambores que calaban hasta los huesos, ritmo marcial impregnado por el profesor Heberto Linarte. Espectáculo magnífico, poblado que tiraba por la ventana todo su orgullo mohoso y reluciente, con los trastes de hojalata y platería traída de Europa.

La jugada de cartas quedó reducida a trasnochados velorios de barrios periféricos, Santa Juana, San Francisco, La Independencia, El Hoyo, pocos recuerdan las noches de desmoche donde “Chu-Chan”. Ahora no desmochan el naipe, se reúnen sólo con el placer de desmochar alguna incauta acompañado de mucho talco para entrarle mejor al asunto. En “piloto de altura” se convirtió, realizando un clavado de siete metros contra el pavimento, emulando “Construcción” canción de Chico Buarque, salto moderado, comparado con los trece de aquel Parrales desde un cocotero en los actuales terrenos de Mincho. Los billares y cantina de “Bichir” terminaron, ahora nadie dobla el pico, como gallo derrotado. Todos quedaron sin navaja, como los asiduos visitantes del parque del “club de las palomas muertas”. El Parque es único, Rubén tiene un adefesio que recuerda el Homo erectus, y un muñeco ridículo, dicen recuerda a un noble y guerrero Cacique Diriangén. ¡Gloria a nuestros héroes sobre tumbas!, como el texto de Sábato. Remedos deslucidos, bochornosos homenajes, reflejo de sapientes autoridades que han manejado el municipio desde el descubrimiento hasta hoy, libres, soberanos, independientes y anti-todo.

Soñamos con pipas y cántaros de metal, sobre las cabezas de aquellos acarreadores del vital líquido para aposentos y retretes. La ciudad es sombra, donde funcionó un importante Instituto de reconocida fama a nivel nacional y más allá, un Hospital presta servicios, rodeado de un desordenado asentamiento. Donde era la “chanchera” del Centro de estudios, ahora se levantan casuchas de todo color, sus moradores no tienen calidades de vida y mis autoridades no responden al clamor de las necesidades básicas, “arriba los pobres del mundo”, para que vivan recordando el pasado.

Aquí el rastro, mugre y asqueroso, cerca una quebrada y el Cementerio. La carne al mercado a las seis de la mañana, recorrido de trece cuadras, por la calle ventosa del Reloj, exhibiéndose en carretones descubiertos jalados por dos hombres sudorosos sin camisas. Carne inmunizada, contra todo mal de ojo, después vendida a la población que se alimenta saludablemente. Las autoridades sanitarias duermen en sus cubículos, en oficinas de sanidad y prevención de enfermedades.

El pueblo se internacionaliza, corrupción y “business”. Nuevos ricos, buenas casas, carros, brillantes apellidos iluminados por el crack, la cocaína, la marihuana y los huelepega próximos a “Maramba”, donde fue la Estación. Desapareció producto de la venta de patio que realizo el Cabildo, sin control, de noche como pocoyos. Aquella Estación, de Rubén, del café, comerciantes de alegres mañanas de brisa y niebla como en Petrópolis. Nebulosos, irredentos recuerdos de asiduos madrugadores “bolas de trapo” de la Estación, por Quinta Juana, donde juegan por lo menos tres partidos todos los días desde las seis de la mañana, inspirados con el calor del agua espirituosa.

La delincuencia crece, proliferan pandillas como clanes o fraternidades anónimas. Callejuelas llenas de oquedades y desadaptados sociales después de la hora nona. Las furgonetas sobrepasan el millar, obra y gracia del Monéxico. Ahora cuesta ver a Clint Eastwood, en Por unos dólares más y Por un puñado de dólares, no tenemos sala de cine, solamente un edificio ruinoso lleno de murciélagos, pareciera la casa de Batman o del Conde de los Cárpatos.

No se escucha Caballería Rusticana, los Churumbeles de España, en el centro de diversiones la “Cachorra” ahora casa comunal, la música se sustituye con Daddy Yankee, Wisin y Yandel, Calle 13, todos sacados del zoológico de la farándula. El “Garrobo” contempla, pretendiendo subir muros como el Hombre Araña. Cuidado con los dálmatas.

Drama y tragedia deambulan por este pueblo, se entumió desde que desapareció el tren, ahora circula en Chile. El progreso viajó, es sueño, no encontró acogida. No fue la prostituta deseada y apetecida. El barrio La Estación convertido en laguna de oxidación por torrenciales lluvias. El desagüe vendido en licitación pública, nadie se enteró del negocio. Los drenajes obstruidos forman pequeñas charcas, se bañan niños junto a los guarasapos que proliferan como las guayabas de la Viña. Se proyecta crear una gran laguna como Tenochtitlán, canales como Xochimilco, para trasladarse en pipantes como las piraguas que recorren el río Magdalena. Evocando a Tláloc, será la pequeña Venecia americana. En sus riberas trinitarias y aspadillos. Será más económico, solucionará y terminarán el exceso de motonetas que infestan el pueblo.

Se murió un Prioste, el segundo en mando, Ney, era alto, delgado, de rostro afilado y facciones bien marcadas, nariz aguileña y barbilla bien delineada, era todo un personaje sacado de las novelas de Stephanía. El cortejo fúnebre fue impresionante y sombrío, mítico y doliente, con un tono mágico de expectante escenografía natural. Al sonido de los tambores, ton, ton, ton, ton,… los acompañantes caminaban cubiertos de la niebla por el ambiente húmedo y de brisa fina que caía, avanzaba lento, cadencioso en silencio. El féretro sobre los hombros de los hombres y en la penumbra una sombra luminosa acompañaba al servidor del Patrón del pueblo. Entre la niebla susurro y sollozos se oían, para redondear el hermético escenario de dolor que acompañaba a los dolientes parientes. La brisa fina confundida con las lágrimas de los rostros compungidos y tristes, lavaba corazones. El ton, ton, ton, ton,… se escucha alejándose al paso cadencioso de una multitud que llevan cargando tradición y autoridad al Pantheón de los recuerdos.

El dolor es latente, permanente, visible en los rostros de aquéllos sin alimentos después de las inundaciones. Sólo esperan la tormenta 40, 41 y 42… porque, nadie sabrá qué sucedió si el progreso llegó con la represa o la antigua ciudad del Emperador azteca se traslado a la tierra de los mangues.

El cortejo avanza dejando atrás pasado y futuro, sólo el murmullo hace eco en las sombras. Se limpia el suelo al caer la lluvia y como río la multitud arrastra penas, alegrías y esperanzas. La tarde es crepuscular, sin luces, sin sol rojizo de verano, solamente niebla que envuelve cuerpos y almas. Se presagia noche cerrada entre lluvia y nostalgias. En el pueblo la basura tomó las calles, sigue inmutable el desecho físico y humano de aquellos consuetudinarios que se adormilarán para iniciar otra serie de tres juegos, muy de mañana. Las mujeres en sus mecedoras esperan la novela de la tarde.

Coda: “El día extenuado es sometido por la noche. Las luciérnagas abren sus ojuelos para encender el pueblo y el silencio va caminando por recodo. Grito y llanto presagian nuevo acontecimiento. La lluvia cambia la faz de la tierra. El sueño cae como velo en el templo de Salomón. Un lucero corta el firmamento ausente de estrellas. La aurora anuncia su llegada”. J.S.M.

La Prensa Literaria

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