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Con el débil paso de las bestias y personas, el chubasco aplastó el polvazal, que se levantaba en el camino de polvo y boñiga vieja. Aquella caterva rural me provocaba deferencia y piedad al mirarlos pasar. Todos venían hecho retazos, desde el introito de la marcha ya que la hambruna fue precisamente lo que los […]

Con el débil paso de las bestias y personas, el chubasco aplastó el polvazal, que se levantaba en el camino de polvo y boñiga vieja. Aquella caterva rural me provocaba deferencia y piedad al mirarlos pasar.

Todos venían hecho retazos, desde el introito de la marcha ya que la hambruna fue precisamente lo que los obligó a salir de su magro silencio, pero a la vez, la barahúnda y abigarrada gente venía siendo utilizada y comprometida en asuntos ajenos a su necesidad.

Aquellos deplorables famélicos se encontraban ahora enmarañados en un dédalo de púas de colores, banderas, historias, caudillos, proselítismo, etc., discusión que como una comadrona política, hicieron parir o caer al pueblo en un putrefacto; ignorante, superfluo y mohíno pleito.

Afloró el apasionamiento, odio, rencilla, etc. , hasta tomar la letal decisión de rearmarse contra el sistema para lograr así terminar con sus justas demandas político-agrarias.

El gobierno en turno y los pulpos y megalómanos partidos del país terminaron con el levantamiento armado al sentar su acostumbrada comisión negociadora; que con sarcasmo resolvió las protestas campesinas.

La herrumbre cabriola y batahola de los funcionarios, asesores, diputados, ministros, etc., en asuntos políticos, resultó ser un trabajo prestidigitador; y el almizcle de los niños y su oscuro análisis de mortalidad y natalidad llegó a su final, lacónica y reticentemente.

Recuerdo que los párvulos lloraron por el día por culpa del hambre, el abrasador sol y el atraso de las conversaciones. También su sollozo se escuchó en la negra y fría rueda de la noche y su guadaña.

Paupérrimos, aletargados y llenos de suplicio los rearmados bajaron los cerros, páramos y montañas; hambrientos, desvencijados y con nuevos bríos al verse libres de la plaga del hambrón.

Aquel mismo fin de año los montes y llanuras se llenaron de cruces y llantos. La pobreza; inanición y el caos quedaron a la intemperie del maloliente gobierno, del ególatra presidente y de la ciega comunidad internacional; mientras los rojos, negros, verdes, blancos y amarillos, se repartían a hurtadillas sus cuotas de interés pecuniario y electoral.

Regresaron sobre sus doloridos pasos hasta llegar a sus tierras, en donde el tiempo comenzó a caminar en fe y esperanza, en el raudal de miseria y en la greda que desprendió el arado de Miguel.

“… irte acostumbrando Juanita que este año fue más mejor que el año pasado, no fregués por lo menos ahora los hombres no nos dejaron botadas”, le terminó diciendo dona Blanca a su joven vecina al verla llorar por su primogénito.

Yo, con paso sigiloso me alejé del lugar, no sin antes recoger las últimas migajas de impresiones de la comarca La Flor, en donde los perros no ladraban, porque el hambre tiene cara de perro. Y de la estructura social-nicaragüense, que es una miseria, cuchitril, arquitectura endeble. Y amor incipiente que se humaniza al ver un rostro de Dios hambrear.

La Prensa Literaria

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