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Canéforas que participaron en el entierro de Rubén Darío: Señoria Virginia González, Mercedes Fernández, Mercedes Ayón, Virginia Rojas, Estela Argüello, Anita Navas, Marina Argüello, Berta Castro, Amalia Argüello, Julia Barreto, Carmen Argüello y Emelina Argüello. En una foto de José Santos Cisneros tomada después del sepelio.

La entrañable amiga de Darío

Una fotografía de doña Fidelina Santiago de Castro y una despedida en prosa que Rubén dedicó a ésta en el puerto de Corinto, revela el entrañable cariño que el poeta le tenía. La esposa de Rubén, Francisca Sánchez, contó que el escritor le había mortificado mucho con un retrato que había llevado de una mujer, […]

  • Una fotografía de doña Fidelina Santiago de Castro y una despedida en prosa que Rubén dedicó a ésta en el puerto de Corinto, revela el entrañable cariño que el poeta le tenía. La esposa de Rubén, Francisca Sánchez, contó que el escritor le había mortificado mucho con un retrato que había llevado de una mujer, ella era Fidelina.

En un artículo anterior Un testimonio sobre el nacimiento de Darío, publicado en este mismo suplemento, nos referimos a los valiosos recuerdos de Rubén Darío encontrados en la biblioteca del periodista y devoto dariano Juan Ramón Avilés, a los que quien escribe ha tenido acceso por decisión de los herederos de don Juan Ramón, sus hijos el doctor Leopoldo Navarro Bermúdez y María Fidelia Avilés Tünnermann de Navarro.

Entre esos recuerdos se encuentran fotografías de Rubén, de distintas épocas, con dedicatorias para sus amigos, de puño y letra de Darío, varios manuscritos, entre ellos el del poema Gratitud a Masaya (7 de diciembre de 1907), tarjetas postales enviadas por el poeta a sus amigos de Nicaragua y hasta, curiosamente, una tarjeta postal hecha con el retrato de Darío y dirigida a Rosario de Darío por Emilia, hermana de Rosario Murillo.

Todos estos recuerdos serán entregados por la familia Navarro-Avilés al Museo Archivo Rubén Darío, en su oportunidad.

Ahora queremos referirnos a los interesantes testimonios que se conservaban en los archivos de don Juan Ramón Avilés sobre la entrañable amistad de Darío y doña Fidelina Santiago de Castro, amiga de la infancia de Rubén.

En algún momento, ya conociendo doña Fidelina Santiago de Castro la devoción por Darío de Juan Ramón Avilés, fundador y director de LA NOTICIA, decidió obsequiarle uno de sus más preciados tesoros: el abanico donde Rubén escribió el célebre madrigal que le dedicó en 1908, (posiblemente en el mes de marzo o abril) antes de retornar a Europa después de su apoteósica visita a Nicaragua (23 de noviembre de 1907 al 3 de abril de 1908). El abanico se encuentra sumamente deteriorado por el tiempo, pero aún pueden leerse, en las pequeñas varitas de madera, algunos de los versos del madrigal y la firma Rubén Darío. El madrigal dice así:“Fidelina

diamantina,

dulce y fina,

mira la

hoja inquieta

que interpreta

al poeta

que se va”.

En su biografía de Darío, el profesor Edelberto Torres reproduce el precioso madrigal, pero con algunos cambios: “oye”, en lugar de “mira” y “nota” en lugar de “hoja”.

Anteriormente, en diciembre de 1907, Darío había dedicado a doña Fidelina otro breve poema, no incluido en las Poesías Completas de Rubén Darío compiladas por Alfonso Méndez Plancarte, y que transcribimos a continuación, tomándolo de una copia que guardaba Juan Ramón Avilés:

“A Fidelina Castro

Que es hecha como un astro

De oro, luz y marfil

Y que lleva consigo

Las espigas del trigo

Y las rosas de Abril”.

También encontramos una despedida en prosa que Rubén dedicó a doña Fidelina en el Puerto de Corinto, poco antes de embarcarse para Europa, vía Panamá, y que dice así:

“Quedan estas líneas de recuerdo respetuoso y afectuoso, para la Señora de Francisco Castro, Fidelina Santiago, la amable amiga de mi infancia, a quien Dios conceda siempre la salud, madre de la Felicidad. Que su virtud íntima y su gracia, reflorezcan y se perpetúen en el corazón de sus hijas y en el espíritu de sus hijos”.

Rubén Darío

Es muy posible que estas transcripciones en máquina de escribir de los textos de Darío se las haya entregado a don Juan Ramón la propia doña Fidelina quien, además, le narró al notable periodista sus recuerdos de Rubén. Avilés, quien preparaba un libro sobre la vida de Darío, murió sin alcanzar su propósito, pero dejó un cuadernillo manuscrito de catorce páginas bajo el título: Apuntes de Darío suministrados por Doña Fidelina. De esos Apuntes extraemos la información que sigue.

Doña Fidelina inició su relato refiriendo la historia de sus padres: Emilio Santiago de Vicente y María Marrero. Su abuelo, Eusebio Marrero fue gobernador de Puerto Rico. Don Emilio, el padre de doña Fidelina, estuvo involucrado en un complot contra el Rey de España, Alfonso XII, por lo que tuvo que salir disfrazado a América. Vivió en Cuba, Venezuela, Colombia, Chile, Perú y Panamá. Obtuvo el perdón real gracias a las gestiones de su tío, don Juan de Dios de la Rada y Delgado, Consejero de la Reina Isabel II.

Cuenta doña Fidelina que dada la vida errante de su padre, le correspondió nacer en un barco alemán el día 22 de febrero de 1871. Fue bautizada en Río Hacha, Perú, con el nombre de Fide. Orfebre de oficio, don Emilio obtuvo varios premios en Cuba y Chile. Luego pasó a vivir a Panamá, incorporado al cuerpo de ingenieros que trabajaron en el intento fracasado del francés Fernando de Lesseps de construir un canal en Panamá. De Panamá pasaron a vivir a Guatemala y finalmente a Nicaragua, radicándose en Chinandega, donde su padre fundó un Hotel. Para entonces Fidelina tenía once años.

Siendo adolescente, un día se encontraba en la puerta del hotel de su padre, un poco distraída cuando, de pronto, sintió que alguien le da un beso en la mano. Era el joven poeta Rubén Darío, quien llegó a caballo desde León y se hospedó en el hotel de la familia Santiago. Rubén le refirió que llegaba a Chinandega como un don Quijote a “enderezar entuertos”, pues su misión era tratar de convencer a la señorita Narcisa Mayorga que volviera a arreglarse con su novio Francisco Castro, quien años después sería el esposo de doña Fidelina. Meses después, Rubén regresó al hotel pero entró por el patio de atrás, por lo que Fidelina le reconvino y lo calificó de “intruso”. La respuesta de Rubén fue: “Pero tu mamá me quiere”. Durante esa nueva visita, un día Fidelina estaba lavando una ropa y el joven Rubén se le acercó y le dijo: “Quiero que me laves el alma”.

Sucedió, entonces, que por alguna causa, don Emilio castigó duramente a Fidelina encerrándola en el cuarto con un jarro de agua y pan, y sin silla donde sentarse. Pasó el huésped Rubén Darío y, al verla por la ventana le dijo: “Adiós, Carlota Corday”.

De su memoria doña Fidelina extrae el recuerdo de las tertulias que se armaban en el hotel donde otros jóvenes amigos, entre ellos Onofre Bone, Narciso Callejas, Basilio Marín, Perfecto Portocarrero y Anastasio J. Ortiz, llegaban a oír al joven poeta declamar poesías suyas y de otros autores. Hasta los huéspedes se acercaban a escucharle, mientras Rubén recitaba la célebre serranilla del Marqués de Santillana: “moza tan fermosa / non vi en la frontera / como una vaquera / de la Finojosa”.

Desafortunadamente, comenta doña Fidelina, desde entonces Rubén bebía mucho. Un día dejó de verlo. Luego supo que se había ido a El Salvador, de donde regresó meses después, enfermo de viruelas. Cuando llegó a verla Rubén le dijo: “¿Como que no me conoces?” Posiblemente sentía que la enfermedad le había alterado el rostro.

En Chinandega se dio un baile en la casa de don Santiago Callejas. Rubén fue invitado y recitó los versos A Emelina del poeta Longfellow. Inexplicablemente, Callejas se dio por aludido y sacó a Rubén de la fiesta, recuerda doña Fidelina.

Otro acontecimiento que no olvida doña Fidelina fue cuando en el Palacio Municipal de León se celebró un baile en honor de don Vicente Navas, quien regresaba de ser Ministro de Nicaragua en Costa Rica. Para asistir, Fidelina le bajó el ruedo a un vestido y, sintiéndose muy elegante, se sentó a ver bailar a las parejas. En eso pasó Darío con otros dos amigos cargando una bandeja con copas de champán. Uno de ellos tropezó y las copas de champán cayeron sobre ella. Como consecuencia, la joven Fidelina se quedó sin bailar. Pero, al día siguiente, dos ramos de flores aparecieron en la ventana de su dormitorio. Los había puesto Rubén Darío, en desagravio. Pero el padre de Fidelina, don Emilio, se disgustó y corrió a Rubén.

Tiempo después, doña Fidelina inició su noviazgo con el íntimo amigo de Rubén, Francisco Castro, quien sería su esposo. Darío le envió a decir a doña Fide, con el general hondureño Domingo Vásquez, que quería hablar con ella, a lo cual ella se negó. Darío, con el mismo general, le mandó luego a decir: “Nos pesará a los dos”, y se fue para Managua.

Muchos años después, recuerda doña Fidelina la participación de su esposo Francisco Castro y de ella en los festejos del recibimiento apoteósico de Darío en 1907. Ella acompañó a Darío, junto con doña Casimira de Debayle, en el carruaje que Rubén abordó al llegar a la estación del tren en León. En la sucesión de banquetes y festejos, no podía faltar la fiesta en honor de Darío organizada por Francisco Castro, entonces Ministro de Hacienda del Presidente Zelaya y su esposa Fidelina. Rubén no pudo asistir por encontrarse indispuesto. Y en la Semana Santa de marzo de 1908 coincidieron en la Isla del Cardón, frente a Corinto. Invitados por el doctor Luis H. Debayle y su esposa doña Casimira Sacasa, varios matrimonios leoneses compartieron la Semana Santa con Darío (Francisco Castro y doña Fidelina, Narciso Lacayo y su esposa, y otros). Rememora doña Fidelina que paseando por la playa los invitados se divertían escribiendo nombres en la arena. Ella escribió “Rubén Darío”. Esto le dio pie a Rubén para componer la estrofa siguiente:

“Mi nombre miré en la arena

y no lo quise borrar

para dejarle mis penas

a las espumas del mar”.

El siete de enero de 1916 Rubén regresa a León. Esta vez viene muy enfermo. Sin embargo, nuevamente es recibido con gran entusiasmo por todos los sectores sociales de la ciudad de su infancia. Doña Fidelina y su esposo, don Francisco, acompañaron a Rubén y a Rosario Murillo en el carruaje que los condujo de la estación del tren a la casa donde lo alojan los esposos Castro, ubicada frente a la suya. Esa casa fue testigo de la agonía y muerte del inmenso poeta (6 de febrero de 1916).

Entre las fotografías bien conservadas encontradas en el archivo de Juan Ramón Avilés está la de una bella mujer. En la parte posterior, don Juan Ramón escribió: “Este retrato de doña Fidelina estaba en un prensa-papeles en Managua, en el escritorio de (sigue un espacio en blanco) y Rubén se lo llevó a Europa. Francisca Sánchez contó después en España a Santiago Argüello, que Rubén le había mortificado mucho con un retrato que había llevado de una mujer. Y que ella creía que ese retrato y ‘el perfume’ era la misma cosa”. (El perfume era Berinovo, que doña Fide usó durante 40 años y Rubén lo usó luego, lo mismo que doña Casimira de Debayle. Le llamaban “el perfume de doña Fidelina”).

La Prensa Literaria

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