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“Hace falta una lectura más crítica”

Experto estadounidense, viejo conocido en Nicaragua, llama al debate sobre la obra de un grande de la poesía nacional A cuarenta años de su muerte, el poeta leonés Alfonso Cortés sigue encadenado como creador porque los críticos que han reducido su extensa obra a 30 poemas no han sabido reconocer que Alfonso no sólo es […]

  • Experto estadounidense, viejo conocido en Nicaragua, llama al debate sobre la obra de un grande de la poesía nacional

A cuarenta años de su muerte, el poeta leonés Alfonso Cortés sigue encadenado como creador porque los críticos que han reducido su extensa obra a 30 poemas no han sabido reconocer que Alfonso no sólo es un gran poeta metafísico sino también un autor con una enorme sabiduría telúrica que utiliza el mundo natural como la base de una escritura terapéutica, arte que le ayuda al poeta a crear una vida más digna y una mayor estabilidad psicológica. La poesía “alfonsina”, un término inventado por José Coronel Urtecho y utilizado en la introducción de Ernesto Cardenal a su antología 30 poemas publicado por primera vez en 1952, es “una poesía rara, disparatada como los sueños y oscura como las profecías… preocupada por temas como: la esencia, la forma, el número, la materia, el ser, Dios, la eternidad, el espacio y el tiempo”. Esta poesía tan lograda y ligada a la difícil patología que distingue entre la lucidez y la demencia demuestra cómo el poeta utilizó su enfermedad para crear su arte. Pero la poesía alfonsina así definida es excluyente y no refleja la parte de la obra de Cortés con cualidades curativas de un pensamiento analógico que crea vínculos entre el poeta y la naturaleza. A pesar de los avances con la publicación en 2004 de una nueva antología con una introducción de Guy Bendaña Guerrero y una selección de unos 90 poemas, hace falta una lectura crítica aún más abierta de una obra poética cuya verdadera trascendencia se encuentra no en el espacio aéreo o cósmico sino en los lugares terrenales que invoca el poeta. Es decir, en la poesía de Alfonso Cortés, el medio ambiente físico forma un ambiente estético capaz de sanar y liberar a un poeta encarcelado por su enfermedad.

De acuerdo con las ideas de la antropóloga Laura Rival, “los árboles son quizás los símbolos más visibles y potentes de los procesos sociales y la identidad colectiva”. Son organismos vivos, no artefactos, y encarnan el poder de la autorregeneración. Cortés entiende en su poesía el valor psicológico de la biofilia y, por eso, se identifica con los árboles y el medio ambiente que los sostienen. En “La canción elemental”, Cortés se dirige la palabra directamente a la Vida:

Tú eres terrígena que alienta en la era

y que ve un árbol como un dios local.

(Las puertas de pasatiempo 111)

Al aliarse con una especie específica del mundo natural, Cortés procura un sentido de bienestar relacionado con ciertos atributos físicos. Por ejemplo, en el soneto “Al genízaro histórico”, Cortés entabla un diálogo, buscando la reciprocidad y el entendimiento mutuo con este árbol, que para Pablo Antonio Cuadra es un emblema de fuerza paterna y un enfoque vital de la comunidad, o sea, un verdadero “dios local”:

Te amo viejo árbol, porque a todas horas

reproduces misterios y destinos

con la voz de los vientos vespertinos

o de los pájaros en las auroras.

Tú que la plaza pública decoras

pensando pensamientos más divinos

que los del hombre, indicas los caminos

con tus ramas altivas y sonoras.

Genízaro, tus viejas cicatrices,

donde cual en infolio se halla escrito

lo que hace el tiempo en su caer constante;

mas tus hojas son frescas y felices

y haces temblar tu copa en lo infinito,

mientras la humanidad va hacia delante.

(Antología poética 193)

El genízaro terapéutico de Cortés parece ser capaz de asimilar los golpes de la historia y desafiar el tiempo cósmico desde su ubicación en un espacio público compartido y accesible a todos.

En otro poema, “El árbol patrio”, Cortés describe la tala de un guanacaste enorme y cómo este sacrificio sirve a la gente:

Del árbol con mil bellezas,

aún las astillas son reales,

pues se arden como pavesas:

las maderas ya picadas,

dan leños por carretadas;

las cáscaras naturales

son cunas artificiales

y del tronco hacen ruedas,

que en las calles empedradas

circulando son monedas.

(El poema cotidiano, 114)

Según Cortés en “La ópera del bosque”, el guanacaste tiene “orejas de eco que óyense a sí mismas” (El poema cotidiano, 119). Esta imagen sugiere no sólo la abundancia benéfica de la naturaleza, sino también la fuerza colaborativa vegetal capaz de producir una prodigiosa obra musical escuchada por el individuo inserto en una colectividad mayor de muchas especies. Para Cortés, apreciar la música de la naturaleza significa a la vez aprender a reconocer la existencia humana en un contexto mayor, que trasciende el individuo, un primer paso en el proceso del autoconocimiento.

“Canción del espacio” e “Irrevocablemente” son poemas de un creador enfermo, desesperado, y a la deriva. Según Timothy Morton: “Esta vastedad espacial subvierte la inserción significativa, particularizada y local que la escritura ecológica intenta cultivar” (Morton 80). La contraparte de la llamada poesía “alfonsina” se ubica en un poema como “Marloma”, que consiste en un compendio de la geografía precisa de la costa del océano Pacífico al Norte y al Sur de Poneloya con nombres que establecen una toponimia mítica local: La Puerta de la Estacada, Las Piedras Blancas, La Playa del Coyote, La Garita, El Estero-Ciego, Montepuerco, El Brazuelo y La Pitahaya. Para Cortés, el recuerdo de estos lugares específicos convertidos en poesía, le provee un mecanismo para orientarse, arraigarse, conservar una identidad fragmentada por su enfermedad, y crear un espacio tan acogedor y conocido como el de un hogar personal. Según asevera David Harvey, “la preservación o construcción del sentido de un sitio específico es un momento activo en el movimiento de la memoria a la esperanza, del pasado al futuro”. Este pasado, sin embargo, es a veces difícil de alcanzar y siempre está al borde de borrarse en la psique amenazada del poeta como relata Cortés en “Recuerdo”:

Tengo el recuerdo de una bella finca

con una enorme madreselva verde

y un camino muy plano que se pierde…

(Poemas eleusinos 26)

Cortés logra afirmar su existencia por medio de potentes analogías ligadas a la naturaleza como ocurre en el poema introductorio de Las puertas de pasatiempo en que los consejos del poeta pueden leerse como sugerencias dirigidas a sí mismo:

Sabe sentir entre tu ser la Vida;

dale a la suerte tu interior reacio;

sé árbol cuya raíz se encuentra hundida,

como en su propio centro, en el Espacio.

(Las puertas de pasatiempo 8)

En “La flor del fruto” hay una imagen del cuerpo florecido de la humanidad que indica una vida plena y fructífera, algo que anhela el poeta en su vida personal y consigue crear por medio de su arte:

El hombre es árbol místico y apenas

comprende Espacio y Tiempo si se vierte

en flor su alma y fruto de sus venas;

(Antología poética 111)

Y es precisamente el contacto fértil con la tierra que potencializa un conocimiento divino como explica Cortés en “Pasos” donde “el Hombre y la Mujer,/surcarán la arruga de la frente de Dios…” (Antología poética 117).

Al final, la poesía es canto y el poeta trovador. Y esta música cantada que busca sus lazos con la naturaleza demuestra una topofilia, o sea, un amor hacia el medio ambiente que integra lo físico y lo espiritual de acuerdo con Cortés en “Canción del trovador”:

¡Oh, amor, alma del mundo y rey del alma;

tú das música y brillo a mis cantares,

y se alza en mí tu gigantesca palma,

sublime cual las olas de los mares!

(Poemas eleusinos 51)

El ser humano, por medio del arte, encuentra la manera de integrarse en el mundo y superar las enfermedades que le quitan dignidad y producen el aislamiento. Cortés utiliza su enfermedad para generar la poesía que, a su vez, engendra la salud, la reciprocidad y la renovación socioecológica, incluso más allá de la vida como una reencarnación, como explica en “Estancia”:

Cuando veo las flores y las aves errantes,

llenas de gracia ante el silencio de las cosas,

vuela mi pobre espíritu a los siglos distantes,

y siento renovarme en pájaros y rosas;

del polvo que hoy pisamos, nuevas humanidades,

saldrán a ver el mundo, sin saber que han sido,

y yo con ojos puros, en las nuevas ciudades,

las estaré mirando desde un cáliz o un nido.

(Tardes de oro 78)

La Prensa Literaria

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