En el milagro de la vida
una garza blanca enamorada
danza sola en una inmensa costa vacía.
Baila en los escombros de unos ramilletes de heliotropos
y su música le viene de un mar roto,
de no encontrar nunca lo que busco siempre,
de la luna sobre su pecho,
y yo la oigo gemir en lo profundo de la noche.
No puedo ver más allá de la majestad de su camisón de plumas
y no puedo confiar en ninguno de mis pensamientos
cuando veo que exhala flores y romanzas por su pico.
Allí está la danza de esta pájara salvaje entre el mar, el laurel y el lirio,
y siento que soy un carbonero sin sueños y sin tren para partir
que ama con rosas de carbón.
Veo la danza de la garza, sumergido en una marea de emociones
y mi corazón late como un forastero aterrado por la libertad,
que reconoce que su alma es inmadura y omisa lejos de la podredumbre
y no tiene palabras místicas tatuadas en su cuerpo.