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Poesía nicaragüense

Visión I El puerto yacía en contrapunto y la cresta de la ola sucumbía. Acomodé mi soledad sobre el tapiz estridente de la playa. II Recordé torrentes, mi niñez curtida por el sol y noviembre. III La ciudad defendía techos contra el viento corrosivo y el mar. IV La vida y el muelle; cuellos marineros […]

Visión

I

El puerto yacía en contrapunto y la cresta de la ola sucumbía. Acomodé mi soledad sobre el tapiz estridente de la playa.

II

Recordé torrentes, mi niñez curtida por el sol y noviembre.

III

La ciudad defendía techos contra el viento corrosivo y el mar.

IV

La vida y el muelle; cuellos marineros con perlas y coral resucitado. Miré senos de doncellas, el puerto de San Jorge con destellos; cuatro puntas erguidas, dos risas, un tambor para el reflejo; un mar negro de calamar en las pelvis sollamadas.

V

Los gajos de langosta desfallecían en las manos de las isleñas, con pavor de agua verde y tenazas despedazadas.

Partida y llegada de un cazador sumo

“Lejos me voy de ti, querida mía”

Rubén Darío

I

Estoy a punto de partir y será mío el venado con tepezcuintle desollado; tuya la piel parchada para faldas y cintas color río y suampos.

II

El bote nos llama como coyote a la orilla de la poza o la aldea.

III

Llegó el tiempo del ñame, amada india, tengo que partir con el reflejo de la mañana. La nube me llevará sobre la lluvia, me conducirá a la manada y el espíritu del viento te traerá mis alegrías. Yo regresaré partiendo la selva con un corazón y gritos del espíritu.

IV

El tiempo de la caza ya pasó.

V

Quiero verte el cuello untado con mi aceite; con los calores del pubis en el vientre me sentiré guerrero; rojo y fuego quiero en tus brazos, el pecho de montaña quiero; deseo flores y conchas negras en tu pelo.

La palabra se hizo agua

I

Sabe que todo empezó en la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua. Fue pasión y subir la cuesta de un motel sobre los bordes de la laguna.

II

Quise frenar el ritmo de sus piernas, entronque y mano inasible: oímos canciones de la Sonora Matancera, y sufrimos los deseos.

III

Música de Carmen Delia Dippini, beso impávido y fulgor petrificado en la capital asombrada por los labios. Aire de Laguna Xiloá y abismos negros rebalsados; pequeños cocoteros con azulosas cornisas del reflejo; y mi ojo amante, vivo, en el suyo.

IV

Disimulé el propósito de evadir acosos con la palabra que se hizo agua, trozo de hielo, vaso de limonada, que me trago cuando llego a Managua guiado por el olfato y la memoria.

Mujer contra el muro

I

Mujer y un arrebato del pincel sobre el pretil de ladrillos que resisten una laguna.

II

La encontré en los ocultos del recuerdo habitada por el cielo y carretera rumbo a Masaya.

III

Para entonces peinaba su cabellera bajo el cielo de invierno, con milenario volcán y ventoleras.

IV

Para entonces el aire, los pájaros güises y clarineros atormentaron el silencio de la tarde.

V

Para entonces su cadera y, a contraluz, un rostro de durazno.

VI

Para entonces no era tocable, la carne descendía con escalón, colina y mis sueños…

VII

Para entonces era perfecta en el deseo de los ojos; para entonces una columna viva; para entonces el estertor y saliva en los ingenios de su pelvis.

La Prensa Literaria

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