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Piano y sinfonía

Es improbable comprobar por muy diligente que sea el entusiasmo visual algún vacío en las butacas del Lincoln Theatre de Miami, cuando ofrece un concierto La New World Symphoni y más al cumplir con la tradición vienesa de juntar a dos de las tres grandes B, las de Beethoven y de Brahms, faltando sólo la […]

Es improbable comprobar por muy diligente que sea el entusiasmo visual algún vacío en las butacas del Lincoln Theatre de Miami, cuando ofrece un concierto La New World Symphoni y más al cumplir con la tradición vienesa de juntar a dos de las tres grandes B, las de Beethoven y de Brahms, faltando sólo la altura piramidal centenaria de Juan Sebastián Bach.

La programación activó el frenesí, las ansias del desesperado por escucharlos, los compases, las cadencias, el estilo ejecutor pronto a llevarlo a uno al bosque encantado del romanticismo de una época que vive, resuelta a no languidecer por mucha innovación electrónica prevaleciente en la modernidad.

El concierto número tres en do menor para piano y orquesta opus 37 de Beethoven y la Sinfonía número 1 en do menor opus 68 de Brahms. El concepto del ciclo merece una acotación. Bautizó a esta obra como una continuación en el numeral histórico: “La Décima” en virtual referencia al proceso de hilación, de la pausa sin traslape, entre la coral beethoveniana y esta primera introducida en toda su intensidad desde que asomó la alucinante metamorfosis de la forma sonata.

Con la adjudicación el oyente, si las sigue una detrás de otra, debe impregnarse de la sensación de ponerlas siendo de distintos autores en el ámbito de una sola, ininterrumpida creación.

Los asistentes disfrutamos del colorido de Emmanuel Ax, tanto a través de la reproducción tecnológica de nuestros días en el sistema en que cientos de obras caben en un diminuto artefacto de bolsillo. Pero esta vez se respiraron los aires del proscenio, cerca de donde el piano espera a Emmanuel finalmente erguido con el temple del virtuoso, orondo y seguro de la confirmación de otro de sus éxitos, después de haberse pasado por la prueba introductoria de Ernst Toch en su Bunte Suite para orquesta. Otro Ax, no el osado tecnicista expandido en el colorido prodigioso que él supo poner en piezas como las muy complicadas de Liszt, reflejado en el concierto ausente de las grabaciones.

No son pocas las veces en que un ejecutante evade con su estilo propio, los moldes originalmente trazados por el compositor porque también en música como en otras artes, la innovación, la recreación andan en la orilla de la oreja y en la aspiración audaz de las manos. Son las revaloraciones del sentimiento en el afán de entregar lo diferente no en el fondo del tema por supuesto intocable y sagrado, sino en la forma, en la apelación figurativa.

Emmanuel hizo gala de discreción en el tono de su pintura, guardó el génesis del color, ciñéndose respetuosamente, conservadoramente a los moldes clásicos, al balance, sin acudir a la dureza y la velocidad escandalosa de los “aporreadores”. Puso sutilmente las manos sobre la dentadura de oro del piano tan bien cuidadas que algunas opiniones en el instante del brindis post melódico, lo consideraron excedido en la parsimonia, acoplado con su director Michael T. Thomas, gustador comprobado de la enjundia beethoveniana.

La Prensa Literaria

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