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LA PRENSA/Archivo

Candelaria

No era suficiente un solo artículo sobre el barrio de Candelaria para poder llevar a los lectores el recuerdo de un importantísimo núcleo social y económico de la vieja Managua. Candelaria, al oriente de la ciudad, era el centro económico. Su estación del Ferrocarril recibía a los viajeros venidos de Chinandega, León, Granada, Masaya, Rivas, […]

No era suficiente un solo artículo sobre el barrio de Candelaria para poder llevar a los lectores el recuerdo de un importantísimo núcleo social y económico de la vieja Managua.

Candelaria, al oriente de la ciudad, era el centro económico. Su estación del Ferrocarril recibía a los viajeros venidos de Chinandega, León, Granada, Masaya, Rivas, Carazo, y los servicios de transporte automotriz que viajaban al norte tenían sus agencias en Candelaria. Lógicamente pasajeros y carga, abastos e importaciones eran recibidos en la capital y distribuidos en todo el territorio nacional. Grandes bodegas, abundantes coches de caballo y taxis, camiones, carretones y autobuses, integraban el centro de servicios más importante de Nicaragua.

Hoteles, pensiones, bares y cantinas como el Washington, Ayala, Estrella, Michigan, Gloria, Las pensiones Velásquez y Metrópolis hospedaban a diputados, senadores, gente venida de Las Segovias, comerciantes, personas en busca de salud, estudiantes, en fin toda clase de viajeros necesitados de llegar a la capital de la República.

La Candelaria, hasta antes del terremoto del 31, era una de las iglesias más visitada del país, sus velas encendidas a la Virgen, eran ofrendas diarias y signos de fe cristiana.

Así que vivir en Candelaria era estar cerca de todo y casi de todos, pues los otros dos barrios San Sebastián y Santo Domingo eran aledaños. Todavía existía una devoción a San Miguel Arcángel, y el Santo de la ciudad era Santiago. Después por travesuras de los jesuitas, Santo Domingo se impuso en milagros y concurrencia y hoy las fiestas de Managua son las del Santo del barco.

Al norte de Candelaria quedaba la estación del Ferrocarril, la casa de su gerente de estación —un señor llamado Humberto Carrión, padre de muchachas guapas— calle de por medio hacia el lago estaba el torreón y la entrada a la Colonia Dambach, construida por don Pablo, el mismo que hizo la Catedral frente a la Plaza y el Club Managua, cuyo diseño y armazón se realizó en Bélgica. Dambach la donó para escuela de bellas artes y el tiempo y el descuido la tienen en lamentables condiciones.

Hacia el oriente, vivían Genaro Mayorga, padre de los Mayorga Cortés, y su hermano Julio, esposo de doña Rosita Portocarrero, ahí conocí a Julito, Coco, Thelma, Gladys y demás hermanos. Vecinos de las Vargas, Daysi y Alba, también Vargas, la Rosita, hija de un Coronel a quien le faltaba un brazo, producto de una de tantas revoluciones. En la esquina sobre la Momotombo se crió Héctor Martínez hasta su bachillerato, con el cariño de su mamá doña Carlota, una tía y su padrino distribuidor de querosín. Sobre la misma avenida, Rosario Báez y en los bajos de la Voz de Nicaragua don José Santamaría, director de la Sinfónica Nacional; doña Lidia, Gloria hoy de López, Mundo y José Rolando Santamaría, hematólogo graduado en Alemania y ya fallecido. Vecinos, los Mendieta, los Sarria, Catalina Shatoff, primera mujer directora de Turismo, hasta llegar donde las Uriarte —Daysi, esposa de Lolo Estrada recientemente fallecido en León—.

La calle de la Momotombo, la más larga de Managua, era hogar de muchísimas familias aún no mencionadas en mi escrito anterior. Las Lacayo, los Gabuardi-Lacayo, los Llanes vecinos primero de Mundo Sánchez, el papá de Carita, Mario, quien el día de su Primera Comunión le metió pólvora a la vela de Poncho Llanes y en la Iglesia a la hora de prender la candela, todo fue susto y confusión, haciendo llorar a la Angelita Llanes, a su hermano y a todos los primeros comulgantes. Sobre Candelaria vivían los Vargas de Chale. Un doctor en Farmacia, Barreto Portocarrero, que vendía los sábados unos nacatamales deliciosos.

El doctor Alejo Espinoza, médico militar y papá de Sergio y su hermano. El doctor Artiles, que estudió en Granada con Somoza García, cuando Tacho viejo —era recomendado de Cuadra Pasos—. Max Vargas, su hermano el chele y sus hermanas eran de Candelaria, al igual que los Hernández, uno de ellos ex director del Seguro Social. Las Otero eran tres, Olguita, Zela y la chiquita hoy abuela, les hacíamos el chiste de que el papá sembraba tallarines y le salían espaguetis, por cierto eran pastas frescas deliciosas.

Otra vecina importante fue doña Angélica Ramírez Jerez, prima hermana de mi bisabuela Justina. Doña Angélica fue la mamá de Chendo y Angelito Argüello. El primero gran tagarote de Figueres en la revolución de Costa Rica, así como miembro de la legión del Caribe, y el segundo dueño de una conocida librería de Managua. La tía Angélica era dueña de la quinta que llevaba su nombre en la Carretera Sur y abuela de los cheles Wallace, Melvin, Chéster y compañía limitada. Por sus orígenes leoneses se decía que su comida la guardaba en la caja de hierro, para evitar la glotonería de sus nietos.

Alma Delgado era muy popular, cambiaba rápidamente de novio. Se fue a los Estados Unidos, como mucha gente ha emigrado. Sobre la misma acera vivían los Gámez, Ligia, Alberto y Saturnino. Su papá era ingeniero de minas. Vecino inmediato era Julio Miranda Cortez, abogado de don Julio Lalinde, emparentado con su esposa y los Frixione y en la acera de enfrente estaba la familia Duarte, famosas modistas de antes, casadas con ex oficiales de la GN, que renunciaron a raíz de la expulsión del presidente Argüello.

Cómo no recordar a la Normita Cárdenas, hija del doctor Adán Cárdenas, las Reñazco, las Araquistain, las Caldera Wheelock, sus primos Martha e Hilda y sus hermanos Horacio y Roberto, descendientes de dos personajes ilustres, el historiador Gámez y el filólogo, humanista y precandidato a la Presidencia de la República, doctor Hildebrando Castellón Sánchez, primo hermano de mi abuelo Benjamín.

La Casa Esquivel del famoso Chetín. El ingeniero canadiense, papá de Annabel —también Wheelock y esposa de Noel Lacayo Barreto y la casa de los Cárdenas y también de los Hurtado Cárdenas, de quienes dice Arturito Cruz ex embajador en Washington que Hurtado es la única familia en Nicaragua que puede presumir de blasones—.

Esa misma casa solariega destruida por el terremoto del 72, fue hogar de los Aguerri Hurtado, José Adán, Alberto, Carlos, Carmen, Juan y Jorge, ya que sobre la Momotombo quedaron las oficinas distribuidoras de películas para los diversos cines de Nicaragua. El ex Presidente de la República, Emiliano Chamorro y doña Lastenia, también fueron vecinos de ese vecindario.

En la esquina hacia abajo estuvo la litografía de don José del Carmen Pérez y hacia la montaña la Escuela Chepita Toledo de Aguerri, en honor a la gran educadora e intelectual nicaragüense, abuela de Esperanza, Adolfo y Enrique Hurtado, hijos del pionero algodonero don Adolfo Hurtado, quien perdió su hermosa casa por servir de fiador a un —buen amigo—. En la acera de enfrente el recordado Chino Mejía tenía sus oficinas, el Chino se hizo —cursillista de cristiandad— y en un arranque típico de él llevó al altar de una capilla a un buen amigo, frío en cuanto a creer en la Virgen María, diciendo lo siguiente “mira papa Chú, este jodido no cree en tu mama y lo vengo a acusar ante vos para que le doblés el brazo, si no cree en tu mamá… tampoco puede creer en vos”; el amigo no supo qué hacer, se puso a rezar con mucha devoción y aceptó desde entonces creer en la madre de Dios.

Don Julio Lalinde tenía su casa y oficinas a la media cuadra, él vino de Colombia, hizo una gran fortuna y heredó de su familia colombiana otra fortuna, los Mendoza también ricos eran dueños de enormes casas en esa misma zona, y sus parientes tenían grandes propiedades cerca del colegio de la Asunción y desde luego extensiones inmensas junto al mar. Los Gutiérrez del general Julio Gutiérrez y sus hermanos también vivían cerca de la estación del Ferrocarril, Octavio Gutiérrez fue asistente de Luis Somoza y es gerente de un conocido hotel capitalino.

La esquina de las masayas era dirección orientadora, los transportes Siles era otro sitio de referencia. Helena Levy inspiró a más de un poeta. Carlos Siles su primo, sagaz e inteligente, se llevó un pedazo de Candelaria hasta León, anecdótico Chale escribió la historia de esa ciudad a través de Poneloya y el Hotel Lacayo.

Abraham Argüello vivió por el Margot, donde vendía sus famosos hot dog y el doctor Evaristo Carazo tenía varias casas en esa misma zona. El primer súper de los Mántica fue en Candelaria. Las Castrillo de Chontales y doña Adelaida su prima, también se fincaron en el barrio. Tinajón —luego triunviro— Rafael Córdova Rivas, gran amigo de Pedro J. Chamorro, sentó sus reales con doña Maya a media cuadra del doctor Castany, dentista de origen italiano, muy cerca de ahí la Editorial Nuevos Horizontes hizo historia con el esfuerzo de María Teresa Sánchez, madre de “Susto”; escritor de teatro y quizás el dramaturgo más importante del país. Luis Alberto Cabrales, Julio Icaza, Manolo Cuadra, Pablo Antonio, Ernesto Cardenal y Carlos Martínez, en fin lo más granado de la nueva poesía nicaragüense frecuentó dicha editorial y recibió el calor humano de Pablo Steiner, esposo de María Teresa.

Sonia y Yolanda García y su hermano Poncho, recordado por su bonhomía, pertenecen a la historia de Candelaria, así también Iván Álvarez y sus dos hermanas, Checho Álvarez siempre serio, aunque se ría, abogado, ex banquero y ahora retirado con Clarisa, su esposa en la ciudad de Miami.

Las ruedas se armaban todas las noches en las puertas de Managua, pero la tertulia más famosa de entonces era la de doña Angélica Balladares de Argüello, originaria de Chinandega y conocida como la primera dama del liberalismo. “La reina madre” como llamaban a doña Blanca Urtecho Avilés, viuda de Manuel Coronel Matus y descendiente de un hermano de Pedrarias de Ávila, era una de las más asiduas. Coronel fue Canciller de Nicaragua y su hijo José, escritor famoso y en una época diputado, visitaba frecuentemente dicha tertulia, otras habitúes eran don Adolfo Benard —el mayor accionista del Ingenio San Antonio— el doctor Mario Flores Ortiz, don Ernesto Argüello y Adolfo Altamirano Brown.

No podía cerrar esta crónica sin recordar las clases de baile que recibían los jóvenes del viejo Managua, en un salón donde las trabajadoras domésticas y algunos mozalbetes compartían la música de Agustín Lara, José Sabre Marroquín, Luis Alcaraz y otros. Una noche de tantas —Chapulín— Agustín Torres Lazo se entregó frenéticamente al bolero y la guaracha, resultando ganador del concurso de baile organizado por el salón —su pareja— era la chavala que trabajaba en su casa de habitación. Una famosa estación de radio transmitía el evento y sucedió que al dar el nombre de los bailarines campeones, el papá de Chapulín tenía puesta la oreja en el receptor. Automáticamente se levantó, alquiló un coche de caballos y se dirigió al establecimiento donde todavía eran vitoreados los ganadores. Chapulín salió tirado de la oreja por la mano de su padre y la compañera desapareció como por encanto. Así era el viejo Managua, así era Candelaria.

La Prensa Literaria

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