Un día te visita,
te sorprende con un manojo de horas,
con su cuerpo de átomos invisibles.
Un día te amanece,
se pone oscuro por los nubarrones
y te deja cansado, sin luz, ajeno a ti mismo,
con ganas de llorar, de tirar flores muertas en la ventana,
con ganas de matar, de cortar las hojas amarillas de los
parques.
El día se comprime, se sumerge en su mismo espacio,
tímido y reservado frente al mundo,
se queda tras de ti, vigilando tus pasos, viéndote de
espalda, luego se irá convirtiendo en una sombra,
en una sombra triste y rezagada
que al final de su plenitud desaparece.
3:20 p.m.
Amén. No ha sido suficiente.
Dócil e inesperada, ocurre esta agonía.
En ese silencio que se repite
con tormentas y ceniza
oigo ese augurio de tierras y autopistas
aquí en esta sombra de ironías.
El viento sopla al norte porque
el frío es dueño de su propia belleza.
Desde este pálido encuentro de vientos y holocaustos,
miro hacia mí mismo entre vísceras y muros.
Ruego que no sea mañana como ahora
los días que me nacen espinas.
Algo descansará en la memoria
y poco a poco aparecerán los ruidos.
Ábreme la puerta
Raúl Xavier García
Lo importante, lo que te es útil y necesario
es saber, cuándo y dónde es la entrega.
Y a la vez soñar con lo desconocido,
porque es más difícil comprender que amar
a los que piensan distinto a nosotros,
aunque a medida que crecen los años
desaparecen las contradicciones
pero siempre hay alguien detrás de la espesura
de las circunstancias que espera.
Y suben las viejas cenizas del silencio desde sus
profundidades.
Lo que nos adormece, es el sólo pensar porque somos más los
hambrientos, lo mismo que sentir ese dolor profundo cuando
nos llega la noticia que ha muerto un ser querido.
Hay que aprender del vivir y de los que regresan de sus
tumbas.
Ellos abrirán sus puertas y nos dirán: con los gestos y
lenguajes de las manos.
Que es la inmortalidad del alma y lo que justifica la
creación del mundo.