14
días
han pasado desde el robo de nuestras instalaciones. No nos rendimos, seguimos comprometidos con informarte.
SUSCRIBITE PARA QUE PODAMOS SEGUIR INFORMANDO.

Hendel, uno de los compositores que revolucionó la música. LA PRENSA/ARCHIVO.

Handel: la música acuática

Ramón Rodríguez, quien sabe alternar y distinguir los dos sombreros de sus actuales responsabilidades: director del Teatro Nacional Rubén Darío y director de la Camerata Bach, me decía desde años atrás, con la fiesta pintada en el rostro, que una de las metas para la consagración en los aniversarios de la orquesta era el de […]

Ramón Rodríguez, quien sabe alternar y distinguir los dos sombreros de sus actuales responsabilidades: director del Teatro Nacional Rubén Darío y director de la Camerata Bach, me decía desde años atrás, con la fiesta pintada en el rostro, que una de las metas para la consagración en los aniversarios de la orquesta era el de escenificar con los faustos de antaño “la música acuática” de Handel.

No escuetamente presentarla con su formato primario de sencilla instrumentación, aparecido en el año 1740, caracterizado por segmentos, variados movimientos, algunos semejantes entre sí, pero la mayoría ricos en la diferencia, diversos movimientos entre los cuales son apreciables desde el nervio impetuoso hasta la parsimonia en el rumbo de la dilación: obertura “grave allegro”, adagio, staccato, andante, passpied, air, menuet, bourre, hornpipe y la versión en do de la segunda suite, toda una innovación: “el lentement” para confirmar el patrimonio de los contrastes.

Ramón la quiso ofrecer con las características representativas de la época en un salirse de la rutina contemporánea y para ello planificó el montaje durante algún tiempo, dirigiendo primero la mirada a los recursos y las posibilidades con el vestuario de la época e incluso de los fuegos artificiales, que ya por 1749 fue el estilo invocado para celebrar la paz de Aquisgrán.

En esos tiempos —9 años posteriores—, a la modesta concepción del también modesto compositor, se ofreció una exégesis ampulosa, ampliada, con un ordenamiento y multiplicación instrumental desacostumbrados: 9 trompas, 9 trompetas, 24 oboes, 12 fagotes y 3 timbales.

La aspiración de Ramón aspiraba a darnos un boleto para viajar en la máquina del tiempo, no sólo partiendo de la genuina guardarropía, cuidado hasta el detalle de los botones y de las pelucas, sino que, olvidando a Edison, reemplazarlo con “las luces de la vela”, como se hizo en una ocasión inaugural en el Kennedy Center en la década sesenta-setenta, las velas flameantes en el entorno, la energía natural del fuego sobre la flauta dulce, el cello de gamba, el clavecín bien temperado de Bach.

Pero cuajó la idea de presentar la suite de la música acuática sin la liquidez soñada, parcialmente —parcial fue también el disfrute— por haberse fragmentado la ilusión y ofrecerse sólo unas partes bien recibidas. Fueron celebrados los 250 años del fallecimiento de Georg Friedrich “23 de febrero de 1685-14 de abril de 1759” y las 17 primaveras de la Camerata Bach con un programa que incluyó solamente la música del festejado, no alrededor de una sola de sus obras sino con extractos: La entrada de la Reina de Saba, Lascia Chio Piang de la ópera Rinaldo y fragmentos del oratorio El Mesías, lo cual condujo al final a la celestial y jubilosa exposición del Aleluya. Para ello contó con la propia e ineludible camerata, el coro Parajón Domínguez, el coro de Cámara de Nicaragua, Elisa Picado y Mario Rocha, según la información suministrada por el programa.

Estudioso profundo del Concerto Grosso, el autor de Water Music ilustró su carrera con anécdotas y trampas ingenuas y fructíferas, como aquella que llenó de arrobo al Rey Jorge de Inglaterra, al poner frente a la embarcación del soberano las suaves y fuertes notas, escritas para las ondulaciones del humor acuoso. Llevaba a su orquesta en la embarcación sólo para que sintiera la brisa de su música. Tan audible estuvo que el monarca quedó maravillado de la suite de la que se enamoró el mundo desde que nació. El gesto rompió un disgusto que había y reabrió las puertas del palacio.

Los senderos donde más encantadas estuvieron las melodías esa noche en la modesta apreciación del suscrito fueron ocupados exitosamente por el bajo, glorificando la luz que iluminaba a las tinieblas. Nutrido, relleno, el coro predijo al futuro en las apacibles sicilianas con las contramelodías de los violines. El triunfo del salvador sobre la muerte.

“Yo sé que mi redentor vive, la trompeta sonará, aleluya”. Sensación de encanto colectivo cuando las almas se pusieron de pie obedeciendo la señal de la conductora, aleluya con las voces y la orquesta en la plenitud total del uso de los recursos humanos, pues en ese instante todo debía palpitar en unísono, salvo la perpleja y vertical quietud de unos palcos que estuvieron a punto de cantar. Un portento del que salen las paradojales lágrimas alegres. Fruto verdadero del arquitecto de los oratorios que han sido luz tonal del misticismo universal.

La Prensa Literaria

Puede interesarte

×

El contenido de LA PRENSA es el resultado de mucho esfuerzo. Te invitamos a compartirlo y así contribuís a mantener vivo el periodismo independiente en Nicaragua.

Comparte nuestro enlace:

Si aún no sos suscriptor, te invitamos a suscribirte aquí