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Pinceles irreverentes

La última exposición personal denominada Intervenciones, con trabajos elaborados hace unos veinte años del artista plástico Edwin Mauricio Mejía Baltodano en las galerías III y IV del Instituto Nicaragüense de Cultura (INC) de Nicaragua, en abril del 2008, puedo describirla como un reto al concepto del arte plástico en sí, y quizás un reto aun […]

La última exposición personal denominada Intervenciones, con trabajos elaborados hace unos veinte años del artista plástico Edwin Mauricio Mejía Baltodano en las galerías III y IV del Instituto Nicaragüense de Cultura (INC) de Nicaragua, en abril del 2008, puedo describirla como un reto al concepto del arte plástico en sí, y quizás un reto aun mayor a nuestros consabidos conceptos del valor comercial de la obra de arte, pues lo expuesto no tenía precio —como es normal o anormal en modernidad—, o como en subastas y remates donde se tasa una obra sobre un precio base conocido y las mismas van a parar a manos del mejor postor. En vez de ello, Mauricio decidió regalar centenares de ejemplos de su larga y prolífica carrera de trabajo, a quien quería llevarse una y aun otra más, sólo a cambio le retribuyeran un simple “gracias” o una tímida sonrisa mutuamente gratificante, ello me obliga remembrar acerca de su trabajo más allá de esta exposición, más de veinte años que tengo de conocerlo.

Aunque a veces es irónico y más frecuentemente irreverente, llamativo y retador, en Intervenciones Mauricio Mejía mostró, aparte de estas particularidades personales, una verdadera evolución y versatilidad de su expresión artística por la innovación en técnicas, materiales y formatos, así como por sus conceptos, ideas y creatividad con las que crea obras y objetos de arte, desde sencillos y desechables objetos de uso de la vida diaria, —objetos cotidianos, objetos descartados y basura juntos y revueltos a obras más convencionales—, ahí estaba una copia de su iconoclasta obra de tres mujeres con sus canastas de verduras sobre sus cabezas, hecho en daguerrotipo —una de las primeras piezas en ser llevadas por un aficionado— hasta sus últimos experimentos abstractos de dibujos hechos sobre un particular soporte, —bobina de papel para calculadora de contabilidad de un kilómetro de longitud—, ahí presentó en presente, más de “algo” para los muchos gustos artísticos visitantes de su caótica-ordenada, retrofutura, visión, perspectiva y particular descomposición-museográfica.

El rango de sus creaciones va desde convencionales retratos o figurativismo dibujados en tinta con base en la esencia del café —cual siena tostada al agua— sobre papeles y cartones de cualquier calidad color y dimensión, hasta piezas elaboradas en papel de aluminio —el que se utiliza en la cocina—, material que enrolló y desarrolló para hacer figuras y formas, convirtiéndolos en elementos de cuadros u obras tridimensionales que incluso llevó junto al mural al piso de la misma sala de exhibición, misma que incluía transparentes botellas desechadas de soda con particular universo, contenido en cada una de ellas, además de guantes plásticos transparentes desechables, rellenos de diferentes materiales a su ¿antojo? como papel periódico y bolitas de plástico ligero, que se utilizan en los empaques para transportar delicados equipos, latas sarrosas de encurtidos, alimentos, que ubicadas sobre metálicos marcos e imanes permitieron al mismo observador reubicarlas a su propio gusto, convirtiendo así al observador en participante de la creación y recreación de una nueva obra a la espera de un próximo observador-recreador que la reconstituya.

Si hay un tema que subyace en su trabajo es la constante protesta del ciudadano común contra nuestra manera moderna de vivir, contra el egoísmo, el consumismo y el “derecho” a botar basura donde sea, de eso inconsumible, que adquirimos sin medir consecuencias en pasado, presente y futuro; esa constante protesta contra la invasión de los espacios públicos por intereses privados; ese consecuente reproche contra las figuras públicas y políticas sin siquiera izar una bandera partidaria, mencionar o definir algún sujeto sospechado, todo ello un reflejo condicionado a su incapacidad o impotencia de poder ofrecer soluciones estructurales al drama cotidiano de millones de ciudadanos comunes que no encuentran salida a su condición de pobreza económica, cultural, social y humana.

Su arte es un llamado expreso a nuestra atención en palco artístico, a esa falta de un concepto de ciudadanía en una sociedad dirigida por líderes incapaces de fomentar un cambio cultural tan necesario en la construcción de una nueva y moderna sociedad; de provocar una cultura de valores éticos, donde lo moral se anteponga a valores materiales; de líderes esforzados únicamente en continuar fortificándose en tradiciones tribales con valores de cacicazgos, en los que prima el concepto de la tierra arrasada; donde la lealtad del clan hacia el alfa-líder es incuestionable y ahí donde lo decoroso, decente y púdico es tan descartable como las piezas de basura que él mismo recoge y convierte en obras.

Pero no todos sus conceptos se pudieron exhibir ese día, pues recuerdo, por ejemplo, cuando realizó la mutación-incineración (purificación asegura él mismo) de su Oda al consumo hasta llevarla a su Oda a la miseria, obras magnéticas compuestas de alimentos enlatados —la primera— y latas sarrosas, leña y el combustible de un encendedor —la segunda— bajo la ambiental narración grabada de su Manifiesto urbano, donde expresaba en vivo por VT la simbólica quema del actual estado-situación socio-urbano de su ciudad, evocador ejemplo del verdadero antiartista —que me recordó al guitarrista e icono de los blues de los años sesenta, Jimi Hendrix, cuando quemó su “Fender” en medio concierto—, o su Desayuno navideño para los buitres nacionales, donde vestido de mesero atendió una mesa con mantel blanco y largo a las carroñeras aves de La Chureca (nombre del basurero capitalino) con desperdicios vacunos descompuestos, provenientes de un matadero local, o quizás cuando sobre el monumento al periodista, en la ciudad de Managua, se hizo extraer sangre para luego arrojarla contra el mismo en memoria a viejos y recientes periodistas caídos —cuando se iniciaba juicio contra el asesino de una joven madre soltera periodista, que cubría noticias político-electoreras y al mismo tiempo se celebraba aniversario de otro caído en la misma fecha, hace varios años—, obra que realizó bajo el nombre Los periodistas no se merecen esto.

Éste es el estilo provocador de un artista que siempre ha nadado contra la corriente, misma que lo ha convertido en una persona muy cercana a la crítica, pero si alguien ha subestimado el valor artístico de sus creaciones, y otros podrían cuestionar si el mismo Mauricio subestima su valor y el de su arte, tratando sus obras como objetos comunes, desechables y sin valor comercial, como la basura misma que recoge y reconvierte en objetos de arte, eso hay que reflexionarlo, pues sería perder la vista de uno de los puntos esenciales, que hasta la fecha este artista ha manejado en su relación con el mundo artístico y el entorno social-global, si no se reflexiona más acerca de la particular acción de regalar sus obras, pues analizando el rollo de papel de contabilidad de un kilómetro de largo —que en términos plástico-materiales equivale a un cuadro convencional de 60 metros cuadrados, estamos refiriéndonos a una verdadera muralla o un verdadero mural— lleno de dibujos minuciosos que cual jeroglíficos de su propio e inventado lenguaje repartió entre veintenas de visitantes a su manifestación en la biblioteca del Banco Central de Nicaragua, denominada “Un kilómetro de arte visual con bosques pedagógicos de Paúl Klee, misma que continuó repartiendo en muchos sitios públicos, privados del país y aun en el exterior y que cuyos restos terminaron repartiéndose en Intervenciones junto a más de un centenar de otras obras de dibujos, pintura, instalaciones, caprichos plástico-visuales y “basura”, es por ello que considero en este momento que Mauricio Mejía ha logrado que sus “originales” obras más esparcidas entre la población nacional que las obras de cualquier otro artista nicaragüense, un gran logro desde el punto de vista del visionario artista renegado, que subversivamente defiende su derecho de expresarse a su antojo, pues ése es su objetivo —no el del valor comercial de lo que su capacidad creadora también es capaz en dar.

La Prensa Literaria

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