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Evocación al Son nica de Camilo

No obstante la incidencia de lo trágico en la realidad actual, reconforta saber que hay seres cuyo oficio es procurar que se realice a plenitud el vuelo de la gracia y la esperanza, las vibraciones de los sentimientos luminosos…tal ha sido el empeño de don Camilo, pues, como artista y ejemplar humano, Camilo Zapata ha […]

No obstante la incidencia de lo trágico en la realidad actual, reconforta saber que hay seres cuyo oficio es procurar que se realice a plenitud el vuelo de la gracia y la esperanza, las vibraciones de los sentimientos luminosos…tal ha sido el empeño de don Camilo, pues, como artista y ejemplar humano, Camilo Zapata ha hecho un aporte imperecedero al patrimonio cultural de la nación con su obra vasta y múltiple que comprende más de cuatrocientas melodías y ritmos de todo género: tangos, valses, boleros, bambucos, pregones, blues, fox, villancicos, pasillos, y, por supuesto, el típico Son Nica -su festiva criatura- que encarna en tono mayor y compás de 6×8 el espíritu nacional. Sus cantos potencian la comunicación, el entendimiento entre el individuo y la comunidad, claman por el amor, la libertad, la armonía, la paz.

Evocando en la infancia de Camilo las primeras manifestaciones de una realidad creadora que el muchacho ansiaba expresar, nos dice Juan Aburto: “Resultaba inolvidable su figura esmirriada con una permanente alegría y sus expresiones artísticas elementales que, posesionándolo, surgiendo desde lo hondo de su sensibilidad, nos envolvían y saturaban de un gozo íntimo ante la presencia de una realidad musical nativa y recóndita”.

A los trece años, luego de un sostenido empeño y tanta travesura pulsada en las cuerdas, atento a las notas que pirueteaban vibrátiles sobre la pista del puente de la guitarra, repitiendo, midiendo con cuidado y registrando la duración y el efecto del destello y armonía melódicas, Camilo logró concretar su propia métrica y el aliento telúrico que le bullía adentro, conjugándolos en un mismo ritmo en tono mayor , gracioso, alegre y nostálgico a ratos, que originalmente lo llamó “aire nicaragüano” y también “métrica nicaragüana”, pero en definitiva el nombre que le puso para que se grabara por siempre en los surcos del alma de su tierra y su gente y también en los del acetato, el nombre que le dio para que noblemente perdurara, fue “Son Nica”.

Apenas se repuso aquel muchacho del asombro y deleite del propio hallazgo rítmico, se fue directo en busca del dueño de su primer canto. El nombre ya también se lo tenía listo, así como a su vez, también la criaturita graciosa lo estaba esperando. Mejor dicho, ambos habían quedado de esperarse luego que se conocieran y simpatizaran en las praderías imaginarias de los valles descritos en las narraciones oídas del grupo Alma Lírica, porque resulta que su hermano Benjamín tenía un conjunto artístico escénico que se llamaba Alma Lírica, “después de las presentaciones -evoca Camilo- se ponían a platicar de Chontales, de su belleza natural, de sus montañas, de sus mujeres, los campistos y de esas conversaciones se me vino la idea de hacerle una canción a este territorio”.

Así, cuando Camilo estuvo preparado y silbó con fervor su ritmo en seis por ocho, el Caballito Chontaleño salió trotando nítido, removiendo restos de barro, fuego, aire, pirueteando en relinchos de risa, ondeando al sol su penacho de crines en la plaza festiva, con premura, como a golpe de ala y ola, llevando el ritmo con los cascos, el potrillito zapateaba, zapateaba en los últimos límites de lo creíble. El caballito era casi un pegaso nica zapateando en la copa de un ciprés o en el trueno de un galope.

Mientras tanto, los continuos viajes por el territorio nacional en el desempeño de sus labores como ingeniero topógrafo contribuirían a revelarle el alma común y profunda de la gente y los ecos de los instrumentos autóctonos que, inspirado, nuestro compositor había de revivir en nuevas creaciones (El Cacao, El Nandaimeño, El Ganado Colorado, El Arriero, Juana la Chinandegana, Flor de mi Colina, El Marimbero, Minga Rosa Pineda) en su afán y empeño por tejer para la geografía patria, con sus dedos seguros de artista, una guirnalda canora de genuino sabor nacional.

Por eso no es de extrañar que el Son Nica, concebido como voluntad de independencia y ne cesidad de precisar lo propio, haya actuado como un intensificador del sentimiento de pertenencia, de identidad, de continuidad cultural y, desde luego, como la forma más auténtica para cantar las expresiones de la cultura viva (costumbres y valores) asentada en el ambiente de nuestros campos y pueblos; de modo que su trabajo lo mantuvo estrechamente vinculado a la naturaleza y la tierra, permitiéndole entrar -como ya lo indicamos- en la onda de la prodigiosa sugestión del paisaje con sus formas de vida, voces, signos, atmósferas, e imágenes que él registra y compone en sones que pueden verse con los oídos.

El ritmo y colorido propios de su música animan y enriquecen la plasticidad de sus descripciones temáticas, pero en todos los motivos de sus variados sones un toque nativo e inconfundible de pícara ingenuidad matiza su tono y aroma, revelándonos a un compositor que se complace en conjugar en sus piezas el humor con el ingrediente sensual y a veces erótico, como lo manifiesta en El Nandaimeño. En Juana la Chinandegana los motivos y peripecias del galanteo y la seducción acontecen de manera ágil, desenvuelta, divertida y traviesa en toda la acción escénica.

La ocurrencia pícara descrita en Minga Rosa Pineda contagia de risa los ojos:

Sospechaba que no estabas tan cabal

y bultosa del ombligo yo te vi

si supieras lo que tuve que aguantar

por la foto que te hicieron de perfil.

Esta canción, Minga Rosa Pineda, compuesta en 1978 es una obra singular que conecta, comunica y pone al día la sustancia, los temas y el estilo de Camilo; su natural sentido poético y plástico de lo lúdico que encarna, fresco, tierno, feliz, rotundo, en las imágenes:

Yo me llamo Juan Beteta Castellón

y en la hamaca de tus pechos me dormí;

Juan Beteta fue el primero que miró

esos jícaros con miel de capulín.

Evidentemente, el lenguaje musical de Camilo concilia entre sí -con gran energía, abierta franqueza, humor y visión poética- el amor por la entraña terráquea, la pasión por los ideales de libertad y humanismo, la inquietud ante el permanente conflicto por la sobrevivencia, y el gozo de compartir las expresiones usuales de la vida cotidiana. Prestémosle atención a los pregones de El Ganado Colorado y El Arriero, marcados por su saludable percepción.

Entre sus óleos musicales descolla El Marimbero que fusiona con precisión texto, latido y melodía. El tono crepuscular de su última parte esboza andares, lejanías, destinos…fisuras por las que se filtra en oscuro esplendor la realidad e irrealidad que carga el ser. Y, desde luego, su ternura, su drama.

El Solar de Monimbó fue compuesto después de un homenaje que le ofrecieron en Masaya en un predio que se llamaba así, Solar de Monimbó, como más tarde se llamaría su célebre son. El lugar estaba ubicado cerca del Colegio Salesiano. Camilo asistió al festejo en compañía del organizador, su amigo Paco Ortega, propietario de un almacén de calzado en Managua que solía rodearse de músicos y deportistas en sus andanzas faranduleras. El compositor registró emocionado en su memoria la imagen fiel de aquel patio con los ranchos típicos de paja, los músicos, la pareja de bailarines, la peculiaridad del jolgorio y la atmósfera encantada cuyos perfiles y tono el compositor tridimensionaría después sobre el pentagrama.

Con El Solar de Monimbó Camilo nos ofrece una espléndida clase demostrativa del zapateado y de su experiencia lúdica de la vida. Efectivamente, esta composición expresa una gran síntesis en la que se funden la belleza; el magisterio escenográfico; las raíces de la flor y el canto en la polifonía de la marimba hecha de ñámbar, cedro real, papamiel y peina-mico; y el espacio, donde al nicaragüense que decide bailar le basta hacerlo “en una hoja o en la punta de un ciprés”. Recobrado paraíso donde acontece libremente el diálogo, la felicidad, la dignidad, la fiesta comunitaria.

La herencia profunda, brillante, vigorosa, de Camilo en la música nacional es reconocida por todos los entendidos. Y eso precisamente porque su inspiración y su sonido específico emergen desde las profundidades de la memoria colectiva, “del son que nos baila adentro”, -reconoce Pablo Antonio Cuadra- “en el subconsciente musical del pueblo. Él fue el primero que valoró y dio continuidad culta al ritmo popular más característico de los nicaragüenses”.

“Yo le debo tanto a Camilo -dice Carlos Mejía (1943)- que sin su positiva influencia no hubiese sido capaz de escribir canciones como Panchito Escombros y Antojitos Nicaragüenses, para citar algunas”. Víctor M. Leiva compuso su Temporada de Café al ritmo del son creado por Camilo que matiza igualmente algunas melodías de don Gilberto Guzmán (1925). También Otto de la Rocha (1934) reconoce que en su primera obra titulada Una Canción va combinado su propio estilo con el son de Camilo. Ocurre lo mismo con Jorge Isaac Carballo (1931), autor de La Juliana y Campesino Aprende a Leer; con José Antonio Morales Lazo (1922) que compuso la Balada Campestre; Oscar Gutiérrez (1936-1994), creador de la inolvidable Perra Renca; con los médicos César Ramírez Fajardo (1928), César Zepeda Monterrey (+) y Wilfredo Álvarez Rodríguez (1934), integrados en el grupo Los Bisturices Armónicos que rescatan la canción anónima Son tus Perjúmenes Mujer y el grupo Soñadores de Sarawaska (integrado por los hermanos Epifanio y Ceferino López, y por Merchito) que descubren el vals segoviano Flor de Pino.

Este nicaragüense excepcional procreó con doña Lila Quiñónez cuatro varones: Camilo, Rodolfo, César y Gustavo. Unos residen en el país, otros en el extranjero; de modo que él tiene que partir en dos el pentagrama de sus días: alguna vez va allá, para que una parte de sus nietos mantenga siempre vibrante en la conciencia la música del nicaragüense sol de encendidos oros. Él siempre regresa con nosotros; y allá en Valle Dorado, a la orilla de un cerro, en casa de su hijo Rodolfo que vela con su esposa Celina el reposo de su travieso corazón gentil, fecundo y andariego, Camilo aún suele salir a caminar por el parque y veredas aledañas, urdiendo nuevos temas para futuras trascendencias. Tal es el hombre que exploró los límites que existen entre la realidad y la esperanza, entre lo deseable y lo posible, cambiando así su vida en destino y su existencia en mito.

Los cantos de Camilo: Flor de mi Colina, Minga Rosa Pineda, El Solar de Monimbó, Caballito Chontaleño, El Nandaimeño, Juana la Chinandegana, El Cacao, Cara al Sol, El Arriero, El Ganado Colorado, El Sopapo, Campesina Zalamera, El Marimbero… constituyen un resplandeciente aporte a la belleza, a la alegría, a la esperanza de descubrir nuevas posibilidades de relación y desarrollo en la vida colectiva. Y, claro, ejercen la magia de hacer soñar que la existencia toma un rumbo nuevo, hacia un futuro próspero, solidario y abierto.

Al evocar su 90 aniversario, querría concluir este homenaje mínimo celebrando lo que aún comparte con él audazmente la vida, mientras le miro entrar a los 10 que le separan para cumplir el siglo, “cara al sol” en su barca encendida contra el viento encrespado, sin haber perdido nunca de vista el punto de partida ni el rumbo; zapateando al compás de mucho son con tanto cielo luminoso, muchachas y chavalos alrededor de su persona; Monimbó haciendo propio el fervor de sus manos que al sonar de la marimba tejen alegre y sabio el curso del destino en el tercer milenio.

La Prensa Literaria

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