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Con gusto y sin enfermedad

En el atrio de la iglesia Asunción de Masaya, en una banca de madera se encontraban conversando en una mañana de febrero mientras finalizaba una misa fúnebre: don Reynaldo (el ricachón); Edgar (garita); Ricardo (cacharpa); Silvio (el doctorcito) y Miguel (Miguel bola). Dialogaban de todo, hasta de los bichos que merodeaban y etc. Bayardo, cómo […]

En el atrio de la iglesia Asunción de Masaya, en una banca de madera se encontraban conversando en una mañana de febrero mientras finalizaba una misa fúnebre: don Reynaldo (el ricachón); Edgar (garita); Ricardo (cacharpa); Silvio (el doctorcito) y Miguel (Miguel bola). Dialogaban de todo, hasta de los bichos que merodeaban y etc. Bayardo, cómo que no le quedó bien la pierna, le dijo Reynaldo. Lo reparado nunca es igual, por ejemplo, si usted se repara sus dientes no van a ser los mismos, replicó Bayardo. Don Reynaldo se sorprendió y dijo: Tienes razón”.

La conversación con el rocío mañanero se convirtió amena, todos veían insistentemente hacia la iglesia sin decir nada, esperaban saliera el féretro. Ricardo diario hace diario ejercicio en el cerro el Coyotepe, pero la barriga no se le baja, debería mejor practicar el ananismo para bajarla, le dijo Edgar. Es mejor así, con gusto y sin enfermedad, repuso Bayardo. Es que mucho como fritanga, contestó Ricardo. Sería bueno que algún día nos sentáramos a conversar y dilucidar desde el gobierno de Zelaya hasta nuestros días, expresó Bayardo. Excelente idea hacerlo, contestó don Reynaldo. Zelaya trajo el progreso, separó a la iglesia del Estado, hizo y/o continuó con el ferrocarril, expuso Silvio. Por fin, acabó el padre la misa, dijo desesperadamente Miguel Bola. Se dirigieron a dar las condolencias a los familiares y regresaron. El féretro se fue y los vivos quedamos dialogando hasta la muerte, y los muertos mueren cuando uno los olvida, concluyó Bayardo. Todos asintieron con un meneo de cabeza y se fueron a sus quehaceres.

La sombra en el aposento

Voy a decirte cosas que no debe conocer un desconocido, le dijo Rosa a Ana. La objeción es justa, contestó Ana. Realmente, en que rincón del mundo se puede esconder uno de uno mismo, repuso Rosa. Ana asintió sin decir una sola palabra. En la sombra del aposento fui poseída por primera vez de la imagen inaudita y mordaz del amor, que parejamente me decretó una sonrisa como espada filosa que rompe, contestó Rosa. Tu imagen es mi imagen, repuso Ana, y ambas amigas se lanzaron una estruendosa carcajada de satisfacción.

Linderos del amanecer

Vaya sacando todo lo arrinconado, amontonado, expresó Tania a su amiga Nora. Desafinadamente he querido hacer el mal, pero me sale que hago el bien, contestó Nora. Mi aposento esa tarde estaba semi oscuro, me daba temor, pero la noche fue húmeda en sentimientos y amor, repuso Tania. El amor es el amor, secreto de la razón e imaginación que desveliza las místicas metáforas de una noche de júbilo, que nos deja cansadas y felices en los linderos del amanecer o anochecer, repuso Nora.

La Prensa Literaria

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