14
días
han pasado desde el robo de nuestras instalaciones. No nos rendimos, seguimos comprometidos con informarte.
SUSCRIBITE PARA QUE PODAMOS SEGUIR INFORMANDO.

Carmen

El golpe de la puerta contra el suelo la hizo huir hacia el fondo de la casa. En el recorrido sintió nunca llegar al refugio que muchas veces habìa preparado mentalmente para una ocasión como la que se le presentaba y en la carrera dejó las sandalias rotas que creyó le restaban velocidad. Su mirada […]

El golpe de la puerta contra el suelo la hizo huir hacia el fondo de la casa. En el recorrido sintió nunca llegar al refugio que muchas veces habìa preparado mentalmente para una ocasión como la que se le presentaba y en la carrera dejó las sandalias rotas que creyó le restaban velocidad. Su mirada denotaba sorpresa en cada movimiento de su globo ocular.

Lo observaba furibundo, irracional, descontrolado.

Al ver el piso ya no estaba él. Sus pasos se oyen cerca, tan cerca que sobresalta al ver la cortina de la ventana mecerse con el viento.

“Carmen, qué hiciste -se pregunta a sí misma-. No soy mala gente e hice siempre lo que él quiso”. Carmen no quiere ni respirar. Exhalar le resulta fatal y si lo hace fuerte puede advertirlo de que ella se encuentra tras ese ropero, oculta.

“Me voy pegadito a la pared, llego a la puerta del cuarto y quedo detrás del baúl en el pasillo y salgo corriendo. Allá afuera la Policía me espera y lo entrego, lo denuncio por pegarme y torturarme con que dormida me va a matar”.

Joaquín toma impulso y de una patada derriba la puerta. Tiembla. Suda. Se agita todo y olvida todo. Sólo quiere tenerla de frente y desquitarse la afrenta y la vergüenza que tiene. Ese comentario que escuchó en la pulpería lo hizo olvidarse de su nombre y en desquite piensa en que sólo si la mata podrá borrar, o al menos desahogarse un poco, la rabia que lo está consumiendo. “Carmen se fue a la calle después de las tres de la tarde y regresó media hora antes que viniera su marido”. Esa frase, como estribillo, se le venía en mente tanto no más terminaba de decirla completamente. Apenas pudo alcanzar verla entrar rauda al cuarto del fondo y cerrar la puerta violentamente.

“Me las vas a pagar, Carmen” -se dijo para sí. “Al saber con quien mal nacido te fuiste a ver y venís toda revolcada”. Sin pensarlo y sin tener conciencia, tomó un cuchillo que estaba sobre el baúl y derribó la puerta de la habitación en la que vio entrar a Carmen.

Tanta calma, tanta adrenalina desperdiciada y tanto desconocimiento del uno hacia el otro era parte de la decoración que lucía esa tarde de mayo la casa de los Melgara.

Se habían conocido el verano anterior a través de unos amigos en común cuando visitaron el riachuelo situado pocos kilómetros antes de llegar a Pochomil, su entonces destino para vacacionar.

Como si las fuerzas del universo estuvieran en conjunciòn para que los dos explotaran en la furia pasional, la misma noche del día en que se conocieron empezaron un ardiente romance. Una semana después, decididos, se fueron a vivir solos. No hubo noche ni día, todo era tiempo lineal, sin sueño, sin hambre, sin sed y buscando recuperar el tiempo perdido por cada parpadeo de sus negros ojos en que ambos se miraban profundamente. Los embargaba una sensación de abandono y profunda tristeza aun antes del “nos vemos luego”.

Tras las paredes, sus carnes se fundían. Apenas recuperaban fuerzas para seguir desgastándose la piel en fruición letal del deseo y el morbo sexual.

Pronto hubo necesidad de dar señales de vida a las personas que, ya extrañadas por su ausencia, empezaban a preguntarse sobre el destino de los dos. Salieron y dieron una vuelta por el parque. Saludaron a todo aquel ser viviente que se les acercaba a preguntar, curioso, sobre dónde se habían “perdido”. Sin dar explicaciones, sólo atinaban a decir “por ahí” para que los inquisitivos conocidos los dejaran en paz. Regresaron a casa para perderse nuevamente bajo sàbanas blancas que empaparían del sudor del deseo, de la pasión y el desenfreno copular.

Al despertar del día siguiente, las cacerolas de la cocina no tenían nada para albergar como alimento y hubo necesidad de salir en busca de éste. Joaquín salió a la calle a ver si ese día le salía un “rumbito” y tener más que un guineo cocido con un queso rancio, lo que dejó a Carmen para que desayunara con el café recalentado de hacía varios días.

Cuando regresó llevaba consigo una libra de arroz, pan, verduras y media libra de queso, suficiente para cenar esa noche, desayunar y medio almorzar al día siguiente. Y así, sucesivamente, Joaquín salió el resto de días para sobrevivir.

Lejos de casa, él se sentía abandonado y extrañaba mucho a Carmen. Cada vez el sentimiento se profundizaba más hasta llegar a sentirla de su propiedad.

Ya no le pedía, le exigía. El respeto fue uno de los primeros miramientos que había quedado en el pasado.

Cuando había transcurrido un año de aquel intenso encuentro amoroso, él llegó una noche -como otras noches anteriores- con aliento a alcohol. Esa noche había algo diferente que escribir en la bitácora de la pareja. Carmen se negó a sostener relaciones sexuales y tras la negativa de ella vino el puñetazo de él. Él, ciego de ira y pensando que Carmen salía con alguien más, no reparó en la desigual fuerza física de ella y la emprendió a golpes. Amenazas hubo de todo tipo y hasta le describió el sepulcro en que ella estaría si confirmaba lo que para él era un hecho.

Esta tarde el cielo se pone gris. Destellos surcan la bóveda celeste y asoman nubes cargadas de agua. Es de “abajo”, dicen los campesinos. Será una lluvia intensa.

“Carmen se fue a la calle después de las tres de la tarde y regresó media hora antes que viniera su marido”. Es el martilleo constante que Joaquín lleva en su mente, repitiéndolo a ratos en voz baja. Su camisa luce menos botones y el pulso de su cuerpo es más agitado. No ve gentes y apenas derriba la puerta, ve que Carmen se ha ido a meter al último cuarto de la casa. Entra al cuarto. Él no le cuestiona nada. Se pone frente a ella, la pálida Carmen sólo lo ve. “Carmen se fue a la calle después de las tres de la tarde y regresó media hora antes que viniera su marido”. Joaquín se le abalanza iracundo.

Un grito desgarrador, sangre que salpica y una Policía ausente. Sin denuncia, sin alguien detenido y ahora sin Carmen.

La Prensa Literaria

Puede interesarte

×

El contenido de LA PRENSA es el resultado de mucho esfuerzo. Te invitamos a compartirlo y así contribuís a mantener vivo el periodismo independiente en Nicaragua.

Comparte nuestro enlace:

Si aún no sos suscriptor, te invitamos a suscribirte aquí