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LA PRENSA/O.Navarrete.

La tierra del olvido

En un comentario reciente de una amiga de la familia he leído algo que me dejó pensando, un amigo suyo siempre dice que en el mundo existen dos tipos de personas, las que nacieron en Nicaragua y las que hubieran querido nacer ahí, quisiera empezar mis líneas hoy con ese pensamiento… Hace un par de […]

En un comentario reciente de una amiga de la familia he leído algo que me dejó pensando, un amigo suyo siempre dice que en el mundo existen dos tipos de personas, las que nacieron en Nicaragua y las que hubieran querido nacer ahí, quisiera empezar mis líneas hoy con ese pensamiento…

Hace un par de años celebramos aquí en Puebla la fiesta de la Purísima Concepción de María, que para quien no está familiarizado con la cultura nicaragüense le contaré que es la fiesta más importante que se celebra en Nicaragua por ser ésta la Patrona de los nicaragüenses. Cada año, el 8 de diciembre Nicaragua se viste de manteles largos, y acompañado de festividades religiosas y una novena, se celebra en las casas un gran “bacanal” en el que cada hogar está abierto para quien quiera participar, se dan todo tipo de comidas típicas, dulces y frutas y todos le cantamos en coro a voz en cuello a la Virgen: “Pues concebida fuiste sin mancha…”

En uno de estos festejos que hacemos los nicas-poblanos, conocí a una señora que estaba sentada en primera fila, cantando como si el mundo se fuera a acabar, con los ojos llenos de lágrimas y animando a algunos de nosotros que estábamos todavía un poco tímidos ante el acontecimiento. Yo tengo la mala o buena costumbre de siempre inventarme historias de las personas que no conozco y me llama la atención, y en esta ocasión no pude evitar el entablar conversación para conocer un poco de su vida y entender las razones de tanta pasión; mi primer pensamiento obvio fue que era una nica más extrañando su país, pero mi sorpresa fue grande al saber ¡que era poblana! , tenía frente a mí a una poblana a punto de las lágrimas cantando la Purísima…

Me imagino que quien no ha conocido Nicaragua no se puede incluir en ninguno de los dos rubros de personas que el amigo de mi amiga menciona, pero puedo decirles sin lugar a dudas que si conocieran mi paisito definitivamente querrían haber nacido ahí. Quien me lea puede pensar que esto es producto de mi apasionado espíritu y mi amor a la Patria, pero les aseguro que he tenido numerosos testimonios que corroboran mi hipótesis.

Mi mamá es una de ellas: Ella llegó a vivir a Nicaragua un enero de 1978, después de haberse casado con mi papá, obviamente nicaragüense. El día que llegó a Managua, la ciudad la recibió con las calles incendiadas y levantamientos armados por la muerte de Pedro Joaquín Chamorro; era una época de lucha constante, muertes, torturas y exilios, era Nicaragua por esos días un país que llenaba las planas de los noticieros con contenidos funestos y páginas rojas. Pero es curioso que en todo el tiempo que tengo de conocerla, y si cualquiera de ustedes le pregunta, sabrán que para ella, los seis años que vivió en Nicaragua fueron y seguirán siendo los mejores de su vida… Así como ella, doña Julia es una hija adoptiva más de Nicaragua, junto con los otros cientos de personas que se nacionalizaron nicas con el corazón.

La mayoría de las personas conoce a mi país por ser uno pequeño y pobre, perdido en el mundo y la historia; no es raro que cuando digo de donde soy, me confundan con venezolana o nigeriana, no tienen en el mapa de su mente ni siquiera un lugarcito para ubicarnos en el planeta, y si lo logran hacer, el primer pensamiento que tienen es generalmente de tristeza y fatalidad.

Si bien es cierto que mi paisito se las ha visto duras en incontables ocasiones, no será más pobre o desafortunado como cualquier otro país en América Latina, sin embargo, a pesar de las dificultades, las pobrezas, las guerrillas y los terremotos, el alma de Nicaragua va mucho más allá y se mantiene intacta, gracias al corazón dulce, la mirada noble y la tenacidad de sus oriundos.

Hablo por mí cuando digo que los nicas somos gente de nobles sentimientos y pocos rencores, porque si es que comenzamos a albergar alguno, se nos da mejor reírnos de la situación o levantarnos a gritar nuestra opinión. Es probable que en este punto algunos de ustedes me debatan, pero teniendo como punto de referencia la cultura mexicana, les puedo decir que los nicaragüenses somos más dados a actuar frente a las dificultades. No en vano se ha luchado en distintos momentos de la historia por ganar lo que queremos y hacer lo que pensamos, y aún cuando se han cometido graves errores, errar es humano, y siempre encontramos la manera de levantarnos con la mayor dignidad posible, sacudirnos el polvo y seguir adelante.

Si dan un paseo por algún mercado local, o un barrio pobre, se darán cuenta de lo que estoy hablando, basta observar la mirada calmada y dulce de sus habitantes, la forma en la que se expresan y hasta como se mueven para darse cuenta de que aún cuando la pobreza pesa y el dolor cuartea la piel, el nicaragüense lleva en su corazón y su mente a sus interminables lagos, sus impresionantes volcanes y su tierra verde y fructífera, antes que cualquier otra cosa.

Así que ante la adversidad no hay mejor opción que callarla con un buen trago de ron plata, un bocado de nacatamal o gallo pinto y una tarde echado en la hamaca. Claro que si no es usted de los que les gusta callar, siempre hay espacio para una buena broma o comentario sarcástico.

Es por esto que creo yo que quien conoce Nicaragua se enamora, a pesar de las moscas y múltiples bichos, aún con su gobierno de realismo mágico, a pesar de lo que sea, y el motivo es simple, Nicaragua es una tierra bendecida por la belleza eterna de sus paisajes, olores y sabores, que contagian a sus habitantes de su sosiego y solaz indiscutible, que te obliga a no poder hacer otra cosa que admirarla, amarla y no podértela sacar nunca más de los ojos ni del alma.

La Prensa Literaria

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