Lo que no era de nosotros
empezó a tener nombre y apellido,
esto es Adánico,
tomar lo que no debo
comenzó a ser rutina desde el principio.
Empezó esto como un fuego en el corazón,
una resequedad en el alma
furia por arrebatar,
poseer hasta con dolor y sufrimiento.
El deseo indómito e irresistible de cercar territorios
nos puso cárcel.
En nombre de la libertad tomamos
lo de otros hombres.
Arrancamos pertenencias de otros hogares,
Disfrutamos segundos como si fueran eternidad,
para luego beber el amargor
de un despertar silencioso.
¿Por qué esa confusión de creer en la libertad
Aprisionándonos con cosas?
¿Qué ángel maligno nos guía alegremente al despeñadero?
Nos prestan la vida,
Y la cambiamos por cualquier objeto,
Porque a veces las cosas inanimadas
Parecen valer más que la vida.
Y así cada mañana el despertar es un fatigoso recuento del tener,
O del que tener,
Cada tarde es la vida como cerrar una bodega,
Inventariar que quité, que arrebaté
Que perdí o que me quitaron.
Y los sueños terminan sobresaltados
con aquello que sentimos que
Jamás volverá a ser nuestro.
Hacemos de la equivocación y el error una doctrina.
Hasta que un día,
ya con sábanas blancas cubriendo nuestra desnudez
en medio de aleteos de ángeles
Que nos urgen salir de este mundo,
escucharemos las voces para el perfecto epitafio
del necio inquilino:
Quitó tanto y sufrió tanto
Como pendejo,
Que no merece la más mínima misericordia
allá arriba.