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LA PRNSA/Cortesía

Uno, dos, tres, cuatro…

Son los pasos que vamos dando cuando tratamos de levantar nuestra postura y tener una visión más amplia del medio en el que nos desenvolvemos. Es el desarrollo de la herencia genética que durante generaciones hemos acumulado como un esfuerzo conjunto y que de manera generosa podemos transmitir como un legado, al que hemos de […]

Son los pasos que vamos dando cuando tratamos de levantar nuestra postura y tener una visión más amplia del medio en el que nos desenvolvemos. Es el desarrollo de la herencia genética que durante generaciones hemos acumulado como un esfuerzo conjunto y que de manera generosa podemos transmitir como un legado, al que hemos de añadir nuestros propios pasos.

Pasos que damos según escuchamos y sentimos el latido de nuestros corazones, que van marcando el ritmo de nuestras capacidades. El corazón nos dice que podemos ir más rápido, que debemos ir más lento. El corazón es el primer maestro de nuestro andar, es el impulsor de nuestros anhelos, el traductor de una voluntad que disciplinada, marca un nuevo ritmo.

El ritmo lo sentimos según vamos aprendiendo a escuchar la música, combinaciones de sonidos que la naturaleza, pródiga en recursos, regala a sus hijos, sonidos que también aprendemos a crear, interpretar y que, prestando atención, nos llevan a interiorizar ese mundo lleno de emociones caóticas, contradictorias y ordenadas en nuestra mente, según la huella impresa en la arcilla de nuestra memoria.

La memoria, ese baúl lleno de recuerdos de donde, de vez en cuando, tratamos de sacar algo que poder limpiar y sacar brillo, según criterios inciertos que aplicamos cuando recibimos la incitación de un mundo que nos exige hacer uso de nuestras cualidades. Cualidades que debemos a lo que generaciones enteras han aprendido a sentir, interpretar y transformar con una voluntad alegre y creativa, sin saber exactamente en provecho de quien, pues desconocemos su alcance, como no sabemos la onda expansiva de la piedra con que jugamos de niños y que tiramos al río, sólo para jugar.

Para jugar con el alcance, para confirmar nuestras habilidades, para saber cual es el movimiento que nos permite alcanzar un objetivo. Jugando a que aprendemos y aprendiendo a jugar el juego de la vida, porque en cierto momento nos tocará enseñar el ritmo que hemos de seguir para sumar a los que se han quedado atrás, a los que por diversas razones hoy no pueden estar con nosotros, a los de antes y a los de ahora, porque la danza es la suma de todos. Porque existen muchas maneras de aprender, de divertirse aprendiendo y de aprender a divertirse y una de ellas es la danza.

Y todo lo de antes para llegar a lo de ahora. Para que ahora tengamos danza, generaciones enteras han aprendido a escuchar sus corazones, poblaciones enteras han sido desplazadas y se han desplazado de diversos lugares marcando un nuevo ritmo, en su memoria han dejado plantada la impronta del movimiento, han tratado de divertirse mientras tenían que sobrevivir. La danza es ese camino en que escuchamos las cuerdas más íntimas de la creación y que devolvemos con un gesto generoso en la mirada, donde cada giro de manera graciosa nos dice que podemos guardar el equilibrio, en situaciones incómodas para la mayor parte de nosotros, y cada salto es el paso que dimos de pequeños, cultivado hasta alcanzar el punto que queremos, es darle sentido a la economía del movimiento, donde la física y las matemáticas dejan de ser abstractas, dando vida a los símbolos aprendidos de manera ortodoxa.

En fin, la danza es ver la realidad con los ojos de la innovación, la dialéctica del movimiento, tratando de moldear nuestra memoria para borrar razones ingratas y por un momento recordar que compartimos ese arte acumulado de aprender a vivir, invitando a todas las personas a recordar que la danza la comenzamos de niños y que el movimiento alegre y despreocupado sólo se ha disciplinado en función de entregarse a los demás, como un obsequio que aprendimos a captar de lo que generaciones anteriores trataron de enseñarnos.

La Prensa Literaria

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