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Mauricio Rayo autor del libro de cuentos Breves historias de anatomía humana. LA PRENSA/Archivo.

El radio transistor

Alberto poseía algunos radios tan compactos que hasta cabían en una caja de fósforos. Una noche, por equivocación, se tragó uno de ellos mientras cenaba, a oscuras, cuando la empresa Unión MAÑOSA ejercía su labor constante de dejar sin energía eléctrica a toda la población del país. El hombre no se dio cuenta de la […]

Alberto poseía algunos radios tan compactos que hasta cabían en una caja de fósforos. Una noche, por equivocación, se tragó uno de ellos mientras cenaba, a oscuras, cuando la empresa Unión MAÑOSA ejercía su labor constante de dejar sin energía eléctrica a toda la población del país.

El hombre no se dio cuenta de la particular ingesta, hasta que a la mañana siguiente fue despertado súbitamente por una voz que decía: Buenos días América, trasmite CHVU desde algún lugar de nuestro continente. Empezamos con una melodía que le hará recordar esos momentos románticos de su juventud. Y la canción se dejo escuchar por toda la habitación.

Don Alberto, no sabía el origen de la música, abrió las ventanas, pero, a esas horas de la mañana las calles estaban desiertas, no había ni un alma, mucho menos el indicio de otra radio encendida en el cuarto vecino. Buscó en el armario, registró todas sus gavetas, debajo de la cama y nada, pero el sonido estaba siempre cerca, martillando. Se sentó desesperado en el piso, respiró profundamente hasta calmarse y entonces pudo sentir las vibraciones de su estómago. Más asustado aún, reconoció que la música salía de sus entrañas. Apretó suavemente con el índice a un lado de su barriga como queriendo palpar el artefacto, al instante un reguetón inesperado le hizo pegar contra una de las patas de la cama que maldijo y maldijo hasta que el dolor se perdió en el camino.

Así, pasaron algunos días, Alberto poco a poco asimilaba su nueva adquisición de forma tal, que había aprendido a sobrellevar consigo la otra voz que podía sintonizar y apagar a su antojo, adecuando esa condición radiofónica a su vida cotidiana.

A veces daba bromas a sus amigos, haciendo fono-mímicas con la voz de un famoso locutor y todos creían que era su voz natural, hasta se había ganado el apodo de Alberto Polivoz.

Un día, mientras cantaba durante una tertulia en la Casa de Cultura “Antenor Sandino Hernández” de la ciudad de León, su voz se fue apagando hasta que solo quedó un ruido extraño, parecido a una señal lluviosa de radio-aficionado. Alberto adjudicó el hecho a un defecto del micrófono y aprovechó para despedirse del público diciendo que necesitaba retirarse de manera urgente porque tenía un presentimiento terrible y estaba seguro de que algo malo estaba sucediendo en su casa. La falla del micrófono era para él una señal inconfundible. Todos lo despidieron con un fuerte aplauso.

Al llegar a su casa, “Alberto Polivoz” pasó directamente al inodoro, ahí, comenzó a quejarse de retortijones en el estómago, solo él escuchó las explosiones y ruidosos gases que salían de su humanidad como si se tratase de una tormenta eléctrica, haciendo estremecer las paredes del baño. En el ambiente quedó por algunas horas un penetrante olor rancio, similar a los que emanan las baterías viejas de los carros.

Pasaron unas cuantas semanas, antes de ver nuevamente a don Alberto. Ahora, cada mañana sale al corredor de su casa sosteniendo en una mano un cojín en forma de aro para sentarse, y en la otra, un enorme aparato de radio en el que escucha su música predilecta.

EL AMULETO

Siempre llevaba colgada al cuello una espina grande de cornezuelo. Era su amuleto de la suerte decía…

Un día, mientras corría por un camino fangoso, tropezó sin querer, cayendo sobre la espina que en esos momentos le atravesó el corazón.

CARICATURA DE UN VIAJE

Sabes mujer, ayer por la noche mientras dormías, me hice pequeño y aproveché que tenías la boca abierta para introducirme en tu cuerpo.

Tu lengua casi me atrapa, pero logré deslizarme por tu garganta hasta llegar justo a la entrada de tu estómago; por suerte estaba cerrada, de lo contrario hubiera caído en el ácido clorhídrico que estaba listo a disolverme. Logré agarrarme fuerte de las paredes epiteliales y con una navaja hice una incisión para llegar a una arteria; algo extraño, ¡puede respirar entre la sangre!

Al cabo de un rato, ya estaba cansado de tanto nadar y nadar, pero alcancé una burbuja transparente y me colé dentro de ella.

Sentía que bajaba y subía como en una gran montaña rusa. Otra vez me cansé, aunque me divertía. Y así, llegué hasta tu corazón, pero ¡Sorpresa! ¡Lo encontré vacío!

Por eso, ahora estoy convencido “ya no hay amor en tus entrañas”.

LAPSUS

Vivió por algún tiempo en el cerebro de una persona, hasta que un día, se ahogó en una laguna mental.

EL MANCO

Un día de tantos, amaneció sin su mano izquierda. Dicen que se le fue invaginando hacia dentro de su brazo. Solo quedó el muñón en su muñeca, pero, lo más importante es que dicen que cambió su actitud ante la gente; antes era soberbio, cruel, vengativo, incluso, hasta se le acusaba de un asesinato. Ahora era justo, amable y ayudaba a los más desposeídos. Dicen, que lo que sucedió fue que su mano izquierda…tocó su alma.

La Prensa Literaria

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