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Julio Valle-Castillo LA PRENSA/ARCHIVO.

Los poetas del siglo

Una ardua labor de investigación en la poesía nacional y sus derroteros, forma parte de la publicación en tres volúmenes de El Siglo de la Poesía en Nicaragua, Antología de la Poesía Nicaragüense, que reúne a lo más destacado de los escritores y sus versos Ver Galería de Fotos El Siglo de la Poesía en […]

  • Una ardua labor de investigación en la poesía nacional y sus derroteros, forma parte de la publicación en tres volúmenes de El Siglo de la Poesía en Nicaragua, Antología de la Poesía Nicaragüense, que reúne a lo más destacado de los escritores y sus versos

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El Siglo de la Poesía en Nicaragua, Antología de la poesía nicaragüense del escritor y poeta Julio Valle-Castillo (Masaya, 1952), es sin dudas la antología mayor que se ha producido de la poesía en Nicaragua. Para un país de poetas como el nuestro, cuya producción cultural se organiza en torno al poeta mayor de la literatura hispanoamericana moderna. Rubén Darío, éste es un homenaje certero y digno de calidad.

Tres volúmenes en octavo mayor, con seiscientas páginas cada uno, donde se reúne la producción poética entre 1880 y 1980. Los tres tomos de la antología abordan, por separado: el modernismo y la vanguardia, la postvanguardia y la neovanguardia, según la clasificación del autor. Además incluye traducciones de poetas franceses, norteamericanos, brasileños e ingleses.

La edición de El Siglo de la Poesía en Nicaragua fue auspiciada por la Fundación Uno, quien bajo la iniciativa de Ernesto Fernández Hollman ha publicado algunos de los mejores libros editados en Nicaragua en los últimos años. Quiero agradecer a doña Marcela Sevilla Sacasa por su valiosa gestión cultural en pos de las letras y el conocimiento de Nicaragua, y por la oportunidad que me brindó de estar aquí con ustedes esta noche. La Fundación Uno ha continuado la inmensa contribución editorial que en los años 70 hiciera el Banco de América, comprometiéndose a editar lo más valioso de la literatura nicaragüense, publicando traducciones de textos importantes sobre Nicaragua, y libros históricos, geográficos, antropológicos, y de diferentes ramas del saber.

Según confesión del autor este trabajo le llevó 30 años de su vida, y Julio Valle-Castillo ha hecho una labor acertada y veraz al recoger mucho de las páginas estelares de la poesía nicaragüense. El poeta Valle no solamente ha hecho con estos volúmenes labor de antólogo, sino que también ha hecho historiografía literaria. Las amplias introducciones y las informadas biografías de los poetas sitúan y analizan los diferentes momentos de la poesía nicaragüense, la participación de cada uno de los poetas incluidos dentro de su época y su generación, y de esta forma contribuye en forma central a la historia literaria de Nicaragua.

La primera antología de poesía que se publicó en Nicaragua fue Lira nicaragüense de Félix Medina (Chinandega: Imprenta Progreso, 1878, 43 pp) o sea dos años antes de la fecha que Valle Castillo ha escogido para iniciar su recolección. Para 1904 Mariano Barreto daba a luz Florilegio de poetas y escritores nicaragüenses incluido en su Idioma y letras, tomo II pp. 149-234, donde incluye poesía y prosa.

En 1912 Alberto Ortiz publica Parnaso nicaragüense donde recoge la producción de los poetas modernistas en torno a Darío, se publica en Barcelona, bajo el sello de la editorial Macci y cuenta con 253 pp. En 1919 Ángel Lazo, seudónimo de Leonardo Montalbán, publica en la Antología Hispanoamericana en San José de Costa Rica, un tomo dedicado a Nicaragua. En 1931 se hacen dos selecciones: la de doña Josefa Toledo de Aguerri, Oradores, poetas y literatos en su Enciclopedia nicaragüense; y Nicaragua lírica, seleccionada por Isidro Augusto Oviedo y Reyes, publicada en Santiago de Chile, Editorial Nascimento, 1931, contaba con 287 pp.

En 1948 María Teresa Sánchez gana el premio Rubén Darío con su Poesía Nicaragüense (Antología) la cual se publica en su propia editorial llamada Editorial Nuevos Horizontes, una antología que empieza con Jerónimo Aguilar Cortés y su poema Soldado soy; y termina con Ruth Zúñiga, poeta menor nacida en 1903. Aquí recoge 175 poetas incluyendo a 13 mujeres. La antología de María Teresa Sánchez peca por inclusiva, consagrando poetas que luego resultaron no tener obra, y una gran cantidad de poetas están representados por uno solo o dos poemas. Se hizo luego una segunda edición en 1965 a cargo de la Imprenta Nacional.

Orlando Cuadra Downing publicó en 1949 en España su Nueva poesía nicaragüense (Madrid: Semanario de problemas hispanoamericanos) que contaba con 512 pp. A él también le debemos una Antología del Pensamiento Nicaragüense, titulada la voz sostenida, que acabo de editar con una Introducción crítica hace apenas unos meses. Luego, en 1963 Pablo Antonio Cuadra y Rolando Steiner publicaron en El Pez y la Serpiente la antología más rigurosa que poseemos bajo el título Cien poemas nicaragüenses, creando un mapa poético de Nicaragua que nos permite ver el origen de los diferentes poetas.

En 1971 Jorge Eduardo Arellano publica su Poesía joven de Nicaragua. (1960 -1970) donde incluye a Roberto Cuadra y a Luis Rocha aquí presentes. En 1973 Ernesto Cardenal publicó su Poesía Nicaragüense (La Habana: Casa de las Américas) que empieza con Azharías H. Pallais y termina con Leonel Rugama. En su prólogo Cardenal confesando, “tal vez se podría decir que esta antología es algo arbitraria: en el sentido en que el seleccionador ha escogido los poemas que más le gustan a él, y más le interesan… El criterio primordial que hemos tenido para esta selección ha sido primordialmente el literario, pero él no ha sido el único. El antologista es de los que creen que la literatura sola, la literatura por la literatura, no sirve para nada” (VII). Quizás eso justifique el hecho de que Cardenal no empiece su antología con Darío, aunque muchos de los poemas de Darío son políticos, y el Modernismo fue un movimiento político como traté de demostrar en mi libro Miradas críticas sobre Rubén Darío.

Es por tanto ésta una antología muy parcial y politizada. La antología más completa que teníamos de la poesía nicaragüense se la debemos a Jorge Eduardo Arellano quien para 1978 tenía preparada su Antología general de la poesía nicaragüense. Finalmente se publicó en 1980, con una segunda edición aumentada en 1992. Arellano empieza con los poemas indígenas que se salvaron en el vasto genocidio que los indios americanos sufrieron a manos de los conquistador españoles. Arellano tampoco incluye a Darío alegando que como decía Coronel Urtecho, es el “paisano inevitable” y su obra se encuentra fácilmente por doquier. Entre las antologías más especializadas hay que mencionar a Daisy Zamora La mujer nicaragüense en la poesía (Managua: Nueva Nicaragua, 1992), excelente selección que demuestra que la poesía en Nicaragua no es dominio exclusivo de los hombres.

Julio Valle-Castillo ya había probado sus talentos como antólogo en su volumen Poetas Modernistas de Nicaragua, publicado por Banco de América en 1978, y reeditado luego por Editorial Nueva Nicaragua en 1993. Aquí empieza con Manuel Mayorga Rivas, sigue con Darío, Santiago Argüello, Juan de Dios Vanegas, Solón Argüello, Ramón Sáenz Morales, Alfonso Cortés y termina con Antenor Sandino Hernández. Año más tarde volvió a ejercer de recopilador en Hijas del día: Artes poéticas nicaragüenses, publicado en la Editorial Nueva Nicaragua en 1984, donde Julio recoge 44 poetas con poemas que reflejan su forma de hacer poesía, su concepción del poeta, su Ars poética.

En El Siglo de la Poesía Julio Valle afirma “En cuanto a la escogencia de los poemas, el primer criterio, y el primordial fue el de excelencia estética: intensidad, creatividad, plenitud formal, logro en la experimentación, originalidad o novedad… A partir de la excelencia se derivan todas las otras proyecciones o significaciones que un texto pueda tener en sus contextos.

El segundo fue mostrar la gran diversidad de voces, motivos, temas, formas, intenciones y tendencias; la heterogeneidad de la poesía nicaragüense”. Y luego pasa a curarse en salud utilizando la afirmación y la negación de una serie de adjetivos que podrían usarse y se han usado como criterio de selección en la poesía, “De donde esta antología es y no es esteticista, es y no es politizada o comprometida con distintas ideologías, es y no es religiosa, cristiana, teosófica y indígena heterodoxa, es y no es exteriorista, o sea, coloquial, narrativa y anecdótica, es y no es intimista, subjetiva, es y no es hermética, es y no es lírica, es y no es épica . O sea, intenta reflejar todo lo que la poesía nicaragüense ha podido ser, decir y hacer” (14).

Como es de esperarse, ni aún despejando de esta forma todas las atribuciones que se pudieran hacer a su selección, se salva Valle-Castillo de las acusaciones y resquemores que toda antología suscita.

Erick Aguirre fue uno de los primeros en salir al ruedo criticando la selección de Julio con desaciertos que demostraban que no había leído los dos primeros tomos, como cuando establece la defensa de Horacio Peña por no estar presente en el tercer tomo, alegando los méritos auténticos el doctor Horacio Peña. Horacio es el poeta que cierra el segundo tomo con Hay que poner a Dios de moda y Somos como pequeños niños. Por lo tanto el artículo de Erick Aguirre se deshace como un castillo de naipe.

Julio Valle-Castillo ha logrado me parece, mostrar los diversos rostros de la poesía nicaragüense, y nos deja una muestra hermosa, variada y selectiva, de nuestras “palabras de silencio hablado”, como decía Salomón de la Selva.

Es claro que toda Antología implica exclusiones, y la lista de exclusiones del tercer volumen puede herir a muchos de los poetas que acaso merezcan estar. Pero ninguna Antología es definitiva, ni es total. Más que las exclusiones que alguien pueda notar, son más importantes las inclusiones, el deseo y el éxito de establecer un criterio, una bitácora de lectura, unos derroteros. Se podría acusar a Julio Valle de etnocentrismo, al querer fundar en Nicaragua una poeticidad que parece mayor o más acendrada que la del resto del continente. El siglo de la Poesía en Nicaragua nos refiere a una especificidad particular de la poesía dentro del conglomerado de los países hispanoamericanos, y eso quizás nos lleva a no percibir la red de relaciones que se daban con México y Buenos Aires, con Santiago y con La Habana.

El círculo que esta Antología dibuja tiene su centro en Nicaragua, cuando la poesía en realidad constantemente se está desplazando de un espacio a otro, rompiendo la circularidad, violando las normas, violentando las escuelas y los géneros. La crítica literaria, para seguir a la poesía busca como encasillarla, encerrarla, circularla, y toda antología, quiera o no quiera, tiene que hacer eso. Pero ahí radica también la elegancia del modelo literario que propone la Antología. Toda sistematización implica un diseño, una figura, que se superimpone al corpus y lo modifica, lo modela.

El primer tomo incluye casi la misma selección de Poetas Modernistas de Nicaragua y continúa luego con los poetas vanguardistas, donde incluye a quien él llama “el solitario vanguardista” Salomón de la Selva, y luego Luis Alberto Cabrales, José Coronel Urtecho, José Román, Manolo Cuadra, Pablo Antonio Cuadra, Joaquín Pasos y cierra el volumen con Alberto Ordoñez Arguello. En la primera sección de los Modernistas Valle-Castillo ha omitido algunos pocos poemas de la selección originalmente publicada en 1978. Es interesante que en el caso de Darío, Julio Valle empieza su selección con Venus, soneto de 1889, y no incluye ninguno de los poemas originalmente publicados en la primera edición de Azul… se podría argüir que el poema iniciático de Darío y el Modernismo es el El año lírico o que habiendo escogido 1880 como año de partida para la selección, no se escogiera un poema de Darío anterior a su viaje a Chile, sobre todo cuando se quiere demostrar que el Modernismo nació y se desarrolló en Nicaragua.

De la misma manera, tratando de crear un círculo perfecto, termina la Antología modernista con el soneto de Antenor Sandino Hernández titulado Mi prima datado de 1934 y de escaso verdadero valor histórico. Pero eso es lo que le permite decir, “Soneto de clausura y de apertura. Liquida espléndidamente nuestro modernismo y lo abre al prosaísmo y a la evocación moderna” (39).

El círculo: Figura hermosa y prístina que intenta ordenar el orbe literario. Julio Valle-Castillo, como crítico inteligente busca una forma que ilustre su esquema, que explique un principio y un final, que marque los movimientos y las generaciones que él y la historia literaria han establecido como marcas y como emblemas. Sin embargo esto es discutible y hasta deleznable. La polémica continuará en las páginas de la historiografía literaria latinoamericana. Los que nos hemos dedicado a estas empresas nos regodeamos en el debate y la contienda, y eso nos hace crecer, investigar y contradecir.

Pero el lector que se aventure en las páginas de El Siglo en la Poesía nicaragüense encontrará abundantes textos de excelente calidad poética, una sistematización de la lectura y de la poesía, y una escritura de la historia literaria inteligente, perspicaz y elegante.

La Prensa Literaria

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