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Octavio Robleto. LA PRENSA/U. MOLINA.

ARS poética de Octavio Robleto

Octavio Robleto es uno de nuestros pocos poetas que ha logrado dar a su poesía una trascendencia universal a partir de una profunda vivencia regionalista y campesina. Nacido en la pequeña ciudad de Comalapa, del Departamento de Chontales, pienso que este hecho fue determinante para explicar la raíz rústica (del latin rusticus, de rus, campo) […]

Octavio Robleto es uno de nuestros pocos poetas que ha logrado dar a su poesía una trascendencia universal a partir de una profunda vivencia regionalista y campesina. Nacido en la pequeña ciudad de Comalapa, del Departamento de Chontales, pienso que este hecho fue determinante para explicar la raíz rústica (del latin rusticus, de rus, campo) de su poesía. Ahí también pasó sus primeros años adolescentes. Octavio jamás se ha resignado al agobio de la urbe y ha sabido escaparse, siempre que ha podido, al llano, a la montaña, a los cielos abiertos del campo. Sólo ahí, en medio del campo, siente que realmente vive, porque en verdad, dice en uno de sus primeros poemas: “la vida se pierde en las ciudades”.

Octavio Robleto no sólo es poeta, y de los buenos de esta tierra tan pródiga en discípulos de Apolo y de Pan, sino que ha cultivado con éxito otros géneros literarios: la narrativa, el teatro y el ensayo. La poesía de Robleto figura en muchas antologías, de la mejor poesía nicaragüense, que se han publicado.

A fin de apreciar mejor la evolución de su original canto, vamos a comentar, de manera muy sucinta, sus libros de poesía.

Vacaciones del Estudiante fue el primer poemario de Octavio y el que le dio a conocer en el mundo literario de nuestro país. Los poemas fueron escritos entre 1956 y 57. Mereció el Premio Nacional Rubén Darío del año 1957. Los poemas tienen la secuencia de un viaje de Managua a la finca Cuisalá en Chontales, a donde el poeta-estudiante se dirige jubiloso a disfrutar de sus vacaciones de septiembre. Así canta su salida:

“Dejadme la carretera

dejádmela para correr

que vengo alegre y nadie

me podría detener.

“Aquí respiro mi llano

mi buena hierba, mi olor,

¡abridme paso, amigos,

me revienta el corazón!”

Por el camino, enamorado impenitente, va diciendo adiós a todas las muchachas hermosas que encuentra:

“¡Qué linda muchacha aquélla

que lava en el pozo:

¡Adiós!

A tí te digo, sí a tí,

a tí mi vida, mi amor!”

Al llegar a su destino, huyendo de la ciudad que no soporta y le enferma, la alegría que le embarga le hace redescubrir los encantos del campo:

“¡Qué nuevo que veo todo

con qué alegría, qué sano

ya de la ciudad apenas

a veces recuerdo algo!”

La sensación de vivir a plenitud y el arrobamiento ante las tardes campesinas, mueven al poeta a considerar su extenso llano, donde el sol reverbera, mejor que Managua, el lago y sus olas. En un poema promete incluso no regresar a la ciudad y olvidarla para siempre. Mientras permanecía en la ciudad evocaba el llano, el río, la montaña, al extremo que el recuerdo del paisaje de Cuisalá le impedía estudiar. Al menos, esa es la excusa que se inventa el poeta-estudiante para justificar su desinterés académico:

“Amiga, cuando estudiante

nunca quería estudiar

me acordaba de mi río

y de pescar y nadar.

El buen profesor de Física

quería que yo aprendiera

-pero mi llano… mi río…-

qué buen profesor eran.

En el poemario Vacaciones del Estudiante se advierte la influencia de Rafael Alberti y, la segura y principal, del célebre Marqués de Santillana. En realidad, el poeta se siente una especie de reencarnación del clásico lírico español, especialmente por su admiración arrebatada por las mozas fermosas, “como una vaquera /de la Finojosa”. El poemario concluye así con un poema, donde aparece el célebre Marqués de las frescas y olorosas “serranillas”. Para Octavio el poema encierra un mensaje: la necesidad de acudir a nuestras raíces españolas y precolombinas, pues nuestra cultura mestiza es una afortunada y enriquecedora simbiosis de lo español y lo indígena. Dice así el poema con el cual concluye Octavio su primer libro:

“El Marqués de Santillana

hermosas vaqueras vió,

¡Y qué bien las cantó!

Buen Marqués de Santillana

ojalá que haya mañana

quien las cante como vos.”

ENIGMA Y ESFINGE

El siguiente poemario que Octavio publicó fue Enigma y Esfinge, también premiado. Este libro es más ambicioso que el anterior y está salpicado de ironías políticas y sociales. La forma epigramática es la escogida por el poeta para lanzar sus dardos. El nombre del poemario viene de la literatura clásica griega: Enigma es quien interroga y Esfinge la que responde, aunque sus respuestas no sean siempre explícitas y puedan engendrar, a su vez, un nuevo enigma. La clave del título la proporciona el primer poema: El poeta joven:

“El joven poeta

leyó su poema.

Todas las damas se mostraron agradadas

y con sus sonrisas dieron a entender que estaban en

el secreto.

Los caballeros aprobaron “B u e n o”.

(Pero la Esfinge, ante la pregunta,

quedó muda.

Y el enigma propuesto

a todos hizo caer en la trampa).”

Dos composiciones forman parte también de este libro: La parábola y Democracia, ambas escritas en el contexto de la dictadura somocista y justamente consideradas como piezas de antología de nuestra poesía política. Otros dos poemas, claves en la poesía de Octavio Robleto y que también forman parte de esta colección son: unica, que el autor estima, y con razón, que expresa su Ars poética. Tras mencionar su amor y olvido por Pandora y Cressida, así como por la que tuvo celos de sus libros y odiaba sus silencios, el poeta reconoce que la poesía es su pasión única y permanente, capaz de imponerse al olvido:

“Sólo tú eres mi búsqueda indomable

donde el olvido tiene linde

donde hay algo más que un simple nombre

donde la vida es perdurable”.

El otro poema, quizás el más conocido y representativo de la poesía octaviana es Mi novia, que ha provocado elogios en los círculos literarios e irritación entre algunas damas encopetadas:

“Mi novia se parece a una vaca

es mansa y apasible, es dócil y es láctea

Mi novia es arisca y sin señales y sin fierro,

sin embargo es inconfundible

y con ella iré a sestear un día

bajo el elequeme”.

La siguiente obra de Octavio es Noches de Oluma. Se trata de una colección de poemas en prosa que forma parte, según nos aseguró el poeta, de un proyecto más ambicioso que incluiría las mañanas, los mediodías cálidos, tan propensos para la lujuria, las tardes apacibles y las noches. Esta vez Robleto, sin disminuir el nivel poético, escoge la prosa para expresar sus emociones campestres. Así lo atestigua el prosema que a continuación transcribimos:

“En la intrincada noche, después del aguacero, salen miles de quiebraplatas a iluminar el llano. También las ranas cantan por millares y se perciben diferentes tonos de sonidos. Hay una gran tranquilidad en el ambiente y la dicha está cerca, da la sensación que ronda a nuestro lado pero no nos toca por temor o pena.”

El día y sus laberintos, el antecedente más cercano a Laberinto de Vigilias, es un libro muy bien articulado. Publicado en 1976, consta de tres secciones bien definidas: El día y sus laberintos; Laberinto del Amor y Laberinto de huesos, cada una de ellas con dibujos originales de Vanegas, Canales y Sobalvarro, pintores amigos del poeta. La razón de ser del título del libro nos la explicó, hace mucho tiempo, el poeta Robleto con las palabras siguientes: “lo escogí porque la vida es un continuo laberinto; en ella nos encontramos con atajos, muros insalvables, salidas, etc. Además, con ello quiero expresar que la vida no es algo programado. Nunca sabemos cómo termina el día que iniciamos. Cada día nos enfrentamos a un laberinto y nadie puede pronosticar cómo saldremos de él”.

En una apreciación general sobre su obra, Robleto pensaba entonces que este era el libro que más le agradaba, aunque reconocía en él imperfecciones y cosas que aun no le satisfacían plenamente.

En el poema Empieza un nuevo día, el poeta nos dice:

“Amanece. Empieza un nuevo día.

Un nuevo día nuevecito. Insisto.

Tal vez hoy me acerque a Dios

o tal vez me separe. Las dudas.

Como cáscara de plátano. Las dudas

Te botan de un porrazo! ¡Pam!

El castillo de naipes ¡Pam! al suelo.”

Pocas veces en la poesía nicaragüense un poeta se había ocupado de tantos detalles cotidianos, aparentemente nimios, sin importancia, rutinarios pero que, en definitiva, van tejiendo la tela de la vida.

A la manera del Arcipreste de Hita, en “cuaderna vía”, es decir en versos alejandrinos monorrítmicos, está compuesto el “Autosoneto”, que concluye con estos versos:

“Mi vida está verde, quiero verla madura

a veces considero que es muy triste y que es dura

pero hay momentos plenos de paz y de ternura.

Sé que el tiempo es corto, que marcha con premura,

sé que hay desperdicio de vigor y cordura

y sé que estoy haciendo mi propia sepultura.”

La sección Laberinto del Amor, o sean los enredos amorosos del poeta soltero, contiene varios de los más celebrados poemas de Octavio: “Muchacha asistiendo a una conferencia”, donde el asedio visual del poeta turba totalmente la atención de la muchacha y le despierta escondidas emociones sexuales; “A media noche cuando el diablo es poderoso”, que gustó mucho a ese crítico implacable y temido que era Beltrán Morales; Hamaca del amor, etc… Pero es en Laberinto de huesos, que son los poemas de la muerte, inspirados en los poetas precolombinos, donde encontramos los poemas de mayor profundidad filosófica. Basta, para comprobar lo dicho, con reproducir algunos versos del poema Un día uno se muere:

“Un día uno se muere,

se acaba todo

ya no veremos el sol ni la luna,

no gozaremos de la lluvia,

no veremos el mar ni los ríos,

ya no se oirán los ruidos de la calle

no saludaremos a los amigos conocidos

no podremos amar a una muchacha.

Un día uno se muere

y la vida continúa para otros,

para mí no habrá calor

no habrá leche

no habrá vino,

mi camisa será inútil,

mi hamaca estará inmóvil.

Se acaba uno, tristemente.”

Vigilia en la frontera (1984), es un poemario inspirado en la lucha de nuestra generosa juventud en defensa de la Revolución, especialmente de los muchachos que se jugaban diariamente la vida como guardafronteras. En esta colección sobresale, el poema que Octavio Robleto dedicó, en 1970, al poeta guerrillero Leonel Rugama:

“Al día siguiente de tu muerte

yo anduve por las calles de Managua muy apesarado,

me fijaba bien en los rostros que encontraba

y a todos los veía indiferentes

como si nada hubiera sucedido”.

La poesía de Octavio Robleto ha ido evolucionando de su arraigo a la tierra, el llano, el río y la montaña, a una poesía que, sin desdeñar sus temas anteriores ni abjurar de su pureza sensorial, es más profunda y filosófica, que traduce su experiencia vital, su condición humana.

Llegamos así al poemario Laberinto de Vigilias, que hoy sale a la luz pública como colección, aunque muchas de las poesías en él incluidas ya se habían publicado en revistas y suplementos literarios.

El laberinto es una constante en la poesía de Octavio Robleto, y una experiencia vital y angustiante que le acompaña día y noche. “Para mí, nos dice el poeta en reciente entrevista publicada en La Prensa Literaria, la vida es un laberinto permanente, ésa es mi consideración. Un laberinto como el de Odiseo en la obra de Homero, que anduvo vagando errante por diez años porque estaba en un laberinto continuo”. Octavio asume, pues, su reto existencial como un laberinto y él, como un moderno Odiseo, vaga en su laberinto observándolo todo y reflexionando sobre los grandes temas de la vida: el amor, las pasiones, la muerte.

Obra de madurez vital y poética, en la que el poeta Robleto reconoce la influencia del “Ulises” de James de Joyce, viene precedida de tres epígrafes, muy decidores, de los libros bíblicos de Job y de Daniel y de una obra de Séneca, que en cierta forma preludian los estados de ánimo que engendraron los poemas de este contínuo laberinto: “agitan el alma las visiones nocturnas, cuando duermen los hombres profundo sueño” (Job); “Y tuve un sueño que me espantó, y los pensamientos me perseguían en mi lecho y las visiones de mi espíritu me llenaron de turbación” (Daniel); “Y así debemos saber que la molestia que padecemos no proviene de los lugares, sino de nosotros mismos” (Séneca).

Y aun cuando se trata de impresiones gratas, como las que dan contenido a su estupendo libro en prosa “El buscador de paisajes”, siempre está presente esa inescapable sensación de búsqueda, de algo que se persigue con insistencia y con el convencimiento de que es inasible, inalcanzable, pero cuya búsqueda permanente da un sentido a la vida y la hace llevadera y hasta placentera. Pero, “todo es un laberinto”, insiste el poeta. “La literatura es un laberinto”.

El volumen comprende el poemario Laberinto de Vigilias, y una nueva edición de Noches de Oluma, prosas breves y poemáticas cuya primera edición apareció en 1972, con portada de Leonel Vanegas, al cual ya nos referimos.

Laberinto de Vigilias comprende ochenta y seis poemas de diversas facturas y desigual hondura. En la colección aparecen desde poemas que continúan la línea juvenil y a ratos, burlona, picaresca, de los primeros poemas de Octavio, hasta composiciones de profundo contenido filosófico, en la línea iniciada en “El día y su laberinto”. También encontramos poemas que juntan ambas vertientes, como en “Encuentro con música de anteojos”:

“Después de mucho tiempo

y sin sospecha alguna

nos encontramos.

Tu belleza natural no era la misma:

pelo castaño

frondosidad en las caderas

vanidad de última moda.

Un abrazo cargado de recuerdos.

un beso

y el entrechocar fatídico de anteojos

sonando como huesos

que nos hicieron ver lo pasajero del amor

y lo inevitable de la muerte”.

Y que decir de la simpatiquísima “Súplica para quitar la sed y calmar la angustia”:

“Angel de la Guarda

te busco a mi derecha

para que me traigas

un jarro de cerveza;

tengo turbia el alma

revuelta la cabeza;

la luz clara fastidia

la lengua está reseca;

me duele hasta los poros

oír ruido cualquiera.

¡Angel de la Guarda

corre y vuela, vuela!”

Al lado de este “divertimento”, por decirlo así, nos encontramos con un Nocturno que es como la puerta de entrada al laberinto octaviano:

“Dormir con sobresaltos y temores

o no dormir

es el precio pagado a los excesos.

El insomnio es flagelo

y son demonios quienes se encargan de infligirlos.

La vigilia creadora

sea bien venida

pero la estéril

sofocante

esa no me provoque ni persiga

porque entonces

del mucho velar saldrán flacos lamentos

y no cantos provechosos”.

La Prensa Literaria

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