2018, año doloroso y glorioso a la vez, quedará guardado en la historia de Nicaragua como aquel en que el pueblo y su juventud se alzaron con una bravura inigualable demandando democracia y libertad. Levantamientos armados han ocurrido muchas veces en el país, pero nunca uno cívico con la contundencia y la amplitud geográfica —prácticamente todo el país— como el vivido este año.
Lo más parecido al levantamiento de abril durante el último siglo de nuestra historia fueron las manifestaciones cívicas de 1944 contra Anastasio Somoza García. Pero no duraron mucho, estuvieron confinadas a Managua y León, y no hubo muertos. Tras el asesinato de Pedro Joaquín Chamorro, en 1978, hubo otra ola de protestas, pero mezcladas con un proceso insurreccional donde la oposición combatió la dictadura con armas de guerra.
Es cierto que, tras la matanza brutal de estudiantes en abril, muchos ciudadanos se refugiaron tras barricadas y algunos, en desesperación, buscaron defenderse con armas caseras y hechizas, pero el tono general de las protestas y, sobre todo, de las grandes manifestaciones, fue predominantemente cívico. Quienes las agredían, buscando provocar y atemorizar, eran del otro lado.
Igual es cierto que, hasta la fecha, no se han cumplido las aspiraciones de quienes salieron del confort de su hogar al peligro de las calles. En casi cualquier otro país de Latinoamérica, una reacción popular como la protagonizada por nuestro pueblo hubiese forzado al gobierno a ceder o bajarse. El nuestro, en cambio, prefirió aplastarla lanzándose al abismo de una masacre y represión inimaginables. Pero no ganaron la batalla; solo la prolongaron.
El pueblo valiente del 2018 asestó a la dictadura un golpe mortal. Demostró, entre otras cosas, que el único soporte de la pareja en el poder son los AK y los Dragunov. En abril, mayo y junio, el país entero estuvo en manos de una oposición básicamente desarmada. No hubo policía o masas sandinistas que lo resistieran. Solo armando a millares de paramilitares y delincuentes, y ordenándoles masacrar sin contemplaciones, pudieron los Ortega Murillo recuperar el control perdido. Pero entonces enterraron su futuro, pues al demostrar su inhumanidad y menosprecio por la ley cosecharon un repudio internacional sin precedentes y dinamitaron los pilares que sostienen la economía del país: las inversiones y la cooperación externa.
Gracias a los héroes del 2018 la dictadura solo tiene hoy dos caminos: abrirse a una apertura democrática, que permita sanar heridas y restaurar el dinamismo económico, o empeñarse en una represión que empobrecerá aún más al pueblo y terminará hundiéndola a ella. Los patriotas demostraron en 2018 que Nicaragua no tolerará más tiranías. Si es necesario, lo demostrarán también en el 2019.
El autor es sociólogo. Fue ministro de Educación.